Por sus obras los conoceréis. Hasta ahora, el único país que ha lanzado fríamente dos bombas atómicas ha sido Estados Unidos, el país sin nombre cuyos habitantes se llaman a sí mismos “americanos” y los demás caemos en esa trampa de llamarlos de la misma manera y provocar así una apropiación gentilicia de todo un continente. Caemos en otras muchas trampas como es considerarlo una democracia modélica. Dos bombas atómicas contra otro país ya en retirada, vencido y sin apoyo externo como era Japón.
Cuando recordamos todos los años esa barbarie consumada, lo hacemos con la boca pequeña, incluso el 70 aniversario actual, porque nos pueden tachar de infantilismo antinorteamericano, EEUU puede enfadarse y no hay que enfadar al señorito que está llevando a Europa hacia su órbita provocando que nos olvidemos de nuestra propia identidad para abrazar una consistente en la falta de memoria histórica por ignorancia y en un sistema mercantil salvaje que contiene a cincuenta millones de pobres y unas distancias pobres-ricos que han aumentado al igual que está ocurriendo en Europa.
No hay que molestar ni siquiera incomodar al señorito. Sin embargo, yo conozco la coacción a la libertad de cátedra en EEUU y un grupo de profesores y periodistas mantienen una web llamada Project censored donde recogen muestras de la censura en aquel país (http://www.projectcensored.org/).
Esas cabeceras de diarios, llamadas prestigiosas, como The New York Times y The Washington Post no son exactamente empresas periodísticas sino que forman parte de un conglomerado mercantil más amplio y diverso que agrupa a varios sectores productivos ajenos al periodismo y que, por tanto, y aunque el discurso “oficial” diga lo contrario, limita la libertad de sus periodistas a la hora de informar porque libertad de expresión –como madre- no hay más que una y el periodismo debería consistir en vigilar al poder público y privado –casi toda la mano de obra laboral de occidente es privada- caiga quien caiga, en lugar de estar siempre produciendo un periodismo de chismorreo político y de presunta investigación que no es más que “batalla” política superficial y filtraciones. Los dos periodistas del famoso Caso Watergate, Bob Woodward y Carl Bernstein, llevan ya decenios denunciando cómo ha decaído el periodismo de investigación en su país.
The New York Times tiene como socio principal al mexicano Carlos Slim, uno de los tres hombres más ricos del mundo. Su fortuna gira en torno a los 70.000 millones de dólares pero parece que no le afecta tener un país en guerra civil larvada con la complicidad de EEUU. Viajo con relativa frecuencia a México desde los años noventa y les aseguro que lo que ustedes saben por los medios de comunicación es una ínfima parte de lo que realmente sucede y todo porque se trata de un país claramente posicionado al lado de EEUU, como en el caso de Colombia. Supongo que saben el famoso dicho que corre por México: “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”. Si lo que está ocurriendo en México sucediera en Venezuela, Ecuador, Argentina o Bolivia, estaríamos sepultados por toneladas de mensajes donde primaría más la intoxicación que la información y el análisis profundo.
A través de su emporio de empresas, el Grupo Carso, presente también en La Caixa por medio de Inbursa, Slim posee el 17% de las acciones de The New York Times. Carso controla también Fomento de Construcciones y Contratas (FCC), aliado con Bill Gates, George Soros y Esther Koplowitz.
En cuanto a The Washington Post, en agosto de 2013 se hizo público que Jeffrey Preston Bezos –fundador de Amazon- compró The Washington Post a la familia Graham, propietaria durante ochenta años. Hoy no sólo pueden adquirirse libros a través de Amazon sino también una infinidad de artículos: CDs, DVDs, juguetes, electrónica, ropa, comida, etc. Permítanme que dude también del rigor periodístico de ese medio “prestigioso”. En el colmo del servilismo y de la indignidad, ambas cabeceras han mostrado una España casi miserable y con unos habitantes vagos porque duermen la siesta y nosotros aún los consideramos medios de prestigio.
Sobre la libertad de expresión de los periodistas y el derecho a una información rigurosa que poseen los ciudadanos caen con frecuencia bombazos metafóricos cuya radiación se va extendiendo por todo el planeta. El ciudadano –si es que alguna vez lo fue de verdad- se convierte en súbdito consumidor, en sujeto confundido, sumiso y resignado e incluso se cree libre.
Lo más triste de todo es que hoy en día todos los países han comprendido aquel “ejemplo” de los bombazos nucleares de 1945, consumados por un país recién llegado a la Historia. Todos saben que quien desee hacerse respetar debe tener en el armario algunas ojivas nucleares como quien tiene en su casa un arma de fuego para defenderse (algo reconocido como legal por las constituciones de EEUU y México, por cierto).
Lástima que un país tan, por otro lado, apasionante, como EEUU, haya llegado a esta situación y, peor, que las elites europeas lo estén imitando y esa imitación llegue al último de los ciudadanos (la mentalidad de la clase dominante se extiende a la dominada, afirmaba Karl Marx). Lamentable que la primera enmienda de su constitución –sobre la libertad de prensa- sea papel mojado y, si lo dudan, revisen el conocido documental Sombras de libertad (https://www.youtube.com/watch?v=FnD3-mkGAkA).
Sin embargo, es EEUU –y sus imitadores dentro y fuera de occidente- quienes están ganando esta guerra no tradicional ni declarada. Mejor EEUU que el Estado Islámico (EI) aunque hay muchas “sombras” en ese movimiento reaccionario de miedo a la libertad e involución histórica. Si no hubiera tantas, occidente y simpatizantes (ahí están las sombras de la sospecha en relación con el EI) se defenderían mejor de ellos, más unidos, más conscientes de que lo que tenemos nos ha costado siglos de sangre, sudor y lágrimas. Pero puede que lo perdamos, en realidad lo estamos perdiendo y seguimos ahí, resignados, como si nos hubieran caído dos bombas atómicas encima, más destructivas aún que las de 1945. Y para mí que el país que las lanzó tiene gran parte de responsabilidad en nuestro estado de desvalimiento. DIARIO Bahía de Cádiz Ramón Reig