En Málaga se está juzgado a dos padres que mataron en vida a su hijo. Ahora Pedrito tendrá unos cinco años por cumplir, porque nació en octubre como mis gemelos, separado por ellos en veinte días. Pedrito podría haber nacido en mi casa, porque yo perdí a un bebé que hubiera nacido en esas fechas. Hubiera sido bien recibido, porque ya tenía hasta medio apalabrada guardería para él, pero tuvo mala suerte, porque cuando se lo llevaron a casa sus progenitores, que no padres, dijeron que era irritable y cansino, que lloraba y daba morcilla y que por eso le “zarandearon” un rato.
Del “zarandeo” le causaron hemiparexia, o sea, parálisis en un brazo y una pierna y episodios de epilepsia. Los que tengan críos con epilepsia sabrán lo terrible que es, pero que sepa un crio que esa enfermedad vienen provocada porque su progenitor le apretó la cabeza hasta provocársela, es sangrante. Pedrito lo mismo ya no se acuerda, pero estuvo más de quinientos días y todas sus noches curándose de los hematomas, infartos masivos, edemas cerebrales y rompimiento de costillas.
Ahora estará en el último año de preescolar y hace nada, apenas unos días que habrá empezado el colegio, renqueando, pero feliz, cogido de la mano de alguien, que espero no sea de su misma sangre, porque saben qué, que espero que esté en acogida, porque las secuelas de que algún día vea entrar por la puerta de la abuela, a uno de los que le mellaron la vida, me causa más dolor que indignación o rabia.
Los van a sentenciar cinco años después de que con 17 días lo golpearan, como no se debería hacer con ningún ser vivo, sea hombre, mujer, niño o animal y recuerden que solo era una cría, un indefenso bebé, que lloraba en su cuna. Muchos hemos tenido la suerte -y la llamo así- de ver llorar a nuestros hijos recién nacidos, de levantarnos por la noche o no acostarnos para darles los biberones, la teta o cambiarles un pañal que no huele a gloria, sino a esencia de vida, estiércol rebozado en besos y agua de Nenuco.
Es la vida manantial de alegría que se abre en nuestros brazos y no es dadiva que regalar a gente que aún pagando su pena, quieran retornar lo que nunca debieron de tener. Y lo digo bien fuerte, si esa sentencia de 11 años se cumple, ¿dejará Pedrito de tener epilepsia o acaso su pierna y su brazo dañados empezaran a correr o a agarrar? No, él seguirá siempre condenado a su pena, que no es otra que abusaron físicamente de él, brutalmente de él, cuando solo pedía mamar o que le aliviaran de un cólico. Durante doce años no podrán comunicarse con él, pero después sí, después podrán ir a casa de la abuela o la tía anciana a verlo y contarle que estaban enfermos o que lo son y que quieren reanudar un lazo que no existe, porque está tan paralizado y laxo, como el brazo y la pierna que machacaron, junto con el cerebro del bebe.
Por eso espero que esté en acogida, espero que lo den en adopción y espero que personas que forman una larga cola de impacientes padres, que no progenitores, tengan su mayor regalo… un hijo al que querer con equilibrio, sabiendo lo que necesita, para dárselo a manos llenas. Porque Pedro de cinco años, en preescolar, va a necesitar mucho esfuerzo, mucha pelea y mucho genio, un padre o madre coraje que vele por él, alguien que entienda de sus necesidades y las minimice y sacie. Necesita a su lado, quien vele por él, porque ya es hora de que las Comunidades y en particular los de adopciones, miren por el menor y no por la consanguineidad.
Que a Pedrito más le hubiera valido que lo hubieran abandonando en una casa cuna, que ya tendría unos padres andaluces que habrían esperado por él, al menos una media de cinco años, desesperantes y lacerantes, siendo en ese caso un niño abandonado, pero no mermado físicamente, ni con las necesidades especiales que lo van a clasificar toda su vida. Las mismas que le van a recordar con doce años, cuando se cumpla la sentencia y se pueda dar el contacto -si la Junta no lo impide- que los que tiene ante él, le jodieron bien la vida. DIARIO Bahía de Cádiz