En la mesa, amor, deporte y guerra, las personas con honor y palabra, de mutuo acuerdo, se obligan a llevar a cabo, bajo un código de honor, sus cuitas y diferencias, con arreglo a unos tratados que entre ellos acuerdan, confiados, de que, en el campo de batalla, entre ellos, combatirán limpio, durante el tiempo que duren sus encuentros o citas.
Sobre la guerra, en esta ocasión, es de la que deseo departir. Recuerdo un día, siendo adolescente, me hallara en la biblioteca de mi tío Juan rebuscando algo para leer, cuando mis dedos tropezaron con un voluminoso libraco, que me llamó la atención, por estar encuadernado en cartón piedra y sus tapas con dibujos arábicos Cuál fue mi sorpresa, nada más al abrirlo, comprobar que no era un texto corriente, por el color amarillento de sus de sus hojas, sus viñetas y olor a rancio que éstas desprendían. Escrito con letra de caligráfica de forma curvadas, al estilo de los textos antiguos, en un castellano, difícil de leer, se me hacía, ya que para ello, muy avezado debería haber estado, en latín y griego, para poderlo leer. Y para más, las citas y referencias, que en él se hacían, me hacía más difícil asimilar su texto.
En blanco quedaron muchos párrafos, pero conseguí, intuir de lo que se trataba, en ese libro, enigmático de caballería, al referirse a los enfrentamientos armados entre cristianos y musulmanes. Confieso, que cuanto más leía, más me apasionaba y mejor lo asimilaba.
En el fondo de su contexto, atando cabos, encontré el argumento de aquel libro, que me resultó harto interesante, al conocer como entre cristianos y musulmanes, dentro de lo brutal y encarnizadas que eran las batallas, ambos bandos, se regían, por un código de honor, que cumplían caballerosamente, a raja tabla.
En una de ellas, se hacía saber: “Que al finalizar la batalla, y tras establecer un alto “el fuego”, unos y otros, recogían del campo de batalla a sus heridos y muertos, cruzándose en el camino, unos y otros sin traba alguna Al `termino de la contienda, comprobaban, que ninguno de ellos, habían sido atacados por la espalda, dejando bien claro con ello, que a los que huían, no se les perseguía, ni atacaban. Conocían, bien unos y otros, ese adagio, que dice: “A enemigo que huye, puente de plata” y añado, forma de conquistarse, un enemigo, sin necesidad de tener que sacrificarlo.
Y de esto es lo que deseo hablar, de las guerras de estos dos últimos tiempos, donde, al parecer, cuando más “civilizado está el hombre”, sea éste, cuando más virulencia emplea con sus enemigos, faltando con ello a los principios más fundamentales del juego limpio. Reglas o leyes, que dejaron de cumplirse y ahora, por el contrario, reina una morbosidad sin límites, que afecta incluso a la población civil. Aquellas reglas de `la guerra, se acordaba no matar niños, mujeres y ancianos, y darle un trato humano a los que hacían prisioneros, a los cuales, antes de, juzgarlos, no sentenciarían. Ese espíritu de caballerosidad, generoso y humano, parece que hoy en día, ha caducado.
De qué les ha servido a palestinos como a israelitas, torturar y sacrificar, los primeros, a tres adolescentes judíos y en el otro bando, a un crío musulmán, cuando, ni siquiera, unos y otros no portaban armas. Por qué, se les ha privado de vida con tanta crueldad y alevosía. “Ojo por ojo”, alegan quienes perpetraron estos crímenes, sin prever, hasta qué punto, acciones tan indignas como estas, repercuten, no solo, en la opinión pública, sino, que engendra una espiral de violencia, entre ellos, cada vez más tensos.
Cuando, se llega a obrar de esta manera tan malvada, indigna de un ser inteligente, nos da a entender, cuan mísera es nuestra existencia y el poco valor que se le da a la vida, en unos tiempos, que se dice “estar el hombre más civilizado” que en épocas anteriores.
Últimas noticias nos hacen saber que la polícia de Israel ya ha detenido a dos de los tres criminales, y espera, detener a un tercero. Jamás, por el contrario, no ha dado señales de perseguir y detener a los y culpables, lo que nos hace pensar, que este episodio tan repugnante, será uno más de los que se desean olvidar. Cuatro chavales, que nunca supieron el peligro que corrían fueron torturados y sacrificados, sus familias, con rabia lloran su perdida y con ellos, las personas de conciencia, equilibradas y con sentimientos.
De qué sirve infundir a la sociedad valores religiosos, cívicos, buenas costumbres y moralidad, si, quienes los ponen de manifiesto, permiten se cometan estas atrocidades, dentro de sus filas. A qué clase de dios adoran y le rinden tributo, saltándose los mandamientos más trascendentales del amor y la caridad al prójimo, comportándose peor que bestias salvajes, o manadas de lobos, que tras atacar y devorar a sus presas, al menos, éstas, no se jactan por el daño que causan. Y si obran así, es porque tienen que sobrevivir.
El porqué de las guerras, entre seres inteligentes y civilizados, no tiene excusas seguir con ellas, puesto que, solo provocan muertes y nada se resuelve con ello. Qué es lo que les impulsa, a comportarse de forma tan malvada y ruin. A una sociedad, como la nuestra
Grupos paramilitares, o bandas criminales, (formadas), articuladas por antiguos militares, captan y adiestran en las artes de la guerra, a simples campesinos o necesitados, ofreciéndoles con engaño, un salario, para que maten y hagan daño a otros, convirtiéndolos, en escoria de la sociedad y asesinos en potencia. Máquinas de guerra, sin ninguna clase de moral, que justifique el mal que causan, peores, que la espora o corpúsculos, que se producen en una bacteria, cuando, las condiciones del medio le son favorables y de tal modo, crecen, mal viven y mueren, por un salario, a veces ruin, para luego, mal gastarlo.
Cuando los pueblos se enfrentan con las armas, suelen anidar en las filas, de unos y otros, elementos malignos y perniciosos, que aprovechan, esta coyuntura, para cometer los crímenes más horrendos y espeluznantes. Culpable de ello, los mandos de los ejércitos, que los adiestran y no coordinan sus movimientos.
De qué le sirve al hombre, poseer talento, si lo emplea para fines tan ruines.