¿Quién de niño no quiso tener una bicicleta? Hubo un tiempo en el que una bicicleta propia era como hoy el disponer de un coche. Tenías autonomía, fortalecías los músculos de las piernas, te ahorrabas el precio del transporte, competías con los amigos y se puede decir que, quien tenía la suerte de poseer una de ellas, era una persona afortunada y, en muchas ocasiones, envidiada. Entonces la circulación era fluida, circulaban pocos coches y autobuses, los taxis eran escasos y su velocidad era moderada y se puede decir que, si sabías esquivar las traicioneras vías de los tranvías (motivo de más de una aparatosa caída), se podía circular con bastante seguridad por la ciudad, si sabías esquivar los vehículos tirados por mulas y caballos, entonces los verdaderos dueños de las calles.
Han pasado muchos años. Años en los que la humanidad ha llevado a cabo conquistas, en todos los ámbitos del conocimiento, que han superado con creces las conseguidas durante los diecinueve siglos anteriores. Se puede decir que, desde mediados del pasado siglo XX, parece como si se hubiera adosado a los descubrimientos científicos, mecánicos y electrónicos, un potente cohete de hidracina y peróxido de hidrógeno, de modo que han sido catapultados, en número, calidad, utilidad, innovación y mejora de las condiciones de vida de la humanidad, a lo que muchos sólo teníamos en la imaginación como proyectos que tendrían lugar en siglos venideros.
Hemos conseguido un confort, unos adelantos, unos progresos en todos los aspectos de la vida que, en pocos años, los ciudadanos han alcanzado mejoras que han sobrepasado incluso los sueños más estrambóticos, como las novelas futuristas que dejó escritas, con indudable visión de futuro, el novelista Julio Verne. No creo que a nadie, hoy en día, por nostalgia, por estimarlo menos contaminante o como medio para igualar a pobres con ricos, se le ocurriera restablecer en las ciudades unos espacios para que circulasen los tranvías tirados por caballerías o retornar al alumbrado por gas o sustituir los sofisticados medios para diagnóstico de la medicina moderna por los primitivos sistemas utilizados por aquellos doctores que, como no sabían lo que tenía el paciente y, si lo sabían, no tenían los medios para curarlo; te atiborraban de aceite de ricino, cataplasmas, sangrías, vahos de eucaliptos que, seguramente, sólo los podían resistir aquellas generaciones de hombres que tenían una naturaleza a prueba de bomba. Así y todo el promedio de vida de aquellos años apenas superaba los 45.
Incluso los progresistas, los de Green Pace, los naturalistas más empecinados, aquellos que quisieran regresar a los primeros tiempos de la raza huma, argumentando que entonces se respetaba más a la naturaleza, que existía una igualdad mayor entre los hombres y que el sistema de vida era mucho más saludable; sin embargo, cuando tienen que desplazarse a otro país no lo hacen a pie, en patinete o cabalgando en una mula, sino que usan el avión, el tren o el vehículo a motor. Los que se quejan de que se extraiga petróleo de las entrañas de la tierra, quieren disponer de corriente eléctrica en sus viviendas y suelen poseer un vehículo motorizado o, si no, utilizan el transporte público que, como es natural, también funciona con gas oil, gasolina o electricidad. ¿Quién si tiene que ser operado de riñón, de hernia o de úlcera de estómago, quisiera acudir al hechicero de la tribu o a los médicos de hace doscientos o cien años? Evidentemente que sería solo un loco quien renunciara a los modernos métodos de cura de las enfermedades, los sofisticados quirófanos y los bien preparados cirujanos de los que disponemos en la actualidad.
¡Ah! pero topamos con los progres, los antisistema, los presuntos anticapitalistas o aquellos que quisieran acabar con todo lo conseguido, para regresar a un sistema de vida sin comodidades ni los actuales adelantos por considerarlos perjudiciales para la humanidad. ¡La contaminación de las ciudades! ¡El calentamiento global! ¡Las industrias contaminantes! ¡Las desigualdades entre unos y otros o la postergación de las mujeres! Es posible que no carezcan de razón, pero también y no se quejan, mueren millones de niños en África, Asía y otros continente por enfermedades o inanición, precisamente por no disponer de los adelantos contra los que se pronuncian. Es evidente que los humanos deberemos pagar un peaje a la naturaleza por los beneficios que nos ha deparado el progreso pero, comparado con las ventajas que nos ha reportado, con la prolongación de vida de la Humanidad, con el nivel de vida que han conseguido proporcionarles a los ancianos y las posibilidades de conocer nuestro planeta palmo a palmo, desde la comodidad de nuestro sofá; todo pago que tengamos que dar en compensación es evidente que será poco.
Pero hablemos de la bicicleta. En la década de 1790 apareció el primer “celerífero” un armatoste de madera con dos ruedas propulsado a base de piernas con un primitivo manillar que le permitía dirigirlo. En 1.816 Karl Dreis, mejoró el modelo con un sofisticado sistema de dirección, pero sin frenos, pedales etc. que tenían que ser suplidos por las piernas y pies de quienes los montaban. No fue hasta 1885 que, John Kemp Starley, patentó la primera bicicleta, muy primitiva, pero con pedales. Desde aquellos tiempos hasta ahora ha ido evolucionando este vehículo al que se le hicieron mejoras para facilitar su conducción, evitar esfuerzo y darle seguridad por medio de los frenos. Luego se les añadió un pequeño motor que fue creciendo hasta que se transformaron en las primeras motocicletas a las que algunos añadieron el sidecar para poder transportar a tres personas, Luego llegaron los vehículos de cuatro ruedas con motor de explosión y así hasta nuestros días, en los que ya, aquellos primeros transportes de dos ruedas, han quedado anticuados, limitándose su uso a actividades deportivas, aunque algunos todavía lo utilizan como medio de transporte.
Desde que los progresistas se han hecho con el poder, el revivir el uso de la bicicleta, el apoyarla como medio de transporte de las clases menos favorecidas, el reducir el espacio dedicado a la circulación de los coches para dárselos a los ciclistas, se ha convertido en la conditio sine qua non de cualquier alcalde o edil de obras públicas de los ayuntamiento de las ciudades importantes del país. ¡Hay que crear carriles bici para los ciclistas! Kilómetros y kilómetros de pasos para las bicicletas aunque ello impida la descarga de las camionetas que surten los comercios o complique, la circulación de los vehículos de cuatro ruedas o resulte que, como ocurre en Barcelona, nadie use la bicicleta para subir a la parte alta de la ciudad por el gran desnivel que existe ¡Pero hay que dar lo que pide el pueblo!, ¿qué pueblo?, pues la minoría de ciclistas que se desplazan por las ciudades poniendo en peligro a peatones o paseando por mero instinto de snob. Todo se ha de supeditar a las bicicletas. En las carreteras estrechas no se las puede adelantar, en las de doble vía hay que jugarse el tipo para dejar el metro y medio preciso para adelantarlas y, por su fuera poco, un tío mala uva se ha dedicado a fotografiar a los coches que le adelantaban (¿prestaba la atención debida a lo que hacía sobre su bicicleta cuando sacaba las fotografías? ¿No es equiparable a lo de utilizar el móvil mientras se conduce?) ¿De verdad puede supeditarse el tránsito comercial y particular de una ciudad a que un grupo de amigos de la bicicleta quiera estorbar el tránsito, impidiendo una circulación fluida y fastidiando a los que tienen necesidad de conducir vehículos para su trabajo o cumplir con sus obligaciones? ¡Cuidado con la bipolaridad de muchos que tienen coche y bicicleta que, como mister Hide y mister Herkill, cambian de personalidad según conduzcan el coche o estén montando la bicicleta!
O así es como señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, nos damos cuenta de que, en ocasiones, en una democracia, se pisotean los derechos de las mayorías para satisfacer a unos pocos. DIARIO Bahía de Cádiz
Dedicar parte de la infraestructura urbana a la movilidad en bicicleta no solo es compatible con el capitalismo sino que lo favorece: allí donde se apuesta por la infraestructura ciclista se desarrolla el comercio; en los países más ricos de nuestro entorno gran parte de la movilidad urbana se hace en bicicleta; en un pais con una industria turística como la nuestra, la infraestructura ciclista es un claro atractivo para el visitante; favorecer la movilidad en bici evita improductivas pérdidas de tiempo en atascos; estimular el uso de la bici en desplazamientos urbanos reduce gastos sanitarios a medio plazo. Señor Massanet, las bicis pueden ser muy caras; su visión de mundo revela un asentado prejuicio del que aun podría salir si quisiera. Su mundo no es el mundo del futuro.