Conozco la triste historia de una anciana alcohólica que desde hace muchos años no sale de su casa. Se podría decir que vive enclaustrada, que ha cerrado puertas y ventanas ante toda posibilidad de visitas.
Sus dos hijos son mayores, pero aún eran pequeñas cuando su madre declaró la huelga a la vida, y ellas crecieron como si estuviesen sepultadas en una tumba.
Un amor mal soportado fue la causa que esterilizó tres existencias que pudieron ser fecundas.
La señora, cuando jovencita, adoró a su novio que luego fue su esposo ¡un amor romántico! Un amor auténtico, un amor de esos de novelas o películas.
Ya casados él tuvo que separarse cuatro años en el extranjero. Durante ese tiempo escribió diariamente y el día 15 de cada mes conmemoraba su matrimonio enviando desde allí un hermoso ramo de flores a su esposa. Ho había cumplido ocho años de casados; cuando he aquí, que repentinamente él enfermó y murió.
En el momento en que la vida de su esposo se extinguía, ella lo abrazó con locura y lanzó un grito horrible. Desde entones esa mujer murió por dentro e ignoro que a su lado crecían dos niñas que necesitaban su ternura y su alegría. No se volvió loca, simplemente se amuralló en el egoísmo de su pena.
Sin duda el dolor de la pena purifica, pero a condición de que seamos sus vencedores y no sus vencidos, es algo así como ‘padecer o morir’ algo así como los atletas que corren en el estadio y piden que les pongan en la pista de carreras, unos obstáculos para saltar sobre ellos ¡Claro que no será para estrellarse, descalabrarse o romperse una pierna!
En realidad, todos deberíamos tomar nota y aprender ese magnífico deporte, que no hará otra cosa que vigorizarnos y, así podremos decir: ¡Venga el dolor! ¡Venga el trabajo! ¡Venga el sacrificio! Pero para luchar contra ellos y hacer fuerte nuestro cuerpo y campeón a nuestro espíritu.
El propósito de triunfar sobre ‘las adversidades’ no se improvisa cuando ya nos están cayendo encima; hay que anticiparse y conviene preparar el ánimo diariamente con constancia como las ciudades antiguas edificaban en tiempo de paz sus murallas defensivas y así no las sorprendían el enemigo.
Hay que prepararse concienzudamente, teniendo la firma voluntad de que nada ni nadie, logrará abatirnos, porque a todo trance sabremos guardar, aún en medio de la borrasca; nuestra serenidad interior.
Las técnicas en este grandioso y simulado deporte son muchas y variadas. Cada país, desde los tiempos más remotos se ha preocupado y preparado en este sentido, y así nos ha legado sabios consejos. Entre ellos, en el que casi todas las naciones coinciden y con ellas sus ciudadanos, destacaría la anticipación, el trabajo, la solidaridad y la fraternidad, aunque otra cosa muy distinta sea: su práctica efectiva. DIARIO Bahía de Cádiz