Por si no lo sabían, ayer el Cádiz y el Oviedo se jugaban el ascenso a la segunda división A. Esto que parece tan normal dentro del devenir futbolístico de final de temporada, se vivió aquí y en tierras astures como una fiesta. El resultado fue el que fue y aquí paz y después gloria. Alegría en unos, decepción en otros. Que nos quiten lo bailao.
Asturiana como soy y residente en esta ciudad desde hace veintiocho años, tuve durante estas semanas atrás la oportunidad de tocarles la moral a unos y otros, cosa que me encanta. Ejercer de mosca cojonera es una de mis aficiones favoritas, por más ordinario que suene. Cadista con los asturianos y oviedista con los gaditanos. El fin de todo ello reírnos. Sólo eso.
Me reuní con los amigos el domingo a comer, observar el ambiente y acompañarlos hasta que llegó la hora de ir al Carranza. Incluso sacamos fotos a nuestros hijos con los oviedistas y se intercambiaron bufandas. Algún “Puxa Asturies” se me escapó bajo la mirada asesina de mis colegas. También algún toque de atención a algún carbayón*, que en estado de evidente embriaguez empezaba a meter la pata, y al que recriminé su actitud con esa fuerza moral que me dan las esesss con las que hablo y el acento cantarín que me sale cuando hablo con un compatriota de terruño.
Pero amigos, la hora de la verdad es la hora de la verdad y al comienzo del partido, ya sola conmigo misma, dejé de lado mi pose de corazón partido y me posicioné con el Cádiz de mis entretelas. Ni corta ni perezosa subí al caralibro fotos y cánticos animando al Cádiz, mientras mis corresponsales en el terreno me llenaban el wasap y el corazón de amarillo. Entre ellos, mi hijo. Ante todo -muy Pantoja yo- soy madre, Majestad.
Alguien de allende los Picos de Europa me comentó la desilusión que mi apoyo al Cádiz le producía porque, argumentaba, la tierra es lo primero. Yo había desilusionado a alguien por apoyar a un equipo de fútbol frente a otro equipo de fútbol. La “tierra” es lo primero. No los amigos, tampoco mi hijo gaditano o su gaditano padre. No los casi treinta años que llevo viviendo aquí, trabajando aquí, respirando aquí.
Sin poder evitarlo volví a escuchar los pitidos al himno nacional español de la final de la Copa del Rey. No se hablaba del espectacular primer gol de Messi, no de la alegría que todos los culés sentimos por ganarla. Habían pitado el himno porque lo que importa es la “tierra”. Su tierra. El fútbol, la camaradería, las risas con los amigos, la ilusión de mi hijo: eso no importa. Importa un estúpido sentido de pertenencia al trozo del planeta en que por casualidad tu madre te dio a luz. Es más importante ofender a millones de personas para reclamar tu puñetera tierra que ver y disfrutar tranquilos del deporte.
Creo que a estas alturas todo aquel que me haya leído sabrá lo que pienso de himnos y banderas. Aun así me gustaría ver la que se liaría si ofendiéramos los demás sus símbolos. Impresentable, sobre todo, la sonrisita del President. Esa sonrisa fuera de lugar, esa sonrisa chulesca y ofensiva de Artur Mas me amargó la victoria del Barcelona.
Me queda explicarle a mi hijo lo imbéciles, maleducados, confundidos, irrespetuosos y fuera de lugar que suelen ser algunos adultos, incluso los que ostentan cargos importantes y representan a millones de ciudadanos. Me queda que comprenda que hay mucha gente que no ha viajado ni leído lo suficiente. Pero sobre todo quiero que entienda que la patria son los amigos, la familia, los que te acompañan en la vida, los que pueblan tu corazón.
Por eso, por Servando, por Javi, por Dani, Álvaro, Dani junior, Pep, Paco, Javier, Nino y tantos más: ¡Viva mi Cádiz! ¡Vivan los Cadista! ¡Vivan sus…!
* El Carbayón (aumentativo de carbayu, que significa roble en asturiano) es el nombre que recibe un roble centenario que estaba situado en la Calle de Uría de Oviedo, en Asturias. Este árbol, debido a su porte y tamaño, fue de enorme importancia simbólica para la ciudad, y ha dado lugar al gentilicio oficioso de los oventenses, llamados también carbayones por este árbol. Medía 9 metros de circunferencia en su base, tenía dos troncos principales que alcanzaban una altura de 30 metros y su copa medía 38 metros de circunferencia. DIARIO Bahía de Cádiz