Deberíamos estar todos libres de pecado porque son fechas de comuniones, pero el mundo anda revuelto y los satélites se estrellan desde el cielo.
Las discriminaciones se suceden y la dermatitis alarmante, campa por las orejas de madres, que sufren ansiedad por querer perfeccionar hasta el último detalle. Los niños no saben nada y los que más, como Cristina, palpa, en la frase lapidaria de su madre de “no hay dinero para nada”, que la cosa está achuchada.
“El segundo padre” llama Cristina al novio de su madre y el mundo rula y los demás pisamos, porque somos carbono sin extinguir, aún no convertidos en fósiles. Los políticos se suceden, se quitan las conchas y las traspasan, con siglas incluidas. Los homosexuales se indiganan, con razón, porque le hagan ascos a su sangre y a las ovariadas, nos quema, no los años, ni los quilos, sino el élastico que se nos clava en las magras.
Es el gimnasio un empujón al vacío, las reuniones cafeteras, una terapia y los cuarenta, una cita ineludible en la que quieres aún mojarte la barriga y ya te cuelga por los pelos, el alma.
La realidad nos resbala, los niños nos cansan y lo más que hacemos es mantenernos de pie, apuntaladas a la pared que circunda el colegio, que no es sino vida pasando ante nuestras narices y yendose por la cloaca, a toda prisa.
Nos adornamos los pechos como flanes, con escotes de vértigo para que lo vean los cristianos, sin que haya sujetador que lo saque de la rutina, del despego y la fatiga que es ser tú sin que tengas ganas.
Pasamos los días por examenes de primaria, por espera de jubilaciones adelantadas y cartillas de paro. Por subvenciones para la luz, el agua o el alquiler del piso, por los recibos que aún faltan de pagar la hipoteca. Creemos en casi todo, menos en que el amor funciona cuando se hace por decreto de desesperación, mirando con envidia consentida la que se acaba de divorciar y ya tiene novio sacado de las páginas de contactos.
La actualidad no existe en las mesas donde se vierte el cafe de la espera, la coca cola de las risas de adolescentes con hijos que verán la fe, si nadie lo remedia.
Angelitos de quita y pon, niños que solo saben lo que les enseñan, a coger una escopeta y taparse la cara o a repetir letanías que olvidarán, en cuanto salgan vestidos de marineros o de princesas.
Lo demás es nada, porque el corazón, la mirada, los labios y la lengua, andan envueltas en hilo de cuerda y el tiempo está pasando y las arrugas creciendo y los pechos ondulados, bajo la blusa del mercadillo.
Hablamos y no sentimos que todo gira alrededor nuestro, que los satélites se caen, que los políticos conjuran, ni que los periódicos intentan contar algo que no es nuestro porque nada lo es, mas que la permeabilidad de lo cotidiano… El arroz, las patatas o el sacar el cuello, cuando ya te estás ahogando. Deberiamos estar libres de pecado, pero nos va la marcha y el ahogarnos en hiel y el vencernos y el levantarnos y el mandar a hacer puñetas la resilencia y la autoayuda y los consejos patriarcales de quien no es padre, ni mártir de la iglesia.
Estamos desfondadas, enfadadas y tiesas, lo que pasa es que nadie lo nota porque aparentamos apariencia y nos aparecemos como ángeles y nos vestimos de reinas y hasta cabalgamos sobre zapatos imposibles, que se nos clavan en los juanetes para hacernos bien la puñeta.
Deberíamos, quizás pecar por pecar, arrastrarnos como quinceañeras por todas las boberías que se nos ocurrieran, corretear a la vida y agotarla a ella, que es cien veces más perra que cualquiera.
No sé si les he dicho que es fecha de comuniones y la dermatitis está de fiesta. DIARIO Bahía de Cádiz