Creo que los ciudadanos de esta querida Isla que han nacidos a partir de 1948 tienen a nuestra -Plaza del Rey- muy bien grabada en sus retinas tal como la conocemos todos actualmente.
Y de eso han transcurridos ya 68 largos años. Y son tantos los años y los ciudadanos acostumbrados a visionarla con el mismo paisaje urbanístico de siempre, que para la mayoría de ellos ¡significa una vida entera!
Sin embargo la inmensa mayoría de estos ciudadanos -dado que algunos- se han quedado ya en el camino; tendrán que adaptarse a su nueva fisonomía, según el proyecto previsto y anunciado en los medios de convertirla en una Plaza totalmente diferente y diáfana. Incluso sin árboles y palmeras (palmeras centenarias de alto valor tanto económico como por la limitación de su especie).
El citado proyecto -acertado o no- y planteado bajo la perspectiva de sus razones técnicas, urbanísticas, modernistas o de cualquiera otra naturaleza; seguramente sea lo que necesite ese recinto y la sociedad en los tiempos que corremos, pero constituye un riesgo que quizás sólo se valorará una vez que haya sido transformada.
Y anticipar que su objetivo sea ‘dinamizarla’ para que todos los eventos festeros se celebren en ella y los ciudadanos puedan disfrutar de las terrazas de sus alrededores, es tanto como negar la evidencia, porque en realidad -eso mismo- es lo que sucede a diario y para ello, basta observar cómo se encuentra cada día de concurrida.
Tampoco sirven los argumentos de dejarla expedita para que los ciudadanos disfruten del ocio y del placer de sentarse en las terrazas -bien al contrario- además de que eso ya ocurre, habría que preguntárselo sobre todo a los propios interesados de los bares aledaños, que serían los más preocupados en saber cómo van a quedar -las citadas terrazas- después de su reforma.
Por otra parte conviene ‘puntualizar’ que dentro de este proyecto y de tratar de concentrar allí todos esos acontecimientos festeros, se pretende también trasladar -la Carrera Oficial- de la Semana Santa a dicha Plaza.
Y lo descrito en los párrafos anteriores, nos lleva a recordar que hace ya algunos años, el municipio de Conil de la Frontera, convocó a sus ciudadanos para decidir sobre los colores y el diseño del escudo y de la bandera de la ciudad, ya que existían algunas discrepancias para definirlos entre los ciudadanos y el municipio.
Pues bien, hoy esos ciudadanos y su ayuntamiento -presumen y disfrutan- satisfechos y orgullosos de sus insignias consensuadas y a gusto de todos.
Siempre he oído decir que -las comparaciones- suelen ser odiosas y la referida anteriormente no sé si alcanza esa categoría o no, aunque lo cierto es que produce una sana envidia; entendiéndola como tal, sobre todo cuando se aplican en los casos que por su ‘manifiesta importancia’ deberían someterse a la consulta de la ciudadanía. Y éste bien lo merecía.
No en vano y frecuentemente asistimos paciente y pasivamente a bastantes situaciones incómodas que admitimos dócilmente sin rechistar ni anticiparnos a estos acontecimientos para tratar de reducirlos o evitarlos.
Y mientras tanto, otras causas que están en la mente de todos siguen pendientes de soluciones antes de acometer la reforma prevista de la citada Plaza. Y describirlas una a una, sin perjuicio de que este recinto se modifique, no es el propósito principal de este artículo.
Pero tratándose que nos encontramos ante una inversión que afecta al sector de domino público y patrimonial -sí reivindicar al menos- la suerte de nuestro famoso, célebre e histórico puente Zuazo, que no obstante pendiente de la administración para su rehabilitación, se encuentra en un lamentable estado de deterioro, abandonado y ‘cayéndose a pedazos’.
Y sinceramente creo que el puente ‘nuestro histórico puente’ merece otra atención distinta a la que tiene -o sea ninguna- no sólo por lo que significó, sino por ser una de las señas de identidad más antigua y destacada del patrimonio de nuestra Isla. Así como memoria histórica de todos los españoles sin distinción alguna y especialmente de los isleños.
Por último y aún sabiendo qué gobernar resulta extremadamente difícil y hacerlo a gusto de todos los ciudadanos lo es más todavía, la sociedad en su conjunto, es decir los ciudadanos más comprometidos, deberían en pos del bien común, agruparse a través de una plataforma cívica para plantear y reivindicar las necesidades más urgentes y generales de la ciudad y las propias y particulares de cada barrio, de cada rincón y de su entorno, así como de las periferias y como consecuencias hacerlas más agradables, habitables y visitables.
Y hacerlo con argumentos rigurosos y sólidos y con todo el derecho y los razonamientos que les asisten y les corresponden como vecinos y ciudadanos; colaborando, sugiriendo ideas, saliendo al paso y a tiempo para debatir los proyectos no deseados o los que se presenten como hechos consumados.
Por eso sería muy bueno, efectivo y plausible establecer ese contacto de entendimiento -tan necesario- que debería existir entre administradores y administrados. Y si nos lo propusiéramos seriamente actuando -unos y otros- unidos en el empeño, quizás conseguiríamos resultados más acordes, eficaces y positivos, pero eso sí, conservando, manteniendo y mejorando lo bueno que poseemos, sin descuidar las iniciativas que verdaderamente generen: ¡riquezas, progresos y puestos de trabajo! DIARIO Bahía de Cádiz