“Mándanos la razón seguir siempre por el mismo camino, pero no siempre al mismo paso”. M.E. de Montaigne.
Huelga decir que lo que sucedió la noche del partido, en el Camp Nou, entre el Barcelona y el Atletic de Bilbao; cuando a los inicios del encuentro se produjo la fenomenal pitada al Himno Nacional con la presencia de SM el rey, Felipe VII, que tuvo que asistir impávido ante el chaparrón de antipatriotismo, sedicionismo, revanchismo y mala educación con el que el público asistente al evento, sin distinción de clases, cultura, formación o posición social, quiso obsequiarle; posiblemente no tanto como repudio a su persona como monarca, que también, sino como Jefe de Estado de la nación española a la que representaba en aquel momento con su presencia en el palco de honor del estadio.
El Gobierno español fue consciente de que ello sucedería, las autoridades deportivas no tenían duda alguna de que la pitada tendría lugar y los señores de la Generalitat, además de estar enterados y encantados de que se produjera, no tomaron medida alguna para evitar el bochorno, si es que no contribuyeron a que la boutade se produjese, con la clara intención de reafirmarse en su postura independentista. El Gobierno español, como ya resulta habitual, se ha limitado a hacerse el desentendido delegando a terceros la misión de averiguar si existe algún resquicio en la legislación ¡no la penal, por supuesto!, para aplicarles alguna sanción a los equipos, ya que, ante la unanimidad de la patochada, seguramente sería difícil poder identificar a los pocos que no participaron en las injurias al Rey y al himno nacional, para salvarlos de la sanción que con toda seguridad se merecerían el 99`99% de los asistentes.
Y así, señores, cuando el señor Rajoy insiste, una y otra vez, en que está legitimado para presentarse otra vez a ser reelegido y mantiene que todo lo han hecho bien, a pesar del serio correctivo que ha recibido de la ciudadanía española que les ha costado 2.000.000 de votos y la repulsa, casi unánime, de todos aquellos que confiaron en él para que acabara con el desafío catalán y aprovechase la mayoría de la que disponía para poner en vereda a todos aquellos que no cumplieran con los mandatos constitucionales, que pusieran en cuestión la unidad de España y que intentaran aplicar sus teorías progresistas sobre temas de tanta enjundia como el aborto, la propiedad privada, los matrimonios de gays y lesbianas y la defensa del orden público y las libertades individuales de todos los ciudadanos; evitando que algunas minorías se hicieran dueñas de las calles, presionaran a los que no quisieran compartir sus ideas o aplicasen los métodos estalinistas para atemorizar a los españoles e inducirlos a desobedecer las leyes del Estado.
A medida que la permisividad de las autoridades se hace más evidente; que el temor de los gobernantes a sofocar los actos vandálicos y contrarios al Estado de Derecho se hace más patente, es evidente que los agitadores van cogiendo confianza, los separatistas se reafirman en sus convicciones y los que siguen dudosos van adquiriendo la sensación de que, si los que debieran poner orden y sancionar los actos públicos de rebeldía no lo hacen será que siente temor ante la fuerza y los recursos de aquellos que se levantan contra ellos. Un Gobierno que todo lo fíe al paso del tiempo, a que la mejora económica (que, por cierto todavía no es perceptible para los cuatro millones cuatrocientos mil parados registrados en las oficinas de empleo) cambie el sentido del voto de aquellos que no les votaron o que las equivocaciones de sus adversarios lleguen por si solas; es que no tiene ni idea de cuales son sus responsabilidades, de los deberes que tiene contraídos con sus votantes y de las tácticas que se deben utilizar para desenmascarar a todos los que van ganando votos engañando a los ciudadanos.
Y ahora quisiera reflexionar sobre un tema que es posible que no se haya contemplado desde la óptica de dar una vuelta de timón para demostrar que, el pretendido inmovilismo de Rajoy, que la supuesta autocracia impuesta por los dirigentes populares o que su cerrazón a entenderse con sus adversarios políticos, que tanto se les viene criticando desde todo el resto de partidos políticos del arco parlamentario y extraparlamentario, ha tocado su fin. Pensamos que, en Andalucía, la señora Susana Díaz, con todos su resabios de izquierdas, viene demostrando rasgos de sensatez cuando se muestra contraria, al menos así lo dice, de establecer barreras, de poner trabas o de renunciar de antemano a tratar y pactar con otros partidos, aunque estos pudieran ser de derechas, como es el caso del PP. Es evidente que, el señor P.Sánchez, pretende enviar al ostracismo a una formación que ha ganado en votos las elecciones del 24 de Mayo, aunque ello no le sirva para gobernar si, como parece que quieren el resto de partidos, deciden hacerle el vacío político negándole el pan y la sal.
Algunos pensamos que, ante la posición negociadora de Susana Díaz, teniendo en cuenta sus diferencias evidentes con el líder de su partido y las pegas que les vienen poniendo Ciudadanos o Podemos, cuando le exigen condiciones muy difíciles de aceptar; es posible que, por una vez y sin que sirviera de precedente, sería conveniente aplicarse la frase del Evangelio de “ofrecer la otra mejilla cuando te pegan un bofetón” y, sin apoyar la investidura de la señora Díaz, ofrecerle abstenerse, a pesar de que, en Madrid (donde el PP ha cometido errores imperdonables, mostrando las evidentes diferencias entre Esperanza Aguirre y la Cúpula del partido, algo que a los votantes siempre les produce desconfianza e irritación), los Socialistas capitaneados por P. Sánchez se han mostrado intratables y se comportan como perro de hortelano, buscando conseguir poder, por el medio que fuere, incluso favoreciendo la entrega de la alcaldía a la señora Camarena (afín al grupo Podemos), alguien que, por su manera de pensar, se podría decir que entraña el mismo peligro de Ada Colau en Barcelona.
Es posible que, un comportamiento caballeroso con la dirigente andaluza, sirviera para abrir puertas para otros acuerdos que permitieran superar un poco la situación de aislamiento absoluto a la que, el partido de Mariano Rajoy, está sometido. En ocasiones, las tácticas de acercamiento, aún sin conseguir las contraprestaciones consabidas, pueden aligerar la carga de repulsa que comportamientos excesivamente rígidos pudieran haber provocado. No debemos olvidar que, hoy por hoy, la presidenta andaluza es la que mejores resultados ha obtenido para su partido en sus pruebas electorales y que es evidente que, para el señor P.Sánchez, constituye un posible rival, si no para las elecciones del mes de Noviembre, quien sabe si para las siguientes, según fueren los resultados del PSOE en los próximos comicios.
Lo cierto es que nos encontramos a menos de seis meses de las legislativas y muchos pensamos que al PP le quedan muchos agujeros por tapar, muchas cuentas que saldar y muchas reticencias que intentar salvar. Si el relevo del candidato resulta que no es posible en tan poco tiempo, la reconstrucción de su imagen, el eliminar de la mente de los electores la figura de un personaje extremadamente exigente, impasible e irreductible, se nos antoja como una empresa de titanes. Lo malo es que, si permitimos que esta izquierda extremista, estos partidos venidos de los regímenes bolivarianos, estas comparsas surgidas de los votos de agitadores y antisistema, se vayan consolidando y se les permita aplicar sus políticas comunistas y su concepción de la economía estatalizada y gobernada por políticos; es muy posible que, antes de que tengamos posibilidades de reaccionar, ya nos hayan implantado sus métodos totalitarios y antidemocráticos de modo que, como ocurre en los países americanos de Suramérica, ya sea imposible acudir a unas elecciones libres, debido a la falta de libertades, la censura y la ausencia de una oposición con fuerza para oponerse al sistema dictatorial impuesto.
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadanos de a pie, mucho nos tememos que la democracia en España está dando las últimas boqueadas. ¡Dios quiera que no! DIARIO Bahía de Cádiz