Independientemente del santoral tradicional de nuestro calendario y de las festividades locales, comunitarias, nacionales e incluso de las internacionales, que habitualmente conocemos, han aparecidos también otras celebraciones generalmente establecidas bajo el denominador común ‘del día referido a un motivo determinado’. Así desde hace algún tiempo surgió -el día de los enamorados- por citar uno de los ejemplos más relevantes, que está bien que así sea para no enfadar a Cupido, aunque en mi opinión y tal vez en la de otros, creo que su origen obedece más a fines comerciales y lucrativos que a cualquier otra celebración.
Y así se ha venido añadiéndose fechas al almanaque de otras tantas celebraciones referidas al día de tal o de cual, si bien es verdad que no todas tienen el mismo antecedente que el día citado anteriormente. Pero dicho esto, mi atención hizo que mi mente se fijara hace pocos días, concretamente el pasado día 7 en el día internacional de la mujer.
Día por otra parte reivindicativo, que reflexionando en ello y en Ellas, ha motivado que les dedique el presente artículo, como -un homenaje- de público reconocimiento a su amplio ámbito de competencias, pero en esta ocasión, referida a su actitud más concreta relacionada con la enseñanza, en la que evidentemente viene desarrollado un papel responsable e importantísimo en las tareas de la educación del niño.
Y hoy este ejercicio cobra especial interés y adquiere otros argumentos y compromisos, otros condicionantes, mayores dificultades y a la vez, nuevas responsabilidades como consecuencia de una sociedad tremendamente consumista y aceleradamente cambiante.
Sin embargo, su intrínseca capacidad educadora le concede la facultad de ejercitar esas funciones allí donde se necesite su presencia y su participación; siendo precisamente en la escuela, uno de los lugares donde más se precise de su papel, sobre todo, en los estadios o en los ciclos de enseñanzas dedicados a los más pequeños ¡a los infantiles!
Así pues, podemos tener la certeza de una esperanza motivada en la mejora de la calidad de la vida tanto en el hogar como en la escuela, no sólo en razón de la presencia de la mujer en el proceso educativo, sino en función de su compromiso con la sociedad.
¿Y por qué digo también en el hogar? porque a nadie se le escapa advertir, menos aún a padres, educadores, sociólogos, psicólogos, etcétera, que la educación tiene algunas lagunas y que en ocasiones se tambalea.
La educación en el sentido más amplio no puede ceñirse exclusivamente a un sinfín de transmisiones del conocimiento, sino que debe de ahondar más y someterse a la disciplina y autocontrol del niño en su crecimiento, en su formación y en el conjunto de todas sus dimensiones humanas.
Es aquí donde la importancia del talante femenino en general y por tanto también en la educación, constituye un claro exponente que se pone de manifiesto principalmente desde la más temprana edad del niño. Es la primera célula de la educación familiar que brota en el seno del hogar cuya incidencia educativa, comienza casi inadvertidamente a partir de la concepción del ser en su propio vientre.
De la misma manera resulta vital la actuación de la mujer a lo largo de la infancia del niño y de todo el proceso de su formación. Y es que sólo ella está dotada de ese carisma especial y de la visión particular de una intuición innata; cuyas aptitudes la lleva a situarse y convertirse en la pieza central de la resolución de todos los problemas, que afectan al niño desde su nacimiento pasando por su más tierna infancia.
Por eso, aunque nos debatimos en un mundo desaforadamente competitivo, el acceso de la mujer a un puesto de trabajo, que en ningún caso debe considerarse negativo y menos aún en la escuela en donde precisamente ha de existir una estrecha y casi perfecta correlación entre ésta y el hogar, porque si no, ambas cosas resultarían baldías por la falta de continuidad educativa de no existir la condición de simultanear las enseñanzas que se reciben en el hogar con las recibidas en las escuelas y viceversa.
Armonizar estos supuestos en una sociedad mayoritariamente materialista e incluso recelosamente machista todavía -no es fácil- y exige que esta situación conlleve la necesidad de combatirla. La razón es tan simple como natural: la mujer por su espíritu y por su propia peculiaridades biológicas, tiene conferida de por sí la dualidad de poder actuar tanto como mujer-madre que como mujer-profesión; una capacidad que no se da ni puede ejercitar en su total plenitud y eficacia el hombre por razones obvias.
Entre la mujer y el niño, lo mismo que entre el educador y el educando con sus matices, existe una influencia íntima y reciproca en la transmisión de conocimientos, que sería estéril e incompleta si en ella no existiese el resultado de introducir, fomentar y ejercitar los valores humanos, morales y éticos.
Y su situación contemplada actualmente bajo el aspecto de una visión más universal, generalizada y fuera de la enseñanza, ha conquistado bastantes posiciones y derechos en el mundo laboral y también en la sociedad, que otrora era impensable.
Y no sólo eso, sino que ha demostrado también estar capacitada para desarrollar eficazmente cualquier actividad, pero todavía sus actuaciones son consideradas no insuficientes, pero sí parcas en admitir los méritos alcanzados en ese mundo laboral tan diverso y generalizado. Sin tener en cuenta ni concederle el escalón que la mujer ha subido en el segmento socio laboral; pasando de ser la mujer de… a la mujer qué…
A la mujer qué trabaja, qué organiza, qué gobierna, etcétera, porque posee y desarrolla estas disposiciones y cualidades, cuesta que les sean admitidas, especialmente las que se refieren a reconocer su valía, efectividad y eficacia en su puesto de trabajo equivalente al que pueda desarrollar el hombre.
Además con el componente añadido de sus propias remuneraciones, en la mayoría de los casos en desventajas, disminuidas, mermadas o inferiores y por debajo de la que recibe hombre. Sin entrar en otras circunstancias y consideraciones que merecerían un artículo aparte, tales como la desigualdad, el acoso, el mal trato y la violencia de género, que cada año se lleva por delante a casi un centenar de víctimas de las denunciadas.
Pero volviendo a la enseñanza en donde quizás los conceptos y los parámetros anteriores están digamos: más equilibrados, a la par o igualados por su carácter de funcionariado. La mujer encuentra por su naturaleza, por su condición de mujer, madre y educadora, un lugar prominente e ineludible en la escuela, de la cuál es su principal artífice.
Así qué no sólo por eso, sino por todo lo descrito, proclamo públicamente qué: ¡benditas sean esas mujeres, tanto en la escuela como en sus distintas y múltiples facetas de profesiones que hoy practican con la misma eficacia del hombre!
Sin embargo, paradoja de la vida. En nuestro mundo actual y en pleno siglo XXI, caminado ya hacia el tercer milenio, hay 62 millones de niñas sin escuelas ¿Cómo se soluciona éste gran déficit? DIARIO Bahía de Cádiz