“Leyendo se acaba sabiendo casi todo, Yo también leo, Por tanto algo sabrás, Ahora ya no estoy tan segura, tendrás, entonces, que leer de otra manera, Cómo, No sirve la misma para todos, cada uno inventa la suya, la que le sea propia, hay quien lleva la vida entera leyendo sin haber conseguido nunca ir más allá de la lectura, quedan pegados a la página, no perciben que las palabras son sólo piedras puestas atravesando la corriente de un río, si están allí es para que podamos llegar a la otra orilla, la otra orilla es la que importa, A no ser, A no ser, qué, A no ser que esos ríos no tengan dos orillas, sino muchas, que cada persona que lee sea, ella misma, su propia orilla, y que sea suya, y sólo suya, la orilla a la que tendrá que llegar.” (Saramago)
El único país del mundo que decidió que los responsables de esta larguísima crisis financiera pagaran por sus desmanes ha sido Islandia. Los ciudadanos islandeses no consintieron que siguieran riéndose de ellos.
Existe otro país en el que ser maestro es un orgullo nacional. Sólo los mejores educan a los niños. Finlandia aparece una y otra vez en el primer puesto del informe PISA. En Islandia se leen 40 libros por habitante y año. En Finlandia 47, y el 80% de las familias van con sus hijos a la biblioteca el fin de semana.
En España el 35% de la población no lee nunca, el 63% alguna vez al trimestre y un 29% todos los días. La ratio resultante, sin tener en cuenta a los que no leen, es de unos 8 libros por habitante al año. Incluso los que no leen nunca, admiten que leer es bueno. Sabemos que una sociedad que lee más, también escribe más, por tanto, es una sociedad que puede progresar.
Los libros construyen ciudadanía, cuestionan, arañan, vapulean y nos hacen críticos. La literatura es reflexión, belleza, entretenimiento. Nos hace mirarnos a nosotros mismos a través de los ojos del otro. Tiene que ver con lo que somos, nos deja marcas, cicatrices… La condición humana es lo que encontramos en la literatura.
Dice Benito Taibo, escritor mejicano, que “el libro es capote para el torero, paraguas para el sol y la lluvia, escudo contra las flechas de la estulticia, de la imbecilidad que inunda el cielo. El libro es almohada para tener los mejores sueños, cama de clavos para las más terribles pesadillas, pañuelo para las lágrimas y bálsamo para las heridas. El libro es ese ladrillo que construye ciudadanía, casa, muros, universos.”
Pero sobre todo es vida. Vida aumentada y multiplicada cuando recordamos ante el pelotón de fusilamiento el día que nuestro padre nos llevó a conocer el hielo. Entonces el mundo era tan reciente que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo. Recordaré siempre un gesto en concreto que te era particular, cuando tocabas tu frente…y yo ¡quería gritar! (esa voz… esa voz…me trae recuerdos de un modo veloz) porque soy, y también seré en el otro mundo quién os amo desmesuradamente. Ordenaré a cada artista del mundo conocido que talle tu cuerpo, que dibuje tu rostro para arrancarlo del olvido de la muerte porque lejos de haber amado con exceso, como Serviano estaría afirmando en ese momento en Roma, no había amado lo bastante para obligar a Antínoo que viviera. No importa que los Inmortales de Jerjes disparen sus flechas y oscurezcan el cielo. Lucharemos en la sombra.
Soy, fui y seré, seremos, fuimos y somos Ana Ozores atormentada en las calles de Vetusta, Emma Bovary y Anna Karenina. Gregorio Samsa, Charles Swann buscando el tiempo perdido. Grushenka, Aliosha, Aldonza Lorenzo, Julieta, Alicia, Maigret, Poirot, Malausanne, el Marqués de Bradomín, el Príncipe de Salina, Penélope, Cyrano, Pijoaparte, el detective sin nombre de Mendoza, Lisbeth Salander, Pepe Carvalho, Wendy, Manolito Gafotas, Mafalda, Corto Maltés, Esteban Trueba, la tía Julia, el Escribidor…
Y somos, fuimos y seremos el alacrán que Amaranta creyó que había picado a Úrsula, las calles y casas de Macondo, una ciudad y sus perros, el esplendor en la hierba. No me esperen en abril. Agosto. El invierno en Lisboa. Calles de Nueva York. La Mancha. Celama, Yoknapatawpha, Comala, Praga, Dublin, San Petesburgo, El Cairo, tierras de penumbra.
Nunca estaré sola porque un marinero en tierra me dijo que tú no te irás, mi amor, aunque lo quieras. Tú no te irás, mi amor, y si te fueras, aun yéndote, mi amor, jamás te irías. Aunque este sea el último dolor que ella me causa y estos los últimos versos que yo le escribo.
“Somos lo que hemos leído o seremos la ausencia que los libros han dejado en nuestras vidas”. DIARIO Bahía de Cádiz
Precioso canto a los libros y la literatura