“Desde el martes pasado se encuentra ya, por méritos propios,
en el altar que poseo con mis dioses creadores… preferidos:
Miguel Hernández, Machado, Paco de Lucía, Lorca, etc.”
No me fluyen las musas creadoras con la claridad deseada. Costándome un mundo comenzar a escribir los primeros renglones de esta tribuna, dedicada a la memoria del gran cantaor de flamenco Alejandro Segovia Camacho, Canela de San Roque. Fallecido en Algeciras el pasado martes, 4 de agosto, a los 68 años de edad. Artistas que, al haber sido con su genuina personalidad, una primerísima figura de la pureza del cante. Fue recogida y publicada, la luctuosa noticia de su muerte, por las agencias de prensa y hasta por los diarios más prestigiosos a nivel nacional, revistas especializadas de flamenco, etc. Siendo declarado día de luto oficial en la ciudad que lo vio nacer, San Roque (Cádiz). Instalándose la capilla ardiente en el Palacio de Los Gobernadores, con el féretro con sus restos mortales cubiertos con la bandera del pueblo gitano…
Al proseguir totalmente apenado, abro de par en par las ventanas inspiradoras, para volver a impregnarme del azahar del gran maestro. Porque aunque se nos fue de este mundo hace unas horas, siempre permanecerá con nosotros, debido a que, la pura canela de su discografía, está desparramada por todas las redes del firmamento. Hasta el punto que, con varias toques con las yemas de mis dedos, no a las cuerdas de una guitarra sino al teclado y ratón del ordenador, su indiscutible voz brota en mis oídos, deleitando los paladares de mis sentidos. Siendo eso, escucharlo cantar, el mejor reconocimiento y homenaje que le puedo rendir, porque el majestuoso duende de su cante, es cátedra para las futuras generaciones, que irán a beber de su ortodoxia.
Por ello, a las 07,15 horas de la mañana, del viernes 7 de agosto, que es cuando estoy escribiendo esto en su memoria. He pinchado al azar un vídeo de Alejandro Segovia, Canela de San Roque, correspondiente al de la Bienal de Sevilla de 2014. En el que aparece cantando primero su hijo, José, para a continuación, arrancarse él con su exclusivo pellizco. Provocando su voz que se me estremezcan los pilares de los fragmentos de mi prosa. Aflorándome contrarios sentimientos a través de los quejidos profundos, que al gran Canela le brotan del alma. Embargándome, por una parte, un hondo dolor y tristeza por su gran pérdida, cayéndose lágrimas como perlas. Y, por otra parte, la agridulce alegría que siento, con los vellos a flor de piel y las lágrimas en los ojos, escuchándolo cantar un fandango dedicado a su mujer, cuya letra dice: “Tú por qué lloras, / con esa penita tan grande, / si tú eres la Dolorosa. / Tú por qué lloras, / con esa pena tan grande. / A Dios le pido una cosa, / que tú a mí me vivas siempre, / porque yo con tu calor, / soy más rico que nadie, / yo soy más rico que nadie”.
El maestro, ha sido tan rico y privilegiado como el que más, en ese y en otros aspectos, porque siempre estuvo acompañado y arropado por su esposa e hijos… acorde a la doctrina de su noble pueblo gitano, y a la casta y vergüenza de su distinguida familia. Hasta el punto que, la última imagen que guardo en vida suya, fue de unos días antes de ingresar en el hospital. Saludándolo, María Teresa y yo, cuando iba paseando cogido de la mano de su esposa, por la Avenida España de la barriada. Y ahí, en la terraza de La Unión, en los últimos años coincidimos muchas veces, estando él, casi siempre, con su esposa o hijos, desde que se vinieron a residir a esta zona, procedentes de otra céntrica avenida de Algeciras.
Terraza en la que, cuando pasaba por la misma me decía: “Siéntate, José, que te voy a contar unas cosillas”. Y cuando me hablaba de flamenco o de cómo había estado en sus últimas actuaciones… Lo escuchaba atentamente, al ser lo correcto ante un sabio del cante como lo era él. Sin embargo, cuando charlábamos de otros temas, especial de uno y que me reservo detallar. Profundizábamos separando, al mismo son, el ‘trigo de la paja’.
Por ello, fue mucho el respeto y admiración que nos profesábamos. Sintiéndome más que honrado con la amistad que me transmitía. Habiendo sido todo un gran honor y privilegio, haber sentido las palpitaciones del genio amigo, encima de un escenario cantando para el público entendido o para un reducido grupo de amigos. Y más, cuando le afloraba la alegría y se arrancaba para mí solito, a media voz, haciéndose el compás con una mano en la mesa. Floreciéndole, al final, su picarona y noble sonrisa.
El maestro, alcanzó la gloria del cante hace muchos años, al ser fiel a sus principios. Habiendo sido un cantaor muy grande entre los más grandes de la historia del flamenco. Por ello, desde el martes pasado se encuentra ya, por méritos propios, en el altar que poseo con mis dioses creadores… preferidos: Miguel Hernández, Machado, Paco de Lucía, Lorca, etc., etc.
Así que, descansa en paz, amigo. Porque, ante todo, eras y eres una gran persona. DIARIO Bahía de Cádiz