Desde que el mundo es mundo las mujeres han sido las que han decidido y han marcado su impronta en la familia, que siempre ha sido cuna del matriarcado. Como en todas las reglas existen las excepciones que las confirman. El éxito de las tácticas femeninas o feministas, como se quiera decir, ha consistido en que siempre se las han arreglado para hacer aparecer al varón como un ser tonto, fácilmente influible, y al que se le puede manejar fácilmente. Esto no quiere decir que no hayan tenido necesidad de él, al menos hasta hace poco tiempo, para satisfacer su libido que, por raro que pueda parecer y por mucho que se haya dicho que el varón es más adicto al sexo que la hembra; la realidad es que son ellas las más libidinosas y las que mayor necesidad tienen de él. En realidad, son ellas las que se han encargado de propagar la fábula de que es el hombre el que babea en busca de sexo mientras ellas se lo dosifican a su antojo. Ahora ya han encontrado otra solución: el lesbianismo
Cuando les ha convenido se han hecho las tontas pero, si seguimos la Historia, veremos como los grandes hombres siempre, o casi siempre, han estado dominados por una mujer o, acaso, por varias. Desde César y Marco Antonio, encandilados por Cleopatra, o el mismo Herodes Antipas que, dominado por la tentadora danza de Salomé, tuvo la debilidad de ofrecerle lo que pidiera y ésta, a instancias de la mujer del tetrarca judío, Herodías, le pidió la cabeza de Bautista, a lo que accedió su padrastro obligado por su promesa. Mesalina, una de las mujeres de Claudio I, por otra parte uno de los mejores emperadores romanos, se dedicó sin el menor recato a “coronar” a su pacífico marido, compitiendo con una prostituta a ver cual de las dos conseguía acostarse con un mayor número de hombres. Ganó Mesalina. Unos pocos ejemplos de cómo las mujeres se han sabido aprovechar de su presunta debilidad para hacer que los hombres hicieran su voluntad.
De hecho, esta presunta “esclavitud” de la que han hecho su arma reivindicativa, es algo que han venido explotando cuando se han dado cuenta de que, competir con el varón, les puede salir rentable; sobre todo si ello les proporciona una posibilidad de saltarse las normas, hacer de su voluntad un derecho, ponerse por encima de los hombres y convertirlos en seres de segunda, valiéndose de una serie de supuestos estudios, de atribuirse una inteligencia superior o de presumir de ser más capaces que los del sexo contrario. Verdades o semi-verdades, en muchas ocasiones difíciles de probar, de las que se han valido de forma sibilina para situarse en una posición que les permite atacar al sexo contrario, atribuyéndole ser el responsable de haber sido relegadas a la simple categoría de amas de casa. Veamos, no obstante, quién ha cargado con la peor parte en la historia de la Humanidad. Desde el tiempo de nuestros primeros padres, cuando los primeros humanos optaron por la forma tribal, los que debían afrontar los peligros de la caza eran los hombres; los que defendían a sus mujeres e hijos de los ataques de las bestias feroces, también eran los hombres, los que luchaban y morían contra las otras tribus eran los hombres, los que acarreaban los grandes pesos eran los hombres y las que se dedicaban a las labores más llevaderas y al cuidado de los hijos., las mujeres. ¿Quiénes eran los que llevaban la peor parte?
Desde el tiempo de las primeras civilizaciones: romanos, cartagineses, íberos, fenicios, francos, teutones etc. hasta hace unas pocas décadas, han sido hombres: los soldados que han ido a la guerra; los trabajadores de las minas; los de las canteras; los labradores del campo; los estibadores; los pescadores y todos aquellos se jugaron la vida para descubrir nueva tierra. Es posible que hubiera un tiempo en que, las mujeres, fueran consideradas inferiores a los hombres cuando la fuerza bruta era un signo de virilidad y mando, justificado por la necesidad de usarla para defender a la familia, la comunidad o, más tarde, la propia nación. Trabajos rudos, interminables, en muchos casos ejecutados en malas condiciones y expuestos a enfermar o en el caso de las guerras, a morir. No se les podía pedir demasiados remilgos ni un trato versallesco cuando apenas, con sus módicos salarios conseguían alimentar sus familias. Tampoco ellas pensaban en sustituirlos en sus tareas pesadas, demasiado entretenidas en las labores del hogar y el cuidado de los hijos. Cada parte cumplía su parte del contrato, sin que se planteasen las causas de que las cosas fueran de la manera que eran. ¿Eran infelices? Pues yo diría que, como siempre ha ocurrido, los habría que estarían contentos con los suyos, disfrutarían de la compañía de amigos y, de acuerdo con las circunstancias de los tiempos, es posible que disfrutasen de una felicidad que les proporcionaba las pequeñas cosas que les otorgaba la vida. No deseaban más ni tampoco (en aquellos tiempos el campo y la ciudad se interconectaban raramente) sentían la tentación de lo desconocido.
Fue la modernidad la que despertó, en ciertas mujeres, el ansia del conocimiento. Habían terminado los años en que la fuerza bruta era determinante para defenderse o hacer las tareas necesarias para subsistir en medio de una naturaleza muchas veces adversa y destructiva y, los nuevos tiempos, dejaban atrás los viejos roles atribuidos a los distintos géneros. Fue entonces cuando las mujeres que estaban en condiciones, igual que los hombres, sintieron la necesidad de acceder a la enseñanza, realizar determinadas tareas para las que no era necesario una fuerza extraordinaria y, en especial, el derecho a poder escoger, tanto entre hombres como mujeres, a quienes deberían gobernarles, el derecho al voto. Estas fueron las llamadas sufragistas. Y, entre las primera Emma Goldman, Emili Davison y Carmen Karr. Este fue el principio y, desde entonces, las mujeres no han dejado de luchar por sus derechos hasta conseguir la equiparación con los hombres. Ahora han decidido que no basta con eso.
Como suele suceder, en casi todo tipo de reivindicaciones, es muy difícil que cuando se ha conseguido, prácticamente, la ansiada igualdad, no exista la tentación de la revancha que, en este caso es pretender humillar al que, entre otras cosas, ha contribuido con su apoyo a que dicha igualdad se haya conseguido, para superarlo y dejarlo atrás. Para lograrlo todo sirve. Y aquí encaja a la perfección una de las leyes de Murphy: “cualquier intento para mejorar las cosas sólo sirve para empeorarlas”.
Se han puesto de moda y de ello son culpables la prensa y las TV, crear grupos de discusión, agrupaciones de mujeres, tertulias televisivas etc. que parece que no tienen otra misión, como ocurre con este espacio de la TV1, conocido como “Amigas y conocidas”, que menospreciar a los hombres, criticarlos, pintarlos como inferiores, dar opiniones lapidarias sobre sus errores y constituirse en una verdadera Inquisición a la que se le permite que de rienda suelta a su feminismo, empezando por esta mosquita muerta que es su directora, Inés Ballester, pasando por la cándida representante del Vaticano, Paloma Gómez Borrero y terminado por periodistas y otras profesionales que se han creído de verdad que las únicas inteligentes y capacitadas para llevar el mundo son ellas.
Nos parece que aquí se está poniendo de relieve una clara discriminación hacia el sexo masculino, que pone en una situación de inferioridad e indefensión a los varones; a los que no se les da la oportunidad de contrarrestar todo el cúmulo de lugares comunes, tópicos, falsas apreciaciones y acusaciones, cuando no se da a conocer más que el punto de vista femenino, respecto a cuestiones, sucesos u opiniones en los que intervienen, en ocasiones como imputados, representantes del sexo masculino. Apreciaciones evidentemente trufadas del feminismo más beligerante, en un intento descarado de ridiculizar o, en ocasiones, de acusar sin pruebas las actuaciones de los hombres. Reclamamos, enérgicamente, que se subsane tal anomalía, creando otra tertulia similar pero, en esta ocasión, formada sólo por hombres, donde se pueda hablar de las mujeres y sacar a colación sus equivocaciones, con el objeto de defenderse de sus constantes ataques, en muchas ocasiones injustos y desproporcionados.
O así es como, señores, desde la óptica del ciudadano de a pie, vemos como en la TV1 se incumple el principio de igualdad, al programar a favor del feminismo sin dar ocasión al “machismo”, en el mejor de sus sentidos, a poder contrastar opiniones con aquel, en defensa de la honra del género masculino. DIARIO Bahía de Cádiz