Proudh, Bakunin, Reclus y Kropotkin representaban, en la segunda mitad del siglo XIX, la flor y nata del pensamiento anarquista que, en nada, coincidía con el marxismo, del que se excluyeron a partir del Congreso de la Haya de 1972. De allí surgieron dos corrientes distintas del anarquismo: la individualista y la comunista. Coincidían en la necesidad de acabar con la propiedad privada pero, así como la primera aceptaba la propiedad privada de los bienes de consumo, la segunda exigía la total colectivización de la propiedad. En España fue condenada la Internacional en las Cortes de 1.871, tras la revuelta de la “Comuna”, no obstante ambas, subrepticiamente, consiguieron subsistir con el apoyo de elementos internacionales, participando en las revueltas agrarias del campo en Jerez y en las sangrientas revueltas salariales que ensangrentaron Alcoy. Con el golpe de estado del general Pavía y la “saguntada” de Martínez Campos se inició una cruenta represión que condenó al anarquismo a refugiarse en la tendencia anarcocomunista, basada en la acción directa y el atentado personal con armas de ataque y defensa, enfrentados al sistema canovista agrariofeudal, cimentado en la “sacrosanta propiedad privada”.
La Restauración propició una cierta liberalización que, a partir de 1881, dio lugar a que se produjeran diferencias entre los anarcocolectivistas de los sindicatos catalanes (intentando conseguir su legalización) y los jornaleros anarcocomunistas andaluces sometidos a unas condiciones de vida extremadamente duras, enfrentados al paro y la miseria, algo que los que los abocaba a la desesperación. De ello nacieron los idealizados bandoleros andaluces y la aparición de sociedades secretas dedicadas al atentado personal, los incendios de las cosechas y los raptos de los patronos, como métodos de crear pánico entre los terratenientes, defenderse de las fuerzas del orden y denunciar la precaria situación de los obreros del campo andaluz. Contra esta reacción de los jornaleros andaluces, surgieron acciones dirigidas por los terratenientes y las fuerzas de seguridad – concretamente la Guardia Civil– encaminadas a decapitar la fuerza de de las sociedades anarcosindicalistas de aquella región, unas legales y otras ilegales. De ahí la repentina aparición de “la Mano Negra”.
El supuesto hallazgo, por el teniente Oliver, de unos papeles con una mano negra pintada (en realidad los estatutos de la FTRE, Federación de Trabajadores de la Región Española), aprovechando la campaña montada por el gobierno de Sagasta en 1883, les sirvieron a los terratenientes y fuerzas del orden como excusa de la durísima represión contra anarcocolectivistas y anarcocomunistas. Se identificaron los miembros de la FTRE como integrantes de la “siniestra” Mano Negra, en el macroproceso que tuvo lugar en Jerez, como consecuencia del cual fueron ajusticiados siete hombres y varios centenares fueron desterrados a Filipinas.
Curiosamente, fueron los propios trabajadores, a través de la Federación Nacional de Trabajadores los que se manifestaron en contra de la Mano Negra, renegando de sus procedimientos y motivos (1.883), seguramente temerosos de que los identificaran con ella. Para los terratenientes y fuerzas del orden, constituía la prueba de la insumisión de un puñado de delincuentes y alucinados sin ideas ni intenciones políticas específicas. Lo cierto es que, mientras las fuerzas del orden continuaban con su tarea de restablecer el orden, en muchas ocasiones sin demasiadas contemplaciones, el movimiento reivindicativo de los segadores con su boicot a sus patronos y los intentos de represalias a cargo de los más recalcitrantes, no tuvieron el menor éxito y contribuyeron, si cabe, a acrecentar el descrédito ante la opinión pública. La Mano Negra, fueran los que fueren quienes estaban detrás de ella, quedó definitivamente estigmatizada.
Como no podía ser menos, el morbo creado por el misterioso caso de la Mano Negra y el interés del Gobierno en dar la sensación de ejemplaridad, convirtió en lo que hoy se calificaría como trending Topic (tema del momento) aquellos procesos, por las penas solicitadas en ellos, de entre los cuales cuatro fueron los más populares y, a la vez, los que provocaron más enconadas polémicas. Uno de ellos, el primero, trató de los asesinatos de Fernando Olivera, Antonio Vázquez, Bartolomé Gago Campos y el matrimonio Juan Núñez y María Labrador. Pero fue este juicio, el del asesinato de Bartolomé Gago Campos, el más importante por la sentencia que contemplaba ocho penas de muerte. Como nota curiosa: los verdugos de las audiencias de Madrid, Burgos y Albacete cobraron, aparte de su sueldo oficial una onza de oro por cada uno de los “agarrotados” (recordemos que el sistema de ejecución en España era el de aplicación del llamado “garrote vil”.
Teniendo noticia de estos sucesos y de la situación de los obreros del campo andaluces en aquellos años (que ahora nos parecen tan lejanos), lo mismo que los de Murcia y Extremadura; no es difícil entender lo que sucedió en Catalunya, tradicional recepcionista de la inmigración del sur de España, durante los años anteriores a la I República y más tarde, cuando sindicatos como la UGT, la CNT y la FAI como sindicatos de la industria catalana y el POUM como representante del campo, tuvieran un papel tan dramático en lo que fue el advenimiento de la II República, con la aparición del Frente Popular y la posterior entrega de armas del cuartel de San Andrés al populacho; lo que permitió el rearme de la turba capitaneada por los anarquistas, al menos durante los primeros años de la Guerra Civil, siendo más delante suplantados, después de los sucesos de mayo de 1937, por la hegemonía del Partido Comunista (PSUC) del señor Lenín; después de que, los de la CNT y los del POUM, fueran derrotados en Barcelona por los comunistas y los de la ERC.
Los crímenes protagonizados por los sindicatos en toda España y las torturas inflingidas a todos aquellos que no pensaban como ellos, eclesiásticos, católicos o tenían algo de que apropiarse; culminaron con la locura criminal del francés Martí y la instalación de las famosas checas, en las que fueron atormentados, con horribles suplicios y posteriormente asesinados, muchos miles de personas inocentes. Incluso los miembros derrotados en la batalla de Barcelona, entre comunistas y ERC contra la CNT, FAI y POUM, acabaron sus días en las mencionadas checas. Hay que decir que los sindicalistas de la CNT, la FAI y el POUM que no fueron ajusticiados tras la algarada, fueron enviados a primera línea del frente con los nacionales, sin la protección de la artillería y el resto de armamento pesado, como carne de cañón.
Sin duda fueron tiempos de verdadera miseria, de patronos carentes de escrúpulos y consideración para con sus trabajadores y capaces de los comportamientos más execrables y humillantes. A diferencia de lo que ocurre en nuestros tiempos, carecían de medios, instituciones, sindicatos potentes y leyes protectoras, que impidieran que tales abusos se cometieran. La Mano Negra fue y continua siendo motivo de elucubraciones y teorías dispares sobre quién, realmente, se escondía detrás de aquella sociedad secreta, que sirvió, en todo caso, para cometer crímenes que, con toda seguridad, afectaron a personas inocentes verdaderos chivos expiatorios de unos y otros.
O así es como, señores, hoy hemos querido recordar unos episodios que nos podrían hacer reflexionar sobre lo que fue la vida de nuestros ancestros y el privilegio que tenemos los que hoy todavía nos quejamos de lo que tenemos, en una absurda inconsciencia de la suerte de haber vivido en una sociedad con las comodidades y las ventajas de las que disponemos. Resulta una paradoja que sigamos empeñados en destruir todo lo conseguido y tirar por la borda la unidad y la solidaridad de todos los que habitamos este magnífico país, privilegiado; sólo por la impaciencia, injustificada, de impedir que la nación siga el camino de recuperación emprendido. DIARIO Bahía de Cádiz