Tengo la sensación de que andamos más perdidos que nunca. Nos falta humanidad entre nosotros y nos sobra mundanidad. Quizás nos fuese saludable volver al aburrimiento, a tener tiempo para nosotros, y así poder reflexionar. En cualquier caso, yo mismo ambiciono aprender a vivir aislado para meditar en soledad, y cuando quiera mezclarme con la muchedumbre, también deseo ser uno de tantos, pero con un espíritu conjunto, o sea, olímpico. Lo que sí me niego es a que me dicten los abecedarios y que me programen la vida según doctrina interesada. ¿Dónde queda la libertad del ser humano, o su búsqueda? Déjenme ser sociedad, dueño de mi propia existencia, cuando menos para sentirme responsable y no un muñeco de compraventa, que se utiliza mientras nos sirve y después se margina como si no tuviese sentimientos.
Hemos de reconocer que algunos lenguajes están crecidos por el odio. Son tan perversos, que precisamos volver a la pureza de las palabras, aquellas que nacen desde el más profundo silencio, para que realmente nos hermanen e impongan su espíritu de diálogo en medio de tantas atrocidades. Esta es la propuesta que el Secretario General de la ONU acaba de hacer, coincidiendo con la celebración de los Juegos Olímpicos y Paralímpicos de Río de Janeiro, a celebrar durante este mes de agosto los primeros y en septiembre los segundos. En este sentido, Ban, expresó un esperanzador anhelo, porque con la misma determinación que muestran los atletas para romper récords, los individuos y los países pueden esforzarse para silenciar las armas en los campos de batalla. A propósito, apuntó una pausa en los enfrentamientos, poniendo de referencia los valores que promueven los Juegos Olímpicos de respeto, amistad, solidaridad e igualdad. Desde luego, el deporte tiene un poder transformador único. Precisamente, en estas olimpiadas se va a contar por primera vez con la participación de un equipo de atletas refugiados, quienes competirán bajo la bandera del Comité Olímpico Internacional. Naturalmente, esta iniciativa mostrará a todo el orbe el tesón de estas personas y su capacidad para combatir las raíces de su sufrimiento.
A poco que respetemos la tregua olímpica, es evidente que influirá positivamente en toda la sociedad. Hay más que nunca necesitamos fortalecernos interiormente para conseguir cuando menos un equilibrio personal y poder ser, de este modo, uno mismo. Esta exploración por la excelencia, por la ternura y la tolerancia del ser humano, es lo que nos injerta deportividad de miras. Por tanto, no se trata únicamente de trepar, sino de esforzarse para dar el máximo de uno mismo por los demás, por trabajar en equipo. Por eso, es tan importante potenciar los vínculos de la amistad. El entendimiento mutuo entre los olímpicos es un ejemplo a considerar entre las naciones de todo el mundo. Ojalá esta semántica nos inspire, sobre todo a superar diferencias y a crear lazos armónicos. Considero que es algo que nos urge. Tal vez esa serenidad de la llama olímpica nos conmueva, hasta hacernos más cuerpo fraterno; y podamos, de este modo, silenciar los sonidos de los disparos. Sin duda, nos merecemos otro ambiente menos desolador. De ahí la importancia de que las instituciones de los diversos pueblos sean cada vez más humanas, transparentes y acogedoras, o inclusivas. Únicamente de esta manera se puede reducir la marginación.
Indudablemente, el deporte olímpico significa un mundo más unido, en paz, un mundo más de todos y de nadie en particular. Así, nos alegra que la sostenibilidad haya estado presente en los diversos momentos de la organización de los Juegos de Rio 2016. La meta fue entregar juegos responsables con el ecosistema y las personas. Expresamente, el Comité Rio 2016, estableció un patrón de compromiso, insertando un equilibrio entre las especies y los recursos, en el ADN de la Organización de los Juegos a través del movimiento de la economía local, la diversidad entre los colaboradores, la protección de fauna y flora locales y el cuidado con la emisión de gas carbónico. Asimismo, junto a la encendida llama olímpica y sus aledaños, se ilumina una persistente ocupación inédita de calles, parques, plazas y playas de la ciudad, activando su diversidad cultural para que el alma se nos engrandezca de emociones. Todo este cúmulo de eventos, lo que nos pone es en situación de disponibilidad, porque halaga la cooperación, es decir, la unidad; ya que a través de la actividad deportiva ganamos todos, obtienen los participantes el fruto de su esfuerzo y los espectadores también vencemos con el espíritu de la solidaridad, tan necesario despertar en un mundo en el que no somos capaces siquiera de cuidarnos los unos a los otros.
Confiemos en que la llama olímpica, con los juegos como referente, el mayor evento internacional multidisciplinar del mundo deportivo, nos activen una cultura más de colaboración, menos indiferente, más cooperante, pues aunque es también una gran industria que mueve muchos intereses y mucho dinero, nos sirva para recordar su esencia, la de ser inspiradores e integradores de los valores humanos, donde el respeto es la primera condición competitiva. En esta práctica deportiva, más allá de una de manera de entretenerse, vemos realmente una metáfora de nuestra propia presencia. En este vivir de cada día es necesario luchar, entrenarse, esforzarse por obtener unos resultados. Este espíritu deportivo se convierte, igualmente, en un modo de ver los sacrificios que hay que hacer para llegar a formar un carácter de deportividad. También hay que saber perder en esa cultura del encuentro con los diversos equipos. Lo significativo siempre va a estar en el esfuerzo, en la perseverancia y en el compartir, luego al fin, la subsistencia es también un campo de juego, donde nadie gana solo, donde la última enseñanza está en saber respetar a mi compañero de fatigas, pero también a mi adversario, que no enemigo.
Gran importancia, en consecuencia, cobran hoy la práctica de cualquier evento deportivo, con amplia difusión por todos los rincones del planeta, superando todo tipo de fronteras y frentes, de diversidad de culturas y naciones, de minusvalías o discapacidades. Detrás de tanto esfuerzo físico se forja una grafía, un atributo, un sentido de realización personal. Esto es bueno. Desde la perspectiva humana, nuestros propios caminos son una competición y un esfuerzo permanente. Aparte de que el deporte ha de divertir y alegrar, nos enseña que nada se consigue porque sí, hace falta ser una atleta de lo humano, cuyo récord estará en la fraternidad injertada y en el récord de solidaridad impresa en nuestros movimientos, con todos los miembros de la familia humana. La llama olímpica, que lo que hace es conmemorar el robo del fuego de los dioses por parte de Prometeo y su posterior entrega a la humanidad, ha de hacernos recapacitar sobre nuestro calor humano, el fuego del alma, nuestra viva realidad que es aquello por lo que vivimos, cohabitamos y pensamos. Tomemos conciencia, consiguientemente, de esa flama de virtudes y bondades deportivas. Hoy por hoy, desde luego que sí, tienen más capacidad que los gobiernos de derribar barreras raciales. DIARIO Bahía de Cádiz