El pasado día 6 se celebró el día de las Fuerza Armadas y dicha celebración despertó en mí el deseo de escribir este artículo, que a continuación sigue y dice así:
Desde niño y tras alcanzar el uso de la razón, pude percibir -hoy me siento gratificado de aquellos recuerdos- que me encontraba en un ambiente familiar castrense. Mis abuelos materno y paterno, eran militares, marinos concretamente. Ambos procedían de Galicia y llegaron a esta zona por razón de sus destinos donde como tantos otros se casaron y se quedaron aquí, estableciendo su hogar.
Por otra parte, en mi larga y longeva familia materna, habían tíos y primos militares; unos, eran marinos -también de la Armada- y otros, marinos -de la Mercante-. Así que queda muy claro el espíritu que marcó en cierto modo mi carácter desde mi más tierna infancia.
Por tanto, mis padres hijos de militares recibieron una educación que por transmisión lógica y natural me inculcaron. Mi padre aunque no era militar, fue maestro, otra de las profesiones de tipo vocacional y emprendedora en la educación y en las tareas formativas de las personas. Profesión que continué convencido y que sólo hubiese cambiado sin duda por la militar.
Crecí en esta ciudad dentro de otro ambiente militar, que inevitablemente se palpaba en la calle. Salir a ella, era imposible no encontrarse con un uniforme del cuerpo o del rango que fuese. Habida cuenta de los estamentos militares que existían, los buques surtos en el Arsenal, las dependencias militares, la Capitanía General y los acuartelamientos, tales como el Cuartel de Instrucción de Marinería (conocido popularmente como el mil quinientos) la Infantería de Marina, la Escuela de Suboficiales, la Escuela de Aplicación -que se llevaron- y del Ejército de Tierra en Campo Soto. Ah! y el antiguo Hospital Militar de San Carlos.
Por otra parte, el servicio militar, los distintos actos castrenses que se prodigaban por la ciudad a veces colaborando en actos civiles, sociales, artísticos y culturales, que se traducían en procesiones, conciertos y etcéteras. Y en otras, como consecuencia de sus propios oficios, tales como: desfiles, ejercicios, marchas, maniobras y otras acciones humanitarias. Y todas esas circunstancias influyeron a que se produjera en mí, una manifiesta familiaridad y cariño con todo lo relacionado con lo militar, que perdura todavía y llevo fuerte y profundamente alojado en mi corazón.
Y si a todo esto, le añadimos que además de la docencia, durante más de 33 años estuve directamente relacionado con la Armada, trabajando para ella como funcionario civil; resulta muy difícil sustraerse o separarse del espíritu militar, de su rigor, de su disciplina y de los más nobles sentimientos patrios, que se elevan cuando oyendo sus marchas, o se contempla un desfile militar, especialmente si los que desfilan son Infantes de Marina, rasgando los sentimientos y arrancando los aplausos de los ciudadanos por el ritmo y la marcialidad que le imprimían al mismo en aquella época, que hoy sería muy difícil de superar.
Todo este extenso preámbulo, creo que ha sido necesario para situar lo que sigue como consecuencia no sólo del día de las Fuerzas Armadas, ya comentado al principio, sino también surge después de haber leído la noticia que el pasado día 16 de Abril, festividad de San Juan de Nepomuceno, Patrón de la Infantería de Marina (dicho sea de paso el Cuerpo de la Armada Española más antigua del mundo) se había celebrado en el Tear Armada, una función religiosa y un sencillo acto consistente en la lectura de las Leyes Penales para conmemorar dicho santoral y patronazgo. Motivo éste que me hizo recordar también además de los citados actos ya relatados, la feliz ocasión que tuve de asistir al 138 aniversario de la concesión de la Corbata de la Orden de San Fernando en el Tercio Sur de esta localidad. Ya hacía bastante tiempo que no asistía a un acto militar y menos aún de esta índole. Y en honor a la verdad, tengo que decir que en cierto modo, me reencontré con las añoranzas perdidas de otros tiempos tan queridos y recordados.
Aparte de las atenciones recibidas -exquisitas- desde que entré en el recinto militar -otra de las peculiaridades que caracteriza a la Infantería de Marina- pude comprobar gratificado, gozoso y emocionado, todo el desarrollo del acto en sí mismo. Para mí, fue retrotraerme al pasado y revivir aquello que desde niño tantas veces había visionado.
Después de la ceremonia militar, imposiciones de medallas, ofrenda a los caídos, discurso, arenga, rendir los honores a la bandera, vítores y desfile de batallones. Todo ello medido y realizado con una puntualidad extrema y una pulcritud excepcional y meridiana, se ofreció un concierto.
Concierto que realizó la Unidad de Música del Tercio Sur consistente en las siguientes obras: A Celebration Fanfare de A. Reed; Queen´s Park Melody de J. De Haan; General Aláez (marcha militar) de Uriarte/Vidal; Holyday in Río de W. Sneider; El Tren de la Alegría (poema sinfónico descriptivo) de G. Baudot y Appalachian Overture de J. Barnes.
Y entre estas obras escogidas, debo destacar: General Aláez, Holyday in Río y El tren de la Alegría. General Aláez por el acompañamiento de su letra donde parte de una gran estrofa está dedicada a la Virgen del Carmen, interpretada además en el momento de producirse su pasaje dentro de la partitura por las voces de los Infantes de Marina y, cómo no, resultó ser muy entrañable, íntima y emocionante. Holyday in Río de corte desenfadado y tropical con un apetecible ritmo musical que invitaba a bailar y que interpretado por una banda militar, parecía imposible encajarla, tocada por unos músicos serios y uniformados que, a su vez sorprendían gratamente, ofreciendo una combinación perfecta por la infrecuencia de oír y visualizar estos ritmos mezclados con la seriedad que imponía el uniforme. Y por último, El tren de la alegría, que me transportó con gracejo y simpatía a percibir todos los sonidos que antaño se oía en una Estación de Ferrocarril (genial para la nostalgia de los más románticos en los que me incluyo, toda vez que también viví muy de cerca los acontecimientos pertinentes de una Estación de Ferrocarril, porque mi padrino fue Factor precisamente de la de San Fernando y posteriormente Jefe de Estación de la de Sevilla). Y excuso decir lo que disfrute entre andenes, vagones, viajes, estaciones y de aquellos ferrocarriles que se sabía cuando salían, pero nunca cuando llegaban. ¡Qué tiempos!
Y así finalizó un día espléndido que la Gloriosa Infantería de Marina me proporcionó, a través de una invitación que me facilitó el que tuve por vecino durante más de 25 años, José María Gómez López, Teniente Coronel de Infantería de Marina, que desde aquí le transmito públicamente mi agradecimiento, porque me hizo revivir todas aquellas ricas vivencias que he referido de las que guardo en el recuerdo con especial cariño. Pues por todo eso debo decir a modo de homenaje y reconocimiento ¡Enhorabuena y Gracias, muchas gracias Infantes de Marina! DIARIO Bahía de Cádiz