El mundo está mal hecho y la prueba de ello es, últimamente, la progresiva extinción de las abejas, un fenómeno que tiene preocupados a los científicos. Como ha dicho el humorista Luis Piedrahita, “Dios hizo el mundo en seis días… y se nota”. Y es que mientras las abejas, que dan miel y cera, están desapareciendo, por causas que se desconocen, las avispas, esas minúsculas hijas de puta que parecen no servir para nada, siguen tan campantes. El problema de la extinción de las abejas no es nuevo; la voz de alarma la dieron unos apicultores franceses hace un par de décadas, después de observar que sus colmenas se estaban despoblando misteriosamente[1].
Siempre que puedo, acudo a la feria panrusa de la miel que anualmente se celebra en el parque moscovita de Kolomenskoe. Este año no podré ir, pero si alguno de ustedes se deja caer por Moscú antes del 12 de octubre, les recomiendo vivamente que se pasen por ella. Doscientos cincuenta apicultores llevan allí mil toneladas de miel desde las distintas regiones del país, a las que se unen Kazajistán y Kirguisia. Antes de haber visitado esta feria, para mí la miel era simplemente eso, miel; un producto dulce que dan las abejas, que se puede emplear como edulcorante en lugar del azúcar y que resulta saludable para el organismo. Quizá sea una noción básica, que usted conoce de sobra —sobre todo si vive en el campo en lugar de hacerlo en la ciudad—, pero allí me di cuenta de que hay muchas mieles distintas, cada una con su aroma particular: la de tilo, la de girasol, la de trigo sarraceno o alforfón… Y además de eso, en la feria de Kolomeskoe se vende también la cera que dan las abejas, el забрус —que es como los rusos llaman al material de que se componen las celdillas del panal y que también resulta beneficioso para el organismo—, el polen, el hidromiel…
Todo esto podría ser, pronto, cosa del pasado. Aún peor: un fenómeno como este, cuya causa es completamente desconocida a día de hoy —la Unión Europea acaba de prohibir varias marcas de pesticidas[2]—, podría conducir, si no a la extinción de la humanidad, por lo menos a que pasemos apuros muy serios. Es lógico que los científicos estén preocupados. El papel de las abejas en nuestra existencia es mucho más importante de lo que se cree; sin ellas, la polinización de las flores sería mucho más dificultosa y una gran parte de ellas desaparecería en breve plazo. La parte de escritor que hay en mí anota el hecho de la posible extinción de las abejas como un argumento o motivo que podría aprovecharse para un relato de ciencia ficción. Este género no siempre da muestras de las mismas virtudes proféticas y, de hecho, la única historia relevante en relación con la cuestión que nos ocupa, que yo recuerde, es The Swarm (1974), de Arthur Herzog, en la que sucedía precisamente lo contrario: que las abejas se multiplicaban descontroladamente y acababan atacando al hombre[3]. La novelita de Herzog dio lugar en 1978 a un film de bajo presupuesto, dentro de la moda del cine de catástrofes de la época, interpretado por los magníficos actores Michael Caine y Richard Widmark.
Pero el asunto es mucho más serio. Es verdad que, aparte de las abejas, también funcionan otras formas de polinización y autopolinización: el viento arrastra el polen, los abejorros y algunos pájaros también lo transportan… e incluso las avispas, pese al comentario frívolo con el que comenzaba este artículo —por no darle un aire demasiado siniestro—, también se encargan de polinizar las higueras. Pero, a pesar de ello, son las abejas las que cumplen mayoritariamente esta función vital de la Naturaleza. Un artículo de Newsweek del año pasado se preguntaba, precisamente, si con la hipotética extinción de las abejas no estaríamos encarando, a través de un terrorífico efecto dominó, la destrucción de millones de animales y plantas en un plazo muy breve de tiempo[4]. Y, con la de ellos, por supuesto, la aniquilación de nuestra propia especie. DIARIO Bahía de Cádiz
[1] [1] Fuente: El País/Javier Sampedro (29/06/2014). Hacia un Mundo sin Abejas. En: http://sociedad.elpais.com/sociedad/2014/06/27/actualidad/1403882291_329326.html (página web consultada el 21/08/2014).
[2]Ibídem. Al parecer, esos pesticidas comenzaron a emplearse hace unos veinte años, coincidiendo con el comportamiento aberrante de los himenópteros; pero eso puede ser una simple casualidad. A fin de cuentas, un fenómeno complejo como el de la extinción de las abejas puede deberse a una conjunción de varias causas distintas. Ya sería una suerte que el origen de dicho fenómeno fuese, simplemente, el empleo de esos pesticidas, porque otras posibles causas podrían ser más difíciles de resolver, como el empleo masivo de la telefonía móvil, que también comenzó a darse hace un par de décadas, poco más o menos. Durante los años 90 del siglo pasado surgieron los conocidos como “teléfonos móviles de la segunda generación”; en Europa se comenzaron a emplear las frecuencias de 900 y 1800 MHz para las comunicaciones telefónicas inalámbricas y se implantaron estándares de telecomunicaciones como el GSM (acrónimo francés que significa Groupe Spécial Mobile). Aunque pudiera demostrarse que las ondas emitidas por los teléfonos celulares influyen directamente en el comportamiento de las abejas, no creo que las compañías telefónicas renunciasen, así como así, a su negocio; en eso soy pesimista. Precisamente porque aducirían lo que acabamos de decir: que la desaparición de las abejas puede no ser debida a una sola causa sino a la compleja correlación de varias. En ese caso, el problema de las abejas podría tener difícil solución, o llegar esta cuando fuese demasiado tarde.
[3]No hay que confundir la obra de Herzog con otra novela alemana de ciencia ficción que llevaba el mismo título, Der Schwarm (2004), un bestseller escrito por Frank Schätzing.
[4] Fuente: Newsweek/Annalee Newitz (05/06/2013). The Sixth Mass Extinction Is upon Us. Can HumansSurvive? En: http://www.newsweek.com/sixth-mass-extinction-upon-us-can-humans-survive-63237 (página web consultada el 28/08/2014).