Sabemos que las plantas como los humanos son seres vivos. También sabemos que la agricultura es el arte de labrar la tierra como para la enseñanza es el arte de cultivar nuestro intelecto.
Basta observar el símil comparativo de estas dos disciplina para comprender su importancia y la necesidad que todos tenemos tanto de sus productos como de sus servicios.
Pero tal vez ni a una ni a otra se les prestan la atención que merecen siendo indispensables para el bienestar y el desarrollo de los pueblos. Tan es así, que el conde Gasparín, célebre agricultor y agrimensor francés del siglo, XIX e introductor de la zootecnia ya vaticinaba en su época, que la riqueza y la prosperidad de los pueblos van en razón directamente proporcional a la eficacia del desarrollo de la enseñanza y al éxito de su agricultura.
Y la enseñanza que no es otra cosa, que la acción de enseñar por medio de sistemas y métodos de instrucción, basa su importancia en un buen sistema educativo y en la formación del profesorado.
Un buen sistema educativo junto a su ideario, además de constituir un rico tesoro patrimonial para la sociedad, es fundamental para conseguir la preparación de cultura necesaria para iniciar cualquier carrera.
Pero lamentablemente, seguimos dando palos de ciego sin llegar aún a encontrar ese sistema adecuado después de tantos años y tantos cambios. Y mientras, nos perdemos en banalidades, pretendiendo denominar -al recreo- «segmento lúdico» y a un alumno -díscolo- «disruptivo». Eso, sin mencionar la variedad de criterios que se aplican en cada Comunidad.
Creo que el éxito de una enseñanza, no se mide porque los alumnos más inteligentes superen los cursos. Éstos, siempre lo harán en virtud de sus cualidades innatas. El verdadero éxito de la enseñanza consiste, que al menos con los conocimientos básicos, mínimos e indispensables salgan los máximos alumnos posibles -bien preparados- lo cual, significaría una mayor atención por parte del sistema y del profesorado.
Por otra parte -la agricultura- riqueza natural de un país y en el nuestro, que podría serlo por su variedad climática, la de sus productos y los efectos de los invernaderos, no sucede por razones obvias. Entre ellas los distintos planes que como la enseñanza han fracasados también permanentemente. Amén de las normativas europeas impuesta entonces y ahora desde nuestra entrada en la (EU) el llamado entonces ‘mercado’ común europeo.
Pero no obstante, en la agricultura como en la enseñanza, también se sigue dando palos de ciegos cuyo -mal endémico- radica sobre todo en la especulación y en el -intervencionismo- entre el que cultiva y el que consume. Es clamoroso e injusto y no puede ser de ninguna de las maneras, que quién trabaja la tierra perciba una mísera insignificancia y el que consume sus productos pague en exceso, sin que nadie ponga coto a este injusto desaguisado. Mientras los poderosos -inhibidos de estos sacrificios- más los sistemas, las políticas, los procesos y los precios estén en las manos de los intermediarios.
Y si la enseñanza y la agricultura -bien estructuradas- son las fuentes principales de la riqueza y el poderío de las naciones para el bienestar, la cultura y el consumo de sus ciudadanos ¿Cuántos años llevamos perdidos? ¿Y cuántos de retrasos? ¿A qué esperamos? DIARIO Bahía de Cádiz