La ciudad duerme, ¿o quizás nunca lo haga? Son las cuatro de la mañana y yo sigo aquí. Vigilante desde mi ventana del salón que da a una supuesta avenida de la periferia.
Se acercan vientos fríos, la humedad empapa los sentidos y las farolas alumbran como buenamente pueden. Son en esos momentos, cuando parece que más que la calle lo que contemplo es una instantánea, momentos los que a uno le entra la vena de filosofar y se refuta muchas cuestiones.
Hace miles de años una sociedad vivía en nuestra querida isla. Sin escrúpulos aplastaron el legado, ni una mísera duda de sus actos sobrevoló sus mentes. Muchos serán los que desde sus asientos me den la razón en mi próxima expresión; “vaya huevos tuvieron”. Ahora hago el símil. ¿Cuántos de nosotros ven aburrido hablar con sus mayores? ¿Cuántos aborrecen lo que nos intentan contar de sus épocas para, en cierto modo, dejárnoslo como legado?
El tiempo pasa, las puertas se cierran. Lo que un día era necesario, con el tiempo se vuelve obsoleto. Las palabras, los actos, los hechos, en definitiva, el ser se va perdiendo y es imposible recuperarlo. Es un vacío que dejamos a una razón que no aprende, que volverá a hacer lo mismo con el paso de las generaciones y por desgracia los que se fueron jamás regresarán.
El hombre debe aprender, pienso mientras me postro en la corredera del cristal. El aire me llena los pulmones de una marisma que se muere. La mano del hombre convierte en paseos olvidando la función principal. Me pregunto cuántos jóvenes sabrán cómo funcionaban, la vida que tenían, la multitud que movía… ¿Lo sabré siquiera yo?
La ciudad, lo que era ciudad y lo que será. ¿Veremos algún día funcionar el tranvía? ¿Seguirán recordando los viandantes cómo era antes su calle principal? ¿Y antes de eso? El tiempo, gran maestro, nos hace evolucionar sin mirar atrás. Sin ir más lejos miro la carretera, antes cortada y que ahora se funde con otras vías.
Todo eso es historia, historia local, pero historia al fin y al cabo. Las construcciones estaban ahí por un por qué. Quizá por la vida de las marismas que tan cerca tengo, quizá por el abandono que había por la zona. Se dice que antes era zona de cultivos, por eso aparecen tantos yacimientos cerca. ¿Qué harían ahí esos primeros habitantes de la isla?
No recordamos que hacemos nosotros aquí, ¿vamos a acordarnos de lo que hacían otros? Muchos desean emigrar y desalojar una ciudad que se muere. Tal vez no duerma, si no que haya entrado en coma. Con un par de guantazos y algo de suero en vena podríamos espabilarla, ¿quién es el guapo que le dará los zarandeos?
La noche está en su momento más álgido. Me estiro e incorporo mi columna. Tal vez debería irme ya a dormir. Hace rato que no escucho ruido en el vecindario. ¿Me habré quedado solo? Todos volaron a lugares del mundo de Morfeo. Como los ciudadanos que viven cosidos en su sofá e hipnotizados por la caja tonta.
Estornudo. Definitivamente la desazón de la razón me está matando, además de esta humedad más invernal que otoñal. Corro la ventana, echo la persiana. Mañana será otro día. DIARIO Bahía de Cádiz