He de señalar que el capitalismo actual no me convence. Ha dado muestras evidentes de estar en declive, en caída libre…Y, no precisamente, porque el libre mercado–ley de la oferta y la demando–no funcione, sea mala en sí, sino porque el capitalismo se ha vuelto tremendamente voraz… Las grandes fortunas –que representan a las multinacionales–, funcionan como aves de rapiña voraces: todo para ellas y nada para los demás. Los hombres de negocios han cometido y están cometiendo toda la serie de abusos, habidos y por haber, en cuanto a la contratación precaria de los asalariados (¡volver al comunismo trasnochado!), pues nadie está seguro en su puesto de trabajo. No obstante, nuestros sindicatos mayoritarios –CCOO y UGT–, sus secretarios generales, señores Hidalgo y Méndez, están en la retaguardia, con el paro –gigante tiburón– que nos atenaza fuertemente.
La corrupción se ha convertido en un espectáculo a escala nacional en el día a día del devenir español, todo unido a la corrupción e incompetencia de muchos políticos del PP, del PSOE, de Izquierda Unida… A uno le parece, y hablo de España y con el corazón en la mano, que no sería malo que surgiera –en nuestra querida Nación española– un partido político de matiz liberal, que sirviese para encarrilar –de una vez por todas–, nuestra incipiente democracia, que se haya dirigida por un bipartidismo –el PSOE y el PP–, que flaco favor le están haciendo a la democracia española.
Creo en el Liberalismo Político que siembre de ideales firmes y verdaderos las mentes de nuestra juventud, que es el futuro del mañana. Si creo, y siempre he creído, en el liberalismo político que fomente la actividad económica en todas sus formas. Si creo, y siempre he creído, en el liberalismo político donde todas personas sean iguales ante la Ley (suprimiría los aforados), y donde exista fehaciente una democracia libre con división de poderes (el poder judicial libre, en el amplio sentido de la palabra). Si creo, y siempre he creído, en el liberalismo político que defiende a “la familia” como cota superior de la vida asociativa: matrimonio hombre/ mujer, uniones de contratos sentimentales hombre/ hombre, uniones de contratos sentimentales mujer/ mujer, parejas sentimentales…En todo esto creo y mucho más. El concepto de deber y amor debe supervivir en todas las relaciones humanas.
Todo el mundo lo sabía, y sobre todo, los políticos de turno, que la crisis económico-financiera que padecemos, se encontraba a la vuelta de la esquina. Es evidente que no sólo los políticos son los responsables del paro obrero en el que estamos inmersos( incluimos también a esas multinacionales–nacionales e internacionales–,insatisfechas siempre con sus ganancias, pocas o muchas, muchas o pocas, pero, al final, siempre ganancias…), y de la pobreza que vuelve a hacer acto de presencia en cualquier ciudad del mundo.
También han tenido su responsabilidad, y exteriorizada, las especulaciones financieras que se han producido. Éstas sin el control preceptivo de los poderes que emanan de cualquier democracia liberal: poder ejecutivo, poder legislativo y poder judicial.
Y es que si les escuchamos a ellos –los gobernantes–, nos contestarán: ¡La culpa nació huérfana! Y dicho de otro modo: La culpa no tiene nombre (en el sentido de ser los causantes directos de los desmanes económicos, que se están desarrollando). No han cumplido con la obligación de vigilar, lo que les encomendamos nosotros–los votantes de turno–, controlando la corrupción política por la que estamos pasando: presuntamente los 8.111 ayuntamientos con que cuenta España, o parte de ellos, están endeudados por encima de los límites que marca la ley: estos están establecidos en el 110% de sus ingresos. Claro está: los alcaldes de nuestros municipios gozan de la facultad de designarse sus propios emolumentos. ¡Asombroso!
Hay una fórmula política ideal para levantar cabeza: sabemos que las libertades y los ideales de los pueblos vienen marcados por… el derecho –que llevan inherentes–, a escoger sus proyecciones económicas que les sean más beneficiosas. Y siempre, a mayor abundamiento, a calcular y conseguir qué alianzas les convienen y cuáles no: ¡Razonando así nuestros políticos tendrían bastante!
Pueden ser los gobiernos de los pueblos aconfesionales, puede ser que en las escuelas públicas se suprima la asignatura de religión, puede ser que los símbolos de nuestra religión católica estén mejor en nuestras iglesias, puede ser que estemos ofendiendo de esta manera a los ateos…, pero realmente este liberalismo político es bueno, en tanto en cuanto permita a las comunidades de individuos practicar las creencias religiosas en las que se han amantado. Porque de esta manera, los hombres y las mujeres que formamos la sociedad moderna no seremos nunca individuos aislados –mirando siempre a nuestros bolsillos, para saber cuántos dineros tenemos en ellos–, sino que formaremos esas comunidades de hecho y también de derecho, e insisto en lo de comunidades, que tienen y tengan un código moral común –sus propias religiones sean las que fueren– que les faciliten la creencia en un Dios. Y hablo y pienso en Dios: en “el Dios de todas las religiones”. Porque hemos comprobado que una sociedad liberal no tiene capacidad para bastarse a sí misma. Es bueno y loable practicar cualquiera de las religiones, porque ellas, sin duda, nos hacen controlar nuestros instintos más bajos. Es decir, a moderar nuestras alteraciones neurocerebrales. (“Si quieres subir al cielo tienes que subir bajando, hasta llegar al que sufre y darle al pobre la mano.” [Anónimo]).
Pero uno se pregunta qué han hecho los gobiernos de turno (¿llenarse los bolsillos con euros, dólares…?), quizá sí, quizá no. No lo sé a ciencia cierta. Pero, ciertamente, todos ellos o casi todos salen millonarios cuando abandonan, y por la fuerza, sus cargos. Esto es un hecho real allende los mares. Y es que los gobernantes tienen la tendencia de pensar, pero poseen la virtud acomodaticia de no actuar. Cada político de turno–hombre o mujer, mujer u hombre, salvo excepciones brillantes–, tienden a defender los ideales del partido político que representan, cuando en realidad deberían arbitrar el ideario económico político que sea más conveniente para la nación a quien representan. Pero, controlando la corrupción política galopante habida estos últimos años, hubieran desarrollado una política de Estado, tal y como es su obligación.
La Política se ha convertido en una rutina; se hace un minuto de silencio cuando cualquier terrorista asesina a un ser humano. Minutos de silencio, muchos minutos de silencio (¿servirán de algo?). Tengo mis dudas racionales al respecto: cierto es, y todos lo comprendemos, que nadie muere dos veces. Sin embargo, ningún político toma decisiones adecuadas y coherentes, y éstas que sean dentro de la ley de cada país, para propiciar, de una vez por todas, que las muertas violentas sean desterradas al olvido en fondo del mar. Porque si democracia es libertad para todos, también debe ser justicia para todos –digamos, aplicación de cadena perpetua o cumplimiento integro de las penas–, para aquellos terroristas–convictos y confesos-, que han traspasado la delgada línea roja que separa la vida de la muerte.
¿Cómo es posible que la población española no esté indignada y contrariada? Lo está, tiene motivos para ello, y a mucha honra. El presidente del Ejecutivo, señor Rajoy, está gobernando a su manera, escabulléndose de la prensa un día sí, y otro también; mañana… ¡ya veremos! Se basa principalmente en que tiene mayoría absoluta de parlamentarios, lo cual le permite legislar mediante decretos-ley, nos guste o nos disguste: así de sencillo. No desea saber nada del Parlamento español, ni de la oposición, incumpliendo sus promesas dadas a los españoles. El PP es un partido democrático, pero a su manera: sobre sus formas y sus fondos habría mucho que discutir.
(¿Mentiras o equivocaciones?), (¡Equivocaciones o mentiras!): qué sabe uno lo que…han hecho los políticos de turno. En cierto modo, y en el tren llamado “Esperanza” en el que viajamos todos, todos y cada uno de nosotros cometemos errores. Nuestra inteligencia comete yerros, pero esa misma inteligencia nos hace corregirlos: esto es ser inteligente. Mas hay que conseguir, y de una vez para siempre, que “el cometer errores” no se convierta en costumbre, y por costumbre los sigamos cometiendo. Todos deseamos ser gobernados por políticos inteligentes. ¡Que así sea!
“La conciencia culpable hace a los hombres cobardes”, dejó escrito WANBUNGH, The provok’d Wife, V, 6. DIARIO Bahía de Cádiz