Cada ciudad tiene una calle importante y principal y en la nuestra, no puede ser otra, que nuestra tan criticada, pero querida ¡calle Real!
La calle Real fue camino real y al mismo tiempo carretera nacional IV Madrid-Cádiz. Y no sólo era el único acceso a la capital antes de construirse el Puente Carranza y los desdoblamientos de las carreteras periféricas desde Los Tres Caminos para circunvalar a nuestra ciudad. Sino también la única vía de comunicación terrestre posible, que tenía Cádiz, además del tren para comunicarse entonces con San Fernando. Y a su vez con el resto de la Península.
Si se entra en La Isla bien viniendo de Cádiz o por el puente que ha sustituido al mítico e histórico Puente Zuazo, llegando desde Los Tres Caminos. Inevitablemente pronto nos la encontraremos a partir de la Plaza Font de Mora, más conocida como -la plaza del bacalao- debido a su forma triangular. Y hasta La Ardila constituye un extenso recorrido de un kilómetro y medio aproximadamente, que atraviesa el centro neurálgico de la Ciudad de Este a Oeste. Y si la consideramos desde la Venta de Vargas hasta la Fuente de la Comunicación (conocida popularmente como la fuente oxidada), tiene exactamente dos kilómetros y trescientos metros. Y ha recibido varios nombres en sus distintos tramos y etapas, aunque se la conoce simplemente como La Calle Real en toda su extensión.
Así que la calle Real, que también constituía parte y paso obligado de la citada carretera N-IV (en aquel entonces, denominada carretera general nacional cuarta) para poder entrar o salir de Cádiz. Y siempre estuvo por esa imperiosa razón, abierta en su totalidad al tráfico rodado, incluidos los autobuses y los tranvías de la época.
La calle Real ha sido y es todavía, escenario y testigo de innumerables acontecimientos acaecidos a lo largo de toda nuestra rica historia. Y al mismo tiempo decir también, porque es de obligado cumplimiento hacerlo, admitir que es el sitio o el lugar por excelencia de encuentros de muchas generaciones de buenos isleños.
Y hace años se significaba por tener dos aceras en el tramo que va desde la Plaza de la Iglesia hasta la Plaza Moreno de Guerra (la Alameda). La acera de la derecha dirección Cádiz muy amplia. Y la de la izquierda algo más estrecha y memos transitada por aquello de la etiqueta que recibía entonces al considerarla como -la acera de los tramposos- de cuyo apelativo fácilmente se adivinaba -el por qué- de su denominación y de su escasa concurrencia en esos tiempos difíciles y llenos de dificultades. Pero muy felices en cierto modo para la juventud de aquella época.
Y siguiendo con las aceras y el dinamismo, que proporcionaba andar por ellas. Bastaría decir solamente, que la de la derecha, se convertía los domingos y festivos en el paseo de una juventud siempre alegre y bulliciosa, que caracterizaba a la ciudad. Paseo que consistía exclusivamente en dar vueltas tras vueltas como si se tratara de una gran noria gigantesca, que ocupaba el espacio comprendido entre las dos confiterías o pastelerías más conocidas no sólo de la ciudad, sino también fuera de ella. Es decir, desde La Mallorquina en la Plaza de la Iglesia hasta La Victoria en la misma esquina de la Alameda. Y vuelta a empezar. Y entre vueltas tras vueltas, sorteando los bares y terrazas que existían, que por cierto eran abundantes, muchos isleños, bastantes militares -fruto de una época dorada- y otros paisanos llegados de lugares cercanos, encontraron a su media naranja. Con lo cual, cabe pensar, que seguramente algún lector de cierta edad, se identificará con estos rutinarios, pero encontradizos y placenteros paseos.
La calle Real de hoy, nada tiene que ver con aquella en cuanto a calle. Y tal vez no sea ni mejor ni peor que entonces. Pero sí necesita urgentemente -después de más de seis sufridos años de obras deficientes e inacabadas- de una adecuada regulación, ya sea con tren-tranvía o sin él. Pero que acabe definitivamente con la anarquía y el desconcierto, que actualmente padece para unos. O que continúe el desorden, las interferencias y la libre disponibilidad permisible para otros. Y ahora, no se sabe si para mejorarla o agobiarla más, se pretende añadir un carril bici. Y alguien preguntará ¿En donde quedará la mesura de la lógica y el razonamiento de lo adecuado? ¿O cual será o quien tendrá la fórmula mágica para contentar y agradar a todos los ciudadanos? ¿Difícil no? DIARIO Bahía de Cádiz