Desde que vi hace años ‘Los Santos Inocentes’ sé que hay películas que duelen tanto como los libros que las sustentan. También sé que es sumamente difícil que tras leer una gran obra literaria, la película basada en ella nos conmueva como lograron hacerlo las palabras. Tal vez nuestra imaginación juegue a la contra y sea un impedimento borrar las imágenes que nos evocó la lectura.
Por supuesto, no hablo de los conocidos “bestsellers” americanos concebidos para terminar en la gran pantalla, hablo de literatura con mayúsculas.
Pero a veces sucede y corta el aliento. Recuerdo especialmente tres películas: ‘Los Santos Inocentes’, ya mencionada, ‘El Doctor Zhivago’ y ‘Los Hermanos Karamazov’. Me dejaré algunas en el tintero seguramente, e incluso habrá alguna que sea más grande que algún libro mediocre trabajado con un buen guion adaptado; pero estas son las que por un motivo u otro se me quedaron dentro.
A ellas se ha añadido desde hace dos días otra película española: ‘La Novia’.
Dirigida por Paula Ortiz y con un reparto que ya quisieran en los Oscar, ‘Bodas de Sangre’ volvió a revelárseme con idéntica fuerza a la primera vez que tuve el texto de Lorca entre mis manos. Cómo expresar el disfrute, la intensidad y la sorpresa. Cómo dar las gracias por esa fotografía magnifica, por la luna, los cuchillos de cristal, por rodear de poesía la poesía.
Desde hace dos días la tengo en mi cabeza y me lleva a releer una vez más al poeta, con otros rostros ahora, con la música de fondo y los ojos de Inma Cuesta.
Porque me arrastras y voy, y me dices que me vuelva y te sigo por el aire como una brizna de hierba.
Porque el lamento y el fuego nos suben por la cabeza, porque sentimos los vidrios clavándose en cada escena…
LA NOVIA.- Desde aquí yo me iré sola. ¡Vete! ¡Quiero que te vuelvas!
LEONARDO.- ¡Calla, digo!
LA NOVIA.- Con los dientes, con las manos, como puedas. Quita de mi cuello honrado el metal de esta cadena, dejándome arrinconada allá en mi casa de tierra. Y si no quieres matarme como a víbora pequeña, pon en mis manos de novia el cañón de la escopeta. ¡Ay, qué lamento, qué fuego me sube por la cabeza! ¡Qué vidrios se me clavan en la lengua!
LEONARDO.- Ya dimos el paso; ¡calla! porque nos persiguen cerca y te he de llevar conmigo.
LA NOVIA.- ¡Pero ha de ser a la fuerza!
LEONARDO.- ¿A la fuerza? ¿Quién bajó primero las escaleras?
LA NOVIA.- Yo las bajé.
LEONARDO.- ¿Quién le puso al caballo bridas nuevas?
LA NOVIA.- Yo misma. Verdá.
LEONARDO.- ¿Y qué manos me calzaron las espuelas?
LA NOVIA.- Estas manos que son tuyas, pero que al verte quisieran quebrar las ramas azules y el murmullo de tus venas. ¡Te quiero! ¡Te quiero! ¡Aparta! Que si matarte pudiera, te pondría una mortaja con los filos de violetas. ¡Ay, qué lamento, qué fuego me sube por la cabeza!
LEONARDO.- ¡Qué vidrios se me clavan en la lengua! Porque yo quise olvidar y puse un muro de piedra entre tu casa y la mía. Es verdad. ¿No lo recuerdas? Y cuando te vi de lejos me eché en los ojos arena. Pero montaba a caballo y el caballo iba a tu puerta. Con alfileres de plata mi sangre se puso negra, y el sueño me fue llenando las carnes de mala hierba. Que yo no tengo la culpa, que la culpa es de la tierra y de ese olor que te sale de los pechos y las trenzas.
LA NOVIA.- ¡Ay que sinrazón! No quiero contigo cama ni cena, y no hay minuto del día que estar contigo no quiera, porque me arrastras y voy, y me dices que me vuelva y te sigo por el aire como una brizna de hierba.
Una vez más: la belleza. DIARIO Bahía de Cádiz