Comparecer ante una de esas instituciones llamadas juzgados populares le debe poner la carne de gallina al empapelado por asesinato o por lo que sea porque casi siempre está el pescado vendido antes del veredicto, al menos en España. No sólo se enfrenta el acusado con su posible delito o falta sino con las emociones internas y las presiones externas de los juzgadores. Entonces hay que tener muchos bemoles para no traicionarse a sí mismo porque fuera de la masa hace un frío que pela y que puede llevarte a la muerte social para siempre.
En primer lugar me pregunto –como lego en la materia y usando determinada lógica- por qué en los casos más mediáticos y populares el juez le pasa la patata caliente al juzgado también popular. Eso qué es, ¿una demostración de democracia o una dejación de responsabilidades? ¿Una profesionalidad o un lavado de manos? Porque a quien se le paga es al juez y en quien se confía es en el juez, quien se supone que se ha preparado para ser juez es el juez.
En segundo lugar, cuando la causa queda vista para sentencia y los “doce o siete hombres sin piedad” se reúnen, no es frecuente que entre ellos esté un Henry Fonda con una duda razonable que acabe convenciendo a los otros once o a los otros seis. Eso se llama razonamiento o persuasión positiva, algo que en este mundo escasea bastante.
Caso de que aparezca un Henry Fonda se coloca de inmediato al margen del colectivo juzgador, circunstancia grave en sí. Y si los demás siguen sus postulados todos se sitúan frente a una sociedad que clama venganza y que ya ha hecho por su cuenta su juicio que a veces es doble y complejo: pasional-popular y mediático-popular. Todo un drama sobre el drama que se juzgue.
Si el jurado decide ir contra el pueblo enfurecido porque ha utilizado la razón sobre la base de la información que posee y que el pueblo no posee y si la poseyera no querría saber nada porque lo que persigue es hacer catarsis a costa del o de los acusados, entonces, ¿cómo iban a ir por la calle esos miembros de esos jurados populares? “Ahí va el que absolvió al asesino de los niños aquellos”. Y eso queda grabado a fuego para toda la vida, pesándote como una losa enorme de mármol negro.
Es más fácil siempre obrar conforme a lo que la gente hace y decirle lo que la gente quiere oír, así proceden los mercaderes, los mediocres, los políticos y la mayoría de los medios de comunicación cuando quieren vender algo y encima quedan como dioses, incluso como personas de respeto que crean riqueza, seriedad y pluralismo. Y además todos estimamos que la democracia funciona, que el sistema funciona.
Es para echarse a temblar porque quienes suelen gobernar son las emociones, los pre-juicios y el miedo de que te juzguen y te condenen a ti mismo. En el último año he padecido una experiencia judicial en un caso en el que iba como un simple testigo y al final, en un auto subjetivísimo –por no calificarlo de otra manera- casi me dicen que fui yo, por actuar en conciencia y como funcionario público, el asesino de Manolete.
Repito: para echarse a temblar, ignoro por qué aunque tengamos la conciencia limpia como una patena hemos de tener miedo a los jueces si se supone que están ahí para el bien de quienes vamos de nuestro corazón a nuestros asuntos. Bueno, no lo ignoro, he descubierto que, en contra de mis creencias, el juez es un ser humano sometido a tensiones y emociones propias y extrañas. Menos mal que de vez en cuando aparecen los juzgados populares y les dan un respiro. Lo que de verdad no sé es si acaso pasamos de Guatemala a Guatepeor. O sí lo sé pero me callo porque yo tampoco soy Henry Fonda.
(Para los más jóvenes y desmemoriados: Henry Fonda en la peli Doce hombres sin piedad, basada en la obra de teatro de Reginald Rose, disponible también en la Red en las obras de teatro con que nos deleitó el programa de televisión Estudio 1: https://www.youtube.com/watch?v=PJy-_FCWfQ8). DIARIO Bahía de Cádiz Ramón Reig