Me voy a reinventar, que aún estoy a tiempo.
He decidido convertirme en bloguera de moda y subir a las redes las fotos y comentarios muy chic de cada trapito que me compre. Los conjuntaré, por colores, y me pintaré las uñas según los zapatos que me ponga. Haré acopio de poses sofisticadas, entrenaré postura: fuera cláviculas, dentro barriga y morritos. Quiero ser como Olivia Palermo (aunque nunca haya probado el menudo en su vida).
Sí. Ya me he comprado unas planchas nuevas para el pelo y un aparato que te deja la cara como un azulejo (suavita, se entiende).
Me he propuesto llegar a un público más amplio (bobas sin personalidad, por ejemplo) para que me copien los modelitos, aunque sean horrorosos, da igual. Seré la más trendy del trending topic, muy cool, fashion victim, molona tela.
¿Qué por qué este afortunado cambio en mí? Es sencillo: estaba muy desaprovechada, y es que el rollo de la poesía, los libros, la vida profunda y cultureta en general, me da demasiados disgustos, y además, de glamour, poco, ya que para escribir no hace falta maquillarse, ni es muy buena idea echar un par de horas con las musas subida en unos Manolo Blahnik (también, como los autores, son envidiosas estas señoritas). Además, los del mundillo libresco, salvo estupendas excepciones, no es que sean sex symbols precisamente. Muchas veces, alguno, además de incómodo de mirar, es imposible de soportar. Y ya no sé si me quedan ganas de aguantar soporíferos recitales, aburridas lecturas, presentaciones coñazo y gente terroríficamente fea. El guaperío me espera, y las alfombras rojas, y los anuncios de Pantene.
Así que bueno, me he propuesto seriamente ser más feliz, y encarnar el tópico de la rubia simple y tonta, con mis mechas californianas y mis cavitaciones varias para así tener un aspecto más neumático e intranscendente. Tampoco llegaré al extremo de aquella mujer que aspira convertirse en una Barbie humana y quiere que le extirpen parte del cerebro. Yo seguiré leyendo a Proust, Hölderling o Nicanor Parra, a escondidas. Nadie me verá nunca más leyendo un libro (así le haré un guiño a Buñuel en El Fantasma de la Libertad, donde los habitantes de esta película, se esconden para comer en el servicio, y defecan públicamente, con retretes a modo de sillas alrededor de una mesa, compartiendo aromas íntimos con sus invitados). ¿Lo ven? Tengo que acabar con esta tendencia a la pedantería y a la cinefilia. Solo tengo que hablar de zapatos y bolsos.
A partir de ahora (hoy es lunes, ya no me ha dado tiempo, empiezo el siguiente) me pasaré a la dieta Slow Idiot Detox Vegan, y solo comeré hierbajos y beberé zumos orgánicos y muy verdes. Procuraré comer y beber siempre por la calle, para que me capten las cámaras, e iré con deportivas, gafas de sol y un bolsón (no, no me refiero a Bilbo, la vena friki no es tan it).
Lo malo de todo esto es la cara rara que va a poner mi hija cuando vea que su madre está todo el día mordiéndose los carrillos para “empomularse” la cara a lo Vicky Beckham. Ni sé como va a reaccionar mi marido cuando tarde cada noche en el cuarto de baño mucho más de lo acostumbrado entre cremas frío-calor para la celulitis, mascarillas del mar muerto, sérums milagrosos para el pelo y depilaciones exprés con espada láser. Eso sí, al abrir la puerta, ya incluso vemos efectos especiales, a lo lluvia de estrellas, con humito y todo (lo malo es que no me ha dado tiempo a comprarme el conjuntito de Victoria´s Secret para pasearme por la casa, y sigo teniendo la bata de peluche del Primark, pero tiempo al tiempo).
Atrás quedaron los días en que solo me planchaba la mitad del pelo con las prisas, la crema hidratante era la misma para la noche, que para el día que para limpiar el sofá de piel (¡horror!). Lejos ya quedará eso de pasar de las botas directamente a las chanclas, sin una buena pedicura de por medio. Atrás quedó el cargar y descargar el coche con trescientas bolsas del Mercadona, y el papel higiénico, que no cabe en ninguna. Se acabó eso de comer molletes con jamón y aceite en el bar Pepi.
No a las lorzas, alimentadas a base de años y cariño. No a los montaditos, huevos con patatas y croquetas de jamón. Se acabó la vida sedentaria, las siestas de dos horas, y los cachitos clandestinos de chocolate con almendras.
Adiós a mojar pan. Hola a la vida hipocalórica y tortitas acartonadas de maíz. Hola spinning, ¿qué hay?
He conseguido mi sueño, soy una mujer realizada y exitosa, y ya siento como por la calle la gente me sigue, y me hace fotos con el móvil, y se viste como yo, y me admira, y me adora, y murmuran eso de “mira Paco, ahí va la it girl de Puerto Real”.
Pero no soy tan feliz como imaginaba: me duelen los pies y tengo mucha hambre.