Hace años, cuando mi hijo era pequeñito, no me quedaba más remedio que frecuentar el patio de su colegio, con más asiduidad de la que me hubiera gustado. Tengo que decir que gracias a ello hice grandes amigos que aún conservo y creo que conservaré siempre. Otros se quedaron por el camino. Esto de las afinidades es lo que tiene, no todos los intentos y encuentros resisten el paso del tiempo. Aún así, el balance es francamente positivo.
A fuerza de horas esperando a mi retoño mientras jugaba al fútbol o participaba en los mil y un cumpleaños que celebrábamos las madres para dar fe de nuestra alegría por serlo; a fuerza de horas digo, terminas pegando la hebra con alguien. Sobre todo yo que tengo incontinencia verbal. Ese alguien solían ser otras madres y contados padres. Los niños son de sus mamás (¡JA!) ya saben.
Los niños son de quien los cuida, los quiere y les da cariño. Todo lo demás es aceptar pulpo como animal de compañía. Lo malo es cuando este tipo de actitudes es secundado, apoyado fomentado y disculpado con orgullo por las madres en cuestión. Pretendidas faltas de aptitud, propias del sexo masculino en cuestiones paterno filiales, que se muestran con orgullo cuando deberían ocultarse con vergüenza.
En una ocasión, varias sacrificadas supermadres comentaban ufanas como sus mariditos eran incapaces de hacer nada en el hogar si no estaban “ellas”. No sabían ni freír un huevo las criaturas, así que imaginen cómo iban a poder encargarse de nada relacionado con los niños. Lo más sangrante es que todas las mujeres que conformábamos el grupo trabajábamos fuera del hogar también.
Tras escuchar la orgullosa afirmación sobre el tema del huevo, pregunté si el señor en cuestión tenía alguna discapacidad que le impidiera ejecutar una acción tan simple y recibí un torrente de explicaciones sin sentido y de simplezas que no merece la pena reproducir.
Mujeres que justifican los celos de sus parejas “por amor”, que se visten de acuerdo a los lamentables criterios de decencia de obtusos cenutrios, que aceptan que otro ser humano las considere de su propiedad.
Podría contarles mil y una historias (el lamentable yo no soy feminista, soy femenina, por ejemplo) en que mujeres de toda condición pierden su dignidad cada día. Podría incluso decirles que el amor es otra cosa; pero lo que alguien debería recordarles es que tienen hijos e hijas y que su ejemplo va a determinar muchas de sus conductas en el futuro.
Todo esto lo digo desde el rencor y la envidia porque mi compañero no me quiere lo suficiente. Me “deja” salir cuando y con quien me da la real gana y ponerme la ropa que quiero. Encima sabe freír huevos y se ocupa de nuestro hijo con la misma dedicación y cariño que yo. Para más inri, el niño, desoyendo las más básicas reglas de la cordura, cuando está enfermo llama a su padre y no a mí.
Pero claro, yo debo ser poco femenina (no hay más que verme) ya que me gustan los tipos así. Tú sabes, los que no son celosos porque no te quieren, evidentemente, pero te respetan. Te tratan como a una persona y no pagan sus carencias contigo.
Yo no puedo presumir de que no sepa hacer nada sin mí porque lo sabe hacer todo. No puedo sentir con orgullo que me considere “suya” porque es el primero que sabe que no soy de nadie.
Mala suerte debe ser esto de tener a tu lado a un hombre y no a un papafrita. DIARIO Bahía de Cádiz Susana Suárez