Lo confieso, muero con las pantallitas. No quiero vivir sin mi teléfono móvil y el ipad es mi fiel compañero. Tengo caralibro, twitter, wasap y telegram; por muchos años y que ustedes lo vean. No he dejado de salir ni de reunirme con amigos. Es más, he conocido a mucha gente que he incorporado a mi vida gracias a los universos informáticos. He recuperado a una gran cantidad de afectos a los que, por cuestiones de distancia y años, les había perdido la pista. Con ellos también recupero muchas partes de mi vida.
Mi adolescente e hiperconectado retoño no perdona una salida al cine ni a jugar al fútbol con sus colegas por una partidita a la Play. Bendito wasap que nos ahorra cuentas desorbitadas de teléfono. Eso sí, mucha información y saber dónde nos metemos desde el principio. No podemos ser ajenos a esta nueva manera de relacionarnos si tenemos un hijo. Lo malo y lo bueno de nuestra nueva era digital estará condicionado por el uso que hagamos de ello. Como de todo, creo. Así de sencillo y así de complicado.
¡Ese olor de los libros!, esa letra impresa en ese pedazo de tomo de seiscientas páginas que nos apasiona, empieza a dejar de tener tanto romanticismo cuando un e-book de apenas unos gramos, con la iluminación correcta y su maravillosa tinta liquida, entra en nuestras vidas. Viene a ser como la vitrocerámica en la cocina. Díganme ustedes que tiene de romántico limpiar los quemadores de las antiguas cocinas o quitarle el polvo a los libros de las estanterías de su casa.
Pero claro, como los que ahora estamos en el machaquito hicimos la EGB y eso era maravilloso pues tenemos que defender lo nuestro como en su momento hicieron nuestros padres, antes los suyos y así hasta el infinito y más allá. Si cualquier tiempo pasado fue mejor, yo no me veo defendiendo esa maravillosa vida que llevábamos las mujeres en nuestras cuevas cuidando a la prole, mientras el macho dominante me salía a cazar estegosauros. Lo pienso así como fantasía y puede que me ponga pero enseguida se me pasa; por lo de la evolución y eso.
El secreto de la felicidad, dicen, está en nuestra capacidad de adaptación. Sé que esta capacidad va mermando con los años y también sé que todo lo desconocido inquieta, cuando menos. Pero lo cierto es que existen mandos a distancia y nuestros hijos han nacido con ellos en la mano. No nos queda otra si queremos comprender su mundo, que por otra parte es también el nuestro. Lo demás son excusas, miedos y añoranzas de cuarentones a los que a la crisis propia de la edad se les suma todo esto.
Lo siento señores, ya no hay pizarrín ni teléfono de rosca ni EGB ni fiestas de guardar. Tronco y demasié son consideradas castellano clásico y el rock sinfónico y Mecano cosas del Pleistoceno superior. Como las hombreras, gracias a dios.