Según me cuentan los medios de comunicación, el presidente francés, François Hollande, se ha echado una querendona y a su señora esposa legítima –periodista de profesión- como no le ha sentado bien la noticia le ha dado una alferecía y ha precisado ingreso hospitalario con el alta posterior, a Dios gracias. Hollande, del que se decía que había “pasado” del asunto, en un principio, parece que al final le envió flores y bombones a la enferma ofendida.
Un paparazi ha captado fielmente lo que parece eran los principios de las ceremonias de apareamiento entre el mandatario y la cortesana. Y ahora viene el jaleo con lo de la privacidad, que si hay que informar de las aventuras del gabacho con la gabacha o si hay que correr un tupido velo porque son sus cosas y punto.
La respuesta por mi parte es clara. Hay que informar, esas personas ya no se pertenecen porque así lo han querido. Aquí en España tuvimos a dos vicepresidentes casados y además con novias y todo el mundo lo sabía. En uno de los casos se armó la mundial pero en el otro no. Depende de cómo reaccionen sus partidos porque la gente ya lleva siglos acostumbrada a que las altas esferas calmen sus hormonas más allá de lo que manda la Santa Madre Iglesia y lo políticamente correcto. Para eso los católicos no son tan exagerados como los judíos y los protestantes que siempre están con la ira de Dios. Todas las religiones coinciden en esa manía que sufren contra las partes bajas “ilegales” pero los católicos tienen la ventaja de poseer un Dios comprensivo que te permite hasta un acto de constricción –personal e intransferible- en el último momento de tu vida y con eso vas al cielo o como mucho al purgatorio que tiene narices que ya no exista como tampoco existe el limbo, según los doctores de la Iglesia, o sea, que te educan en unas estancias y resulta que luego no eran ciertas, Dios tuvo un error mecanográfico en ese sentido, si me atengo a lo que sostienen sus representantes.
Ahora bien, que reyes, vicepresidentes, presidentes y ministros cosechen queridas o queridos y no nos podamos enterar porque es su vida privada, de eso nada de nada, tenemos el derecho a saber con quienes intercambian fluidos nuestros mandatarios por varias razones. Unas son de carácter efectivo e interés general porque un polvo de un presidente puede influir en nuestras vidas. Hollande, verbigracia. El mozo entraba a las 23 horas en el picadero que se había buscado y salía a las 11 de la mañana, es decir, doce horas de baile y fanfarria, de las 24 horas que me dicen que tiene el día. ¿Cómo gobernaba este hombre? Desde luego, la crisis actual y estos hechos relacionados con las entrepiernas y con el corazón (que no todo va a ser cópula) nos demuestran que un político aunque sea presidente no es quien manda sino sólo quien gobierna. Pero, aun así, algo tendrá que hacer la persona que encabeza visiblemente una de las cinco grandes potencias del mundo…
Cuando salía a las 11, ¿en qué estado salía? Porque Hollande no es un niño y ya sabemos que cuando los de la segunda y tercera edad (“antes pierde el viejo la sesera que la sementera”) nos echamos una querendona joven intentamos demostrar que somos los reyes del mambo en materia espermática. Luego, por consiguiente, no sería extraño que su estado físico le impidiera estar todo lo en forma que es necesario para enfrentarse a los protestantes, señora Merkel y señor Cameron, dirigentes explícitos de Alemania e Inglaterra, respectivamente, para intentar que Europa sea de una vez una nación en lugar de una especie de colonia de estos dos países, sin contar la tradicional adicción a los USA y sus espías.
Las otras causas por las que los miembros de la plebe debemos estar al día de las cuitas de los de las “castas superiores” tienen que ver con el ocio, el morbo y la evasión respecto a las angustias que nos han creado los errores de gestión de los de arriba, respecto a los cuales somos casi inocentes. Nos gusta saber que los ricos también lloran y que también se lían con la vecina, con la joven del autobús o con la mejor amiga de tu mujer, vamos, como en la vida de los que vivimos abajo. Es una obra de caridad que estoy seguro sus señorías, altezas, eminencias o santidades no nos negarán. O, más que eso, es un derecho, el derecho al cuchicheo.
Aunque, bien pensado, también no pocos de nosotros somos como la esposa o el esposo cornudo pero deliberadamente sordo y ciego: “Si me pones los cuernos que yo no me entere”. Sobre todo si vivo bien materialmente y tengo tarjetas de consumo, que yo no me entere. Trasladando el asunto a nuestro tema, tal postura valdría sobre todo para las veleidades hormonales de los cargos relacionados con la espiritualidad. Porque si creo en lo divino y sus representantes se me desmitifican por culpa de un subidón mi vida se ve afectada en su sentido más profundo. Pero no es el caso de Hollande, desde luego, porque Hollande entra en la dinámica material y vulgar de la oferta y la demanda cuantitativa y hay muchos Hollandes por ahí.
Por tanto, que cada cual haga lo que le parezca con sus inclinaciones amorosas, comprendo que estar sólo con una o uno es aburrido y tal vez anti natura. Pero al populacho se nos tiene que informar al detalle por si la pérdida de equilibrio psíco-físico propia de estas circunstancias influyera en la gran labor patria que la Historia les ha encomendado en pro de todos nosotros. Ahora estamos en la mundialización y el presidente de Francia no es sólo de los franceses. Tal vez el de España sería una excepción porque no parece ser el presidente de todos los españoles y da la impresión de que es un cuchara que ni pincha ni corta aunque, eso sí, ha logrado que España crezca un 0,1 por ciento y ya mismo, en dos años, ataremos los perros con longaniza.