Por supuesto que la sátira, la ironía y el sarcasmo no son del agrado de quienes son objeto de burla. A nadie le gusta que le saquen los colores evidenciando ante los demás nuestros errores. Solemos aguantar estoicamente que nos hagan una caricatura de nosotros mismos y, dependiendo de nuestro nivel de narcisismo reaccionamos de una manera u otra ante la crítica.
Personalmente, a lo largo de mi historia de humorista gráfico amateur y caricaturista he visto de todo. Desde el que ha agradecido una caricatura hasta el que me ha retirado el saludo durante largas temporadas. ¿Qué le vamos a hacer?
También es verdad que uno mismo se pone sus propias barreras de censura previa y no suelo meterme en jardines que puedan implicar responsabilidades penales. De algo tenía que servir la formación jurídica que me dieron mis padres.
Cuando empecé a publicar, allá por mediados de los 80, mis padres estaban aterrados por “lo que me pudieran hacer”. Nunca me identificaron a aquellas personas que ellos temían que podrían hacerme daño si eran objetivo de mis críticas. Pero intuían que estaban ahí, esperando para devolverla.
Esos seres rencorosos e incapaces de admitir una crítica, los que se la guardan durante años y años para, de una manera u otra, vengarse han aparecido hoy en su vertiente más salvaje, con el atentado a la revista satírica ‘Charlie Hebdo’.
Da igual que sean islamistas radicales que fundamentalistas de cualquier religión o ideología. Todos son los mismos: los que solo entienden el sentido del humor cuando es “contra” los demás y que no permiten, de ninguna de las maneras, crítica alguna a sus personas o sus acciones.
Lo peor de todo es que este tipo de gente no la erradicaremos jamás. Ni con una mejor educación ni con la Alianza de Civilizaciones promovida por Zapatero. Es triste pero cierto: hay miedo. Pero tenemos que superarlo. No pueden ganar. DIARIO Bahía de Cádiz