No soy nada deportista. Puede que sea esa la razón por la que no entiendo el alboroto que se monta alrededor de alguien que corre una maratón, o que logra hacer hoy seis kilómetros más que ayer.
Si se trata de una mujer embarazada que corre empujando un carrito supersónico con su bebé, por ejemplo, menos entiendo que sea una hazaña digna de elogiarse hasta el punto de asimilar esta proeza con un gran ejemplo a seguir. Ojo, respeto mucho a quienes intentan, y logran, cualquier objetivo difícil. Sí.
La fuerza de voluntad es una máquina de precisión, un delicado motor, que hay que alimentar con puro fuego (véase pasión). Hasta ahí bien. Y expreso mi admiración por quienes son capaces de conseguir sus propios retos. La superación personal es libertad, y en ella caben todo tipo de excentricidades.
Pero sigo sin entender ciertos objetivos que se marcan algunas compañeras de sexo, cuyo afán es lograr “la igualdad”, siendo, las más de las veces, un ansia de protagonismo desmedido o un querer acallar ciertas frustraciones personales cuyo run run no cesa. Y no tiene nada que ver con lo de ser mujer. Pero nada de nada, oigan.
Viene esto al caso por lo de la consabida celebración de ayer, ocho de marzo.
Por sistema, recelo un poco de las conmemoraciones de un solo día, aunque esté escrito en la Historia, y sea justo y necesario celebrar ciertos hechos.
No entraré en polémicas acerca de lo adecuado de celebrar o no. Ni avivaré el debate sobre las igualdades varias, porque en mi opinión, reivindicar algo que ha de ser de forma natural, ya es caer en una dinámica desigualitaria. Daría para cientos de artículos documentados sobre el tema. Y ahora no viene a cuento.
La cuestión es aquello de lo que hablábamos el otro día en las redes sociales: la notoriedad.
La necesidad de ruido, la necesidad de demostrar que se es y que se está, la autocomplacencia, el placer y la reverencia ante los palmeros y pancarteros de turno. Por supuesto, ningún objetivo cumplido, que no implique sangre, sudor, lágrimas y la propia vida, podría ser (por lo menos antes era así) una hazaña histórica, una aportación al mundo, enriqueciéndolo, haciendo de él un lugar más igualitario, justo y respirable.
Por eso, viendo a esa chica, que seguro que tiene mérito, no digo yo que no, encumbrada por correr una maratón (porque tiene tiempo para ello, claro), o aquellas que han logrado recuperar la figura en tiempo record después de ser mamás (artistas varias en revistas cutres, todo hay que decirlo), o las competiciones por lucir mejor los zapatos más caros o el culo más tonificado, me cabreo mucho. Y no se trata de envidia. Si peco de envidiosa, lo hago en condiciones, envidiando cerebros, no culos.
Me dan rabia esos comentarios de chicas que quieren imitar, seguir, adorar a ciertos ejemplos de mujeres libres, que no lo son. Más bien al revés.
Y es que no hay cámaras en casa de Ana María (por ejemplo), la que se levanta a las seis de la mañana para ir a trabajar, pero antes, prepara a sus tres niños, y los lleva al colegio, y vuelve del trabajo, y los recoge, y les pone la comida, y los lleva al parque, e intenta sobrevivir sin tiempo para ella. O en casa de Charito, la abuela de seis nietos, a los que cuida ella sola, para que dos de sus hijos trabajen fuera, teniendo a su cargo también, al hijo pequeño, con treinta y seis años recién cumplidos, en casa, en paro y deprimido. O Sara, con dos hijos, sí, la que ha tenido que irse del pueblo, para que él no la encuentre y la mate, echando muchas horas en turnos de noche, muchas veces de pie, con las piernas moradas, sin zapatos caros, y tan joven y tan vieja.
No hay cámaras, ni nadie les hace un reportaje, a las mujeres normales, que por supuesto nada tienen de vulgar, ya que son criaturas extraordinarias, logrando, ellas, sin ruido, sin necesidad de demostrar que se es ni que se está, un camino para los suyos, sosteniendo, el mundo, en la sombra, y demasiadas veces, con el alma corroída por la humedad y el abandono.
Servidora no tiene nada en contra de las que hacen maratones. Cada una hace con su tiempo libre lo que le plazca, pero mi amor está con ellas, con las mujeres que son capaces de lograr cada día, grandes hazañas invisibles. DIARIO Bahía de Cádiz