La primera vez que Cristina Pedroche dio la campanada, confieso que sí lo critiqué. En mi muro (de las lamentaciones) de Facebook, se armó “la constitución”, y, como pasa a menudo, no se captó ni la ironía, ni el sarcasmo, ni la retranca, de algunos de mis comentarios. Desde entonces, me propuse no opinar sin procesar más exhaustivamente, dicha opinión, y no permitir que lo que pienso, sea lo que sea, salga sin más. No me conviene. O quizás sí. Yo que sé. La cuestión es que en su momento me indignó, a lo feminista radical, que el exceso de carne invadiera la pantalla, completamente adrede, para provocar, tanto a las hordas de machitos ibéricos (sí, los que superpueblan las peñas de mi pueblo a todas horas), como a las “doñas” (que dijo un compañero de red social, defensor de las carnes bien puestas), a las que se supone que son “envidiosas”, mojigatas y pazguatas. No entraré en el juego de afirmar, para mis adentros casi siempre, que servidora considera igual de grave que a una la llamen putón, como que la llamen mojigata envidiosa. Pero ya digo, no entraré. Hoy no.
Como iba diciendo, me indignó que para mostrar al mundo catódico, lo que una vale, haya que dejar claro que no se tiene celulitis, ni varices, y que la depilación brasileña está tan bien hecha, que el tanga baila samba, entre nalga y nalga, si es que hay tanga (porque nalgas sí hay, y lo sabemos). Me indignó el vestido. Me dieron “mucho coraje” las transparencias como parte del atrezzo de una representación, de un montaje, con trampa, en el que todos caímos. En su momento, las consideré groseras, y una ofensa al intelecto, etcétera. Recuerden, en los supermercados, suelen colocar determinados productos, a la altura de los ojos. El marketing y sus estrategias.
Pero esto año ya no me ha indignado tanto, anda ya. Para qué. Y es que miren ustedes por donde, que la que tiene boca se equivoca, y después de muchos días (un año entero), reflexionando sobre el tema (qué va), he decidido cambiar de idea, y decidir que a partir de ahora, voy a admirar a todas las Pedroches del mundo. Es la tendencia, ¿no?
La cuestión es que el empacho de tuits, comentarios insultantes y pamplinas leídas por ahí, le han dado al “on” en mi sistema “empático”, y ahora, la muchacha me cae la mar de bien (tampoco me caía mal antes, ojo).
Ella afirma que es libre. Se defiende diciendo que es feliz. Y ole su moño (el de este año, porque el año pasado, llevaba el pelito suelto, que me acuerdo yo). Le alabo el gusto por esa libertad que proclama, y de la que presume tanto. Es libre, muy libre, de llevar o no bragas. Libre, para recogerse el pelo, o para desmelenarse. Libre para decir que es libre, y creérselo. Libre, para ser consciente de que forma parte de un engranaje perverso, en el que cree que es feliz. Ojalá lo sea. Es libre para encajar insultos, y para ser insultada. Libre, muy libre. Y si eso es verdad, entonces, la Pedroche se ha convertido en adalid de la libertad absoluta femenina. Todas deberíamos ponernos un modelito igual en Nochevieja, y recibir a los suegros así, envueltas en telas etéreas, y capa de Jedi, para el frío, porque ya se sabe, la Fuerza acompaña, pero las bragas, abrigan.
Ella es la Simone De Beauvoir de Twitter. Porque es libre, muy libre. Y no necesita enseñar carne para demostrar nada, ni para ganar dinero, ni para ser trending topic. Sin embargo, enseña más de lo que cree. Y vale, ya lo hacen las celebrities en la alfombra roja en jolivú. Pero es que esto es Españistán.
Ella no necesita mercadearse, desnudarse y venderse. Pero lo hace, a pesar de su cociente intelectual y sus logros académicos (ay, sarcasmo, perdón).
Le admiro el gesto, la decisión, la valentía. Pero lo que me hizo virar a su favor, de forma definitiva (he decidido apuntarme a su club de fans, en serio), fue, que entre las muchas lindezas bajunas y groserías, la llamaran “gorda”. Ya se me ha nublado el entendimiento. Ya voy a pedir hora con mi coach. Ya he vuelto a recaer en el trauma.
¡Ay, eso sí que no!. ¿La Pedroche, gorda? Ni mijita. DIARIO Bahía de Cádiz