“Resulta imposible atravesar una muchedumbre con la llama de la verdad sin quemarle a alguien la barba”. Georg Christoph Lichtenberg.
¿Qué podemos esperar de unos partidos que vienen repitiendo durante meses los mismos planteamientos, idénticas objeciones, vetos, críticas y posturas intransigentes cuando, al mismo tiempo, pretenden presentarse como abiertos al diálogo, dispuestos a llegar a acuerdos y convencidos que su actitud, aunque sea obstruccionista, es la que mejor le conviene a España y a sus ciudadanos?
Si tuviéramos que hacer caso de lo que cada uno de ellos, a través de sus líderes, viene diciendo, deberíamos descartar ya, desde ahora, la posibilidad de que el Rey consiguiera encontrar, a través de las entrevistas que va a mantener, con cada uno de ellos, a partir del próximo martes, uno solo que dispusiera de los apoyos suficientes para presentarse, con garantías de éxito, a una posible investidura. Y no es que se pudiera recurrir a que los hubiera que se abstuvieran para dar paso a un gobierno de minoría, como por ejemplo, uno del PP encabezado por don Mariano para que intentara gobernar en minoría; sino que, ni esta mínima opción parece tener posibilidades si el PSOE, como viene repitiendo hasta la saciedad, no contempla darle el menor apoyo al PP, aunque fuera a través de una simple abstención que es lo que le piden al señor Sánchez muchos de los barones de su propio partido.
En todo caso, como mero observador, no veo que exista la menor posibilidad de que un gobierno surgido de abstenciones y sin apoyo alguno, me refiero a los de un partido importante como, por ejemplo, Ciudadanos; tuviera la menor posibilidad de mantenerse durante toda la legislatura, sólo con los 137 votos que le otorgaron los ciudadanos en las pasadas elecciones, al frente de un gobierno, con la mayoría del Parlamento en la oposición, una mayoría de izquierdas poco o nada dispuesta a colaborar y con el evidente propósito de desgastarlo poniendo obstáculos, con votaciones en contra, rechazando la publicación de leyes necesarias e interviniendo negativamente en cada tema que afecta a la convivencia de los españoles. Simplemente, me parecería un suicidio, una mala decisión y una solución todavía peor a la, desechada por todos los partidos, de llegar a la celebración de unas terceras elecciones legislativas.
Como siempre, el señor Rajoy parece empeñado en seguir amagando para luego regresar a su cubil, desde el cual mantiene en ascuas a todo el pueblo español, que no sabe si fiarse de que va a ser capaz de realizar un milagro de última hora o si, de lo que se trata, es que confía en que, su inmovilismo, y los nervios del resto de partidos, acaben por estallar. Lo que no sabemos es si, el sentido del estallido les iba a beneficiar a los del PP o, por el contrario, facilitaría a esta izquierda fragmentada, pero todavía capaz de regenerarse y llegar a acuerdos, superando las rencillas internas que hoy las debilitan, para erigirse en una nueva mayoría que pudiera aspirar a gobernar, si el resto de partidos de centro y derecha, deciden perder el tiempo en absurdas e inútiles discusiones entre ellos, que no llevan a ningún lugar sólo, en todo caso, a facilitar a los separatistas catalanes que no cejan en su intento de conseguir su objetivo y, a los comunistas bolivarianos, a que puedan rehacerse de su fracaso del pasado 26J.
Sin embargo, el hecho manifiesto de que don Mariano Rajoy se mantenga en sus trece en su disposición a gobernar, aunque sólo fuera con el apoyo de sus 137 escaños, si llegara a materializase, porque la Cámara Baja, sibilinamente, decidiera permitirle gobernar sabedora de que, el gobierno, sólo podría mantenerse durante unos pocos meses, los que tardase en cerciorarse de que, toda una oposición dispuesta a amargarles el trabajo y desairarlos, les iba a impedir tomar una sola medida o aceptar ninguna proposición o ley que se atrevieran a presentar a la aceptación de la Cámara. ¿Cuál sería la actitud del señor Rajoy, presidente del gobierno, si llegase a encontrase ante una situación semejante?
De hecho no parece que le quedaran muchas soluciones, como no fuera rendirse a la evidencia y volver a convocar nuevas elecciones, en un intento desesperado de conseguir más votos, de poder alcanzar una mayoría más sólida, buscando que, el resto de partidos, como sucedió en las pasadas elecciones, fueran perdiendo fuerza a causa del cansancio de la ciudadanía, de la desconfianza ante unos políticos que han demostrado que no tiene solución para situaciones complicadas, de los que, evidentemente, están hartos y empachados de oírles repetir, como loros, las mismas consignas, las mismas perogrulladas y las mismas estupideces, sin que ninguno de ellos se pare, ni por un momento, a intentar escuchar lo que dicen sus oponentes y buscar posibles puntos de encuentro en lugar de descartar cualquier buena idea que pudiera llegar de sus adversarios, lo bastante apta para ser la base de algún futuro entendimiento.
No creemos en los milagros que puedan surgir de las entrevistas con Felipe VI, ni esperamos que, en manos del monarca, esté la solución a los destinos de España; entre otras razones porque está atado de pies y manos para cualquier otra función que las estrictamente fijadas por la Constitución, entre las que no figuran las de aconsejar o hacer de Trota Conventos entre los líderes de los distintos partidos que, por otra parte, no se someterían a semejante juego. En ocasiones surgen efecto, cuando una situación se encalla y no se le ve solución razonable, el que se tomen decisiones, dentro de cada partido, para renovar a aquellos negociadores, cúpulas directivas o elementos que, por su obstinación y falta de flexibilidad, constituyen un freno para conseguir acuerdos beneficiosos para la nación; que se celebren congresos, se discutan soluciones, se flexibilicen posturas y se tomen medidas, en ocasiones dolorosas, para sustituir a aquellas direcciones, miembros obstinados o negociadores excesivamente fanatizados, para poner en su lugar a personas capaces de transigir, llegar a acuerdos y, si es preciso, convenir coaliciones para poder formar un gobierno, incluso por un plazo limitado, que sea capaz de atender a los problemas más urgentes de la nación, que ya no pueden seguir aplazándose más, como los PGE y los de las autonomías. Sin ellos, es imposible fijar los límites de gasto público de los ejercicios futuros.
Y conviene que empecemos a cavilar sobre las posibles consecuencias que, para España y los españoles, podría tener el ir prolongando un estado de cosas que ya no nos afecta, exclusivamente, a los ciudadanos españoles, sino que empieza a preocupar al resto de Europa, a las instituciones comunitarias y a cada uno de sus miembros que la forman, que ya se están dando cuenta de que la quinta economía europea corre el peligro de entrar en una fase de descomposición, amenazada desde dentro por el separatismo activo o larvado de algunas autonomías díscolas y la aparición de nuevos brotes, importados los unos y reactivados los otros, de comunismo que han adquirido, en los últimos tiempos, un desarrollo y una fuerza que hacía muchos años que no tenían. Pueden haber fracasado en un primer intento, pero es evidente que no se rinden y que, si ni conseguimos consolidar un gobierno de centro lo suficientemente reforzado, estable, del gusto de Europa y capaz de llevar adelante lo que, desde la CE, se nos sigue reclamando, es obvio que vamos a tener problemas graves, que estaremos en peligro de descomposición de nuestra patria y que seremos presas fáciles de aquellos a los que les han encomendado acabar con nuestras costumbres, nuestras creencias, nuestros logros y conquistas sociales, nuestra instituciones y nuestros adelantos científicos, de los que tan orgullosos nos sentimos, para caer en manos de aquellos cuya misión es acabar con nuestras libertades para llevarnos, de nuevo, a las catacumbas comunistas.
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, casi tememos tanto el que no acabemos por llegar a un acuerdo que permita a una mayoría de centro derecha, capaz de seguir desarrollando el plan de recuperación, que tantos buenos resultados está empezando a conseguir, como el que, finalmente, sólo se consiga un gobierno minoritario, presidido por el señor Rajoy, simplemente porque unas tímidas abstenciones nos pongan en la tesitura de tener que gobernar en minoría, como aquella pequeña nave que se ve obligada a navegar entre gigantescas olas que la hagan bambolear hasta que finalmente acaba naufragando. No hay que conformarse con una recompensa tan pequeña cuando la factura puede resultar demasiado alta. Para llegar a ello mejor sería poner a todas las formaciones políticas ante la evidencia de unas nuevas elecciones, donde deban explicar a sus votantes, el por qué no fueron capaces de formar un gobierno cuando tuvieron capacidad y oportunidades para hacerlo. DIARIO Bahía de Cádiz