Siempre me gustó este mes de diciembre con todo lo que implica. Ayer leyendo la prensa me topé con la noticia de la iluminación navideña de los centros comerciales y no pude dejar de añorar aquellos diciembres, cuando vivía en Madrid, y mis padres nos llevaban a disfrutar de la iluminación navideña de la ciudad.
Siempre lo asocio a eso, a mis padres y hermanos. A mi familia primera, a la infancia. Tal vez por ello también me produce una sensación de melancolía, de pérdida, de vacios. Diciembre volvió a ser de nuevo Navidad para mí tras el nacimiento de mi hijo. Ahora la he vuelto a perder. Sólo aspiro a que pase cuanto antes y con el mínimo daño posible.
Iré a fiestas, cenas y comidas con los amigos, pero celebraré la amistad -como la celebro cualquier día del año- no otra cosa. Compraré regalos sin gana, pero los compraré. Sé que después, por momentos, vuelve la ilusión.
Lo veré todo pasar, como en una película, espectadora ajena e involuntaria de un relato de emociones ficticias ahora para mí. Me da frío la Navidad.
Tiempo privilegiado para echar de menos. Echar de menos lo que era y ya no es, los que estaban y ya no están. Lo que fui y ya no soy. Echar de menos Madrid, Londres, Asturias, Paris, Roma y todas y cada una de las ciudades donde pasé alguna vez esta época. Echar de menos el mercadillo de la Plaza Mayor, el abeto de Trafalgar Square (que puntualmente les envía el pueblo noruego a los ingleses para agradecerles su ayuda durante la segunda guerra mundial), echar de menos aquella noche de mis veinte años recorriendo feliz la ciudad luz. Echar de menos las lentejas compartidas con él en el Trastevere, aquella madrugada eterna en que hablé mil idiomas. Las risas. El mundo que era entero nuestro en la ciudad a la que llevan todos los caminos.
Echar de menos las manos que me trajeron hasta aquí, que me hicieron lo que soy y se fueron hace tanto tiempo. La sonrisa de mi amiga. Echar en falta todos los caminos que no transité, todas las opciones que no escogí. Todas las vidas que no voy a vivir. Los libros que no leeré y las palabras que no escucharé.
Echarme terriblemente de menos a mí misma. Buscarme y no reconocerme tantas veces durante estos días, en que intento remendar cada vacío con puntadas pequeñitas y apretadas que saltan sin control, que cobran vida propia y se deshacen deshilachadas sin remedio. Diques ridículos ante el temporal que abre en mí la melancolía del mes que cierra los años.
Buscaré abrigo, compraré enormes bufandas y mantas y encenderé la chimenea. Prenderé la luz de mis velas y mis lámparas. Abriré las puertas de mi casa porque todo esto puede quedar difuminado tras las mascaras. Siempre hay algo o alguien más importante que uno mismo, algo o alguien que merece que el nudo en la garganta se quede ahí, que te calces las botas una vez más, te pintes los ojos y los labios y rescates, aunque escondas, tu sonrisa.
Sé que como felicitación de Navidad no es demasiado apropiada. Lo siento. De verdad.
La Navidad me da frío. Vivir, a veces, me da frío. DIARIO Bahía de Cádiz