La conmoción producida por los resultados electorales “europeas” ha acompañado al tsunami provocado por el éxito de… ¿hace falta decir el nombre? A los ojos de quienes critican a los impulsores de este movimiento, los frikis con coletas no son personas “normales” y además reúnen todas las maldades políticas que se puedan conocer. Los mismos que les critican por sus propuestas imposibles, por su alejamiento de la realidad, se engolan proclamando la filfa de que les importa el medio ambiente, el bienestar colectivo, la democracia real,… sin poner nada de su parte. Al menos, los frikoletas intentan expresarse y movilizarse para romper con la situación que les abruma. Mejor dicho: que nos abruma a todos.
Los partidos acomodados al dolce far niente, adormecidos por la tranquilidad del balanceo entre las dos únicas opciones previstas a izquierda y derecha, han pasado inmediatamente al ataque; pero su frenesí combatiente consiste en anunciar medidas de renovación que se materializan en… nada. Bueno, sí; movilizan todos los medios de comunicación a su alcance para descalificar a los frikoletas como utópicos, radicales, insensatos y apelativos parecidos.
Puro miedo.
Nada extraño si se tiene en cuenta la auténtica dimensión del éxito de los frikoletas. En primer lugar, han captado el voto de los jóvenes, un grupo tradicionalmente desafecto de la política. Segundo, los frikoletas han mostrado que tienen a su alcance poder tener una representación decisiva en las instituciones políticas. Finalmente, que han reaccionado colectivamente frente a los mayores, acomodados a la medio prosperidad económica, y frente a la casta política, compuesta en su mayoría por sempiternos y prósperos vividores de un sistema que les viene como anillo al dedo. Los frikoletas han puesto el dedo en la llaga de las debilidades de esta organización bipolar del poder, izquierda y derecha, muy “centradas” en conseguir el monopolio del control de todas las fuentes de conseguir dinero: cargos políticos o de confianza, subvenciones, administraciones de empresas. Una organización estupenda para esta casta de personas “normales”.
Por supuesto que no todo es oro en el brillo de las propuestas frikoletas, pero analicemos todos qué les espera a esta generación, a la que prometimos el edén del bienestar eterno, pero hemos arrojado al infierno de la desesperanza. Una generación perdida… ¿cuántas van?
Hace unos días se me atragantó la comida, menú del día, cuando enteré de lo que cobraba el personal de servicio. Jóvenes que trabajan como camareros jornadas completas, y algo más, con un contrato mitad de jornadas, pagadas a 15 euros… ¡el día! Sin posibilidad de quejarse porque son inmediatamente despedidos, sin posibilidad de abandonar el barco porque los cuatrocientos euros al mes son vitales para que la familia pague la luz, el agua, los impuestos y las derramas que se le ocurra a los políticos de casta, contra quienes dirigen sus dardos dialécticos los frikoletas. No he vuelto a ir; aunque me acuerde de los bandidos del siglo veintiuno que esquilman mi sueldo, léase Hacienda, no soporto que otros bandidos se aprovechen de nuestros hijos para robarle en sus narices lo conseguido con el esfuerzo de su trabajo. ¿A quién van a votar estos jóvenes? ¿A quiénes han dado cobertura legal a esta forma de esclavitud? Mucho y pronto tienen que cambiar las cosas para que olvidemos este período de depredación política de los “listos” de turno. Escuchemos el grito de socorro de los frikoletas.
¡Sursum corda! exclaman los capitostes políticos. Empezamos a salir de la crisis ¡cada vez hay menos contratados! Estupendo, no hay que negar que son capaces de mover el culo cuando le aprieta la necesidad. Siguen: hemos aprendido la lección, ¡lucharemos contra la corrupción! ¡Medidas regeneradoras! ¿¿¿QUÉÉÉ???
Volvemos al cuento de la lechera… pero esta vaca no da más leche.