Estoy tratando de conservar y prologar esa paz que sólo nos proporciona “il dolce far niente” de las vacaciones estivales. El contacto con la naturaleza, el paseo que no lleva a ninguna parte, los viajes y las tertulias con amigos y familia. Todo ello sumado a una total desconexión del ruido exterior (ni me enteré de que había una investidura para no sé qué del gobierno) dan como resultado una dulce sensación que espero poder retener.
De los placeres mayores del tiempo libre es el tiempo sin prisa dedicado a la lectura, y este verano he leído mucho y bien. De ello me gustaría hablarles porque he tenido la inmensa suerte de encontrar un tesoro. He disfrutado como hacía tiempo con Elena Ferrante y su tetralogía de las dos amigas. Cada libro ha sido un descubrimiento y los cuatro juntos una auténtica maravilla. No podía parar de leer y aún resuenan en mi cabeza las voces de las protagonistas Rafaella Cerulo (Lila) y Elena Greco (Lenú). A lo largo de más de dos mil páginas, la autora nos habla de la relación de ambas desde niñas hasta la actualidad. Como telón de fondo Nápoles, el sur del Sur italiano.
La historia en sí, los personajes redondos –y son muchísimos– y la maestría con las palabras de Elena Ferrante han supuesto una verdadera delicia. Cada página que leía me precipitaba a la siguiente con ese anhelo mezclado con la pena de saber que estaba cada vez más cerca del final.
La Amiga estupenda, Un Mal nombre, Las Deudas del cuerpo y La Niña perdida son los títulos de los cuatro libros que componen la obra de Ferrante y que yo les recomiendo fervorosamente.
Tal vez no les descubra nada nuevo porque han sido un éxito a todos los niveles. No sólo de ventas, idiomas traducidos y premios; han sido un éxito a nivel literario y estas coincidencias sólo se dan cuando estamos ante una verdadera obra maestra.
Además de todo esto, Elena Ferrante (seudónimo de la autora) me produce una enorme envidia. Únicamente sus editores saben quién es. Sólo concede entrevistas vía correo electrónico y jamás ha ido en persona a recoger ningún premio. En Italia han llegado a realizar un estudio sobre su obra y la han comparado con la de todos los autores vivos en lengua italiana, sin obtener resultados concluyentes. Mantiene férreamente su anonimato. En una palabra: es libre.
Nos cuenta Ferrante, en una de las pocas entrevistas concedidas, que su madre utilizaba un vocablo dialectal para “decir cómo se sentía cuando la tironeaban para un lado y para otro impresiones contradictorias que la herían”. Entonces se quejaba de que tenía dentro una “frantumaglia” –el verbo frantumare significa hacer trizas, moler–. “La palabra, describía un malestar que no podía definirse de otro modo, remitía a una multitud de cosas heterogéneas en la cabeza, detritos en el agua limosa del cerebro”. Podría traducirse por “fragmentación”, “desintegración” o algo más fuerte como “descalabro”. “La frantumaglia es el poso del tiempo sin el orden de una historia, de un relato. Si debiera decir qué cosa es el dolor para mis personajes, diría que es asomarse a la frantumaglia”.
En La niña perdida, Lenú dice que se siente “dividida en trocitos sueltos”, mientras que Lila habla de “smarginatura” (en España la traducen como “desbordamiento”), la sensación de que los contornos de las cosas se borran, el mundo pierde su sentido habitual y el propio yo se difumina.
No es mala manera de conocerla, el hacerlo a través de sus obras. Si Elena Ferrante se nos muestra a través de Elena Greco, la tetralogía cobraría un doble sentido.
Si se deciden a leerlo den recuerdos a los Greco, a los Cerullo e incluso a los Solara y los Sarratore; y por supuesto díganle a Lenú y a Lila que ya siempre van conmigo.
Ha sido bueno parar, buscar y encontrar la belleza una vez más. Sé que sigue el ruido ahí fuera, el caso es dejar de escucharlo. DIARIO Bahía de Cádiz Susana Suárez