Tengo que confesarlo, la semana que acaba me asusté una mañana. Como acostumbro hacer, me lo impone el azúcar y la edad, salí a mi caminata después de desayunar, dispuesto a recorrer los ocho kilómetros diarios en algo menos de dos horas solo con una parada técnica (cuestión prostática) en el bar de costumbre. Como todo bar que se precie, tiene el televisor encendido emitiendo un programa de esos que se emiten en bucle, como un videoclip corto que se reproduce en repetición, con cuatro tertulianos pegando gritos contra el gobierno; por cierto, no sé por qué los llaman tertulianos, porque de tertulia, nada. Estaban tan enfadados que estoy convencido que estaban a punto de que se les saliera el ombligo por los gritos que debían estar dando.
El bar tiene la delicadeza con su clientela de quitar el sonido de la televisión, por lo que no me enteré de la razón de su gran cabreo, pero me temí lo peor. Por el nivel de enfado supuse de que se trataba de alguna medida del gobierno nacionalizando la banca, quizás habían decidido romper el concordato con la Santa Sede, no sé, por un momento me imaginé que un juez había procesado a I.D.A. por lo de las residencias, o algo por el estilo. Terminé mi parada técnica lo más rápido que pude y puse rumbo a Cádiz Cádiz.
Ya en casa me puse a brujulear por la redes sociales en búsqueda de información, tengo autoprohibidos los medios clásicos como informativos en televisiones, radios, periódicos y por supuesto los programas de debate de “expertos de todo”, por pura protección de integridad ante ataques de bulos y manipulación. (Seguro que estoy equivocado, pero me siento mejor si no los escucho, si no los veo)
¿El Gobierno había prohibido algo? Que va. ¿Habían roto las relaciones diplomáticas con Israel? Ni mucho menos. ¿Se trataba de la aprobación por decreto de la reducción de la jornada laboral sin reducción de salario? ¡Ojalá!, pero tampoco. Habían osado de quitar un premio, solo eso, el Premio Nacional de Tauromaquia que otorgaba el Ministerio de Cultura. Y no, no era un premio al toro más bonito o de mejor estirpe, no era un premio al torero que mejor se ata los machos o que más “arte” pone al hacer el paseíllo, no, no se trataba de eso. Solo se trataba de “la tauromaquia forma parte del patrimonio cultural digno de protección…”.
No quiero entrar en los gustos, ni forma de esparcimiento y divertimento que cada uno podamos tener. Cada uno se divierte como quiere o como puede, eso sí, sin menospreciar la vida y el bienestar de nadie, ni de un animal tampoco. Menos aún premiar oficialmente esa forma de diversión.
¿el Gobierno había prohibido algo? Que va. ¿Habían roto las relaciones diplomáticas con Israel? Ni mucho menos. ¿Se trataba de la aprobación por decreto de la reducción de la jornada laboral sin reducción de salario? ¡Ojalá!
Con el motivo esgrimido de “tradición” como sinónimo de “cultura”, tendríamos que ser, o mejor dicho, tendrían que ser muy cuidadosos. No toda tradición forma parte de la cultura, del acervo cultural. En determinadas culturas forma parte de la tradición la práctica de la ablación o mutilación genital femenina, y sinceramente nadie en su sano juicio, creo, elevaría esta tradición a hecho cultural. Digo que creo, porque no me olvido de algún consejero de cultura que anda suelto por más de una comunidad autónoma.
Por cierto, no quiero olvidarme de Palestina. El día 15 de mayo se conmemora la Nakba, el desastre. Se conmemora el aniversario de la salida en 1948 de “más de 700.000 palestinos (unos dos tercios de la población total) huyeron o fueron expulsados de sus tierras en la Palestina histórica ante el avance de las tropas israelíes, mientras que cientos de pueblos y ciudades palestinas fueron despobladas y arrasadas con el establecimiento del estado de Israel. Palestinos que nunca volvieron a sus casas. Primera Nakba, a la que seguirían otras, alguna muy recientemente.
En Cádiz se conmemora con un acto de solidaridad con el pueblo palestino y por el cese inmediato del fuego y del genocidio, el domingo día 19 de mayo en la plaza de San Antonio donde se realizará un mosaico humano con una gran bandera de Palestina. DIARIO Bahía de Cádiz