Ya lo decía y cantaba el maestro Javier Krahe,
Pero dejadme, ay, que yo prefiera
la hoguera, la hoguera, la hoguera.
La hoguera tiene qué sé yo
que sólo lo tiene la hoguera.
Y es que en esta especie de diáspora nacional y nacionalista, nos hemos decantando por algo muy hispano, la hoguera, ese método tan practicado y con demostrada eficacia en esto de mantener cierta uniformidad espiritual por la inquisición. Esa pila de madera ardiendo en el centro de las plazas de nuestros pueblos y ciudades, ese olor a madera y carne quemada, esa mezcla de sonidos del crepitar de la leña y los gritos de los herejes fundiéndose en algo indescriptiblemente bello, relajante, que nos devuelve a la tranquilidad del peligro superado.
Hace algún tiempo, menos de lo que nos parece, cuando los tribunales sacaban confesiones de brujas y brujos, admitiendo sus prácticas satánicas en aquelarres, los pobres acababan encima de una pila de leña igual. Pero a falta de ‘Ferreras’, ‘Anas Pastor’ y demás, a falta de conexiones en directo vía satélite, el populacho -o el pueblo, como mejor les cuadre-, podíamos asistir en directo al espectáculo, nos podíamos sentir parte del castigo ejemplar, casi, casi como ahora frente al televisor, o sacando los estandartes por los balcones, es lo que tiene “la hoguera tiene que se yo, que solo tiene la hoguera…”.
Durante este negro periodo, en que quemábamos a la gente por el hecho de pensar y hacer diferente -sálveme dios intentar relacionarlo con las cosas que pasan hoy, yo tengo miedo a la hoguera-, quemamos de todo: brujas, Juanas de Arco, médicos y teólogos como Miguel Servet, al que por cierto, no lo quemaron por sus teorías sobre la circulación de la sangre; no, lo que de verdad les jodía, es que pusiera en cuestión lo de la Trinidad y demás, que era lo mismo que atacar la fe misma, es decir a las leyes, normas, dogmas…, y como no había tratados, ni uniones europeas ni nada, pues en Ginebra mismo le queman… ¿de qué me suena?. Déjalo, Fermin, no sigas por ahí…, “la hoguera, la hoguera, la hoguera…”.
También en esta época -me refiero a aquella, no a la de ahora- había gente que se retractaba de sus teorías, opiniones, estudios y demás. Cuentan que un tal Galileo, cuando tuvo que admitir ante un tribunal, que la Tierra no giraba alrededor del Sol, para no terminar pelín “quemado”, al salir por la puerta, me imagino en libertad bajo fianza, o algo así, dijo “y sin embargo se mueve”; aunque según cuentan en los mentideros de la época, el Tribunal sacó lo que ahora sería una nota de prensa o un mensaje en la redes sociales, diciendo: “Galileo ante este alto Tribunal, ha manifestado que todo gira alrededor de nuestro ombligo”.
A propósito, si se afirma: “en definitiva… es el instrumento más poderoso que tiene la Corona para lograr la unidad política y religiosa de sus reinos, contribuyendo de manera decisiva a lo que hoy llamaríamos limpieza étnica de España”, alguien estaría dispuesto a empezar a formar una pila de leña en, un suponer, San Juan de Dios. Pero como no mola a estas altura, la frase afirma: “en definitiva, el Santo Oficio fue el instrumento más poderoso que tuvo la Corona para lograr la unidad política y religiosa de sus reinos, contribuyendo de manera decisiva a lo que hoy llamaríamos limpieza étnica de España”. DIARIO Bahía de Cádiz