La calle de mi casa es estrecha, donde al sol le cuesta trabajo asomarse. Entra la humedad del muelle cercano, también, menos mal, entra el Levante que la seca y ayuda a evitar que el moho se adueñe a sus anchas de paredes y balcones. Mi calle como muchas calles de Cádiz, los días después de días festivos y fines de semana se convierte en una coctelera en la que se entremezclan los olores a orina, alcohol y del detergente de las máquinas limpiadoras.
Estamos en primavera, ya apetece el fresco de la mañana entre en la casa a través de los balcones abiertos.
Después de una noche de idas y venidas de grupos más o menos sobrios de La Punta (zona de marcha en Cádiz), de camiones de basura en marcha atrás, con sus pitidos y todos sus avíos, del ruido de las ruedas sobre el empedrado de los carros de reparto de ropa limpia a los pisos turísticos, el estruendo de la apertura de la baraja del bar de abajo, el ruido de los barriles de cerveza y el paso de los primeros estudiantes hacia el instituto, anuncian oficialmente que la vida empieza en mi calle.
La clientela del pequeño bar varía, como varía la propia vida de la calle, durante las diferentes horas del día. Por la mañana acuden a desayunar algún vecino y funcionarios de la Junta de la Plaza España, a partir de media mañana son los funcionarios de Diputación los que llenan los taburetes de dentro y de fuera. Especialmente los viernes estos “desayunos” de media mañana pueden abarcar hasta más allá de la hora de cierre (oficialmente los viernes cierra a las 15 horas, los viernes de buen tiempo dan las 18 horas y siguen y siguen…)
Si no fuera por los inquilinos de los pisos y apartamentos turísticos que deambulan como zombis buscando los “bares típicos” en los que ponen el pescado frito o jamón en papel de estraza, que recomiendan las guías turísticas, la calle sería una calle de las de toda la vida en Cádiz.
Pasan mochilas pesadas llenas de libros a las espaldas de niños casi corriendo cuando empieza a sonar la sirena del colegio, a la vez llega, digamos que… “Manolo”, al pequeño bar que está justo al lado de mi casapuerta y debajo de mis balcones.
a través de mi balcón abierto y por la voz de Manolo que se lo contaba a alguien, me enteré que el próximo día 28 de mayo el Estado español reconocerá al estado Palestino. ¿Poco? ¿Mucho? ¿Suficiente o insuficiente?
Manolo no llega a los sesenta, aunque un ictus le dejó fuera de Navantia cuando no había cumplido los cincuenta. Consumidor confeso de programas de radio y televisión, sobre todo informativos y de tertulias, le da lo mismo Onda Cádiz que la Ser, Canal Sur que Onda Cero, aunque de la prensa escrita opta por la gratuidad de Viva Cádiz. Alto, delgado y con bigote se le identifica a lo lejos por la cojera que le quedó después de la rehabilitación. Fumador impenitente de cigarros rubios sin boquilla que sujeta con su mano temblorosa desde su accidente vascular, por lo que si no llueve, su parada en el bar la hace en el taburete en la acera, o cerca de la puerta si lo hace.
Es desde estos ambones, detrás de un cigarro, donde la voz ronca de Manolo, a mucho más volumen del normal, suena y resuena haciendo resúmenes de lo leído, escuchado y visto, pero con su propia reinterpretación de las noticias e informaciones. Manolo en su época de Navantia cortó varias veces el Puente Carranza, y su vena contestataria sale con facilidad. No hay funcionario que no se rinda en una discusión con Manolo, con la artillería de argumentos y datos con la que es capaz de enumerar, como si de una metralleta se tratara, cuyo eco rebota por toda la calle, haciéndonos partícipes de sus discusiones a través de balcones y ventanas abiertas. Ni la propia Ana Rosa Quintana aguanta el tirón argumentario de Manolo y acaban apagando el televisor del bar.
Cuando Manolo se va al médico, cada vez son más frecuentes las visitas al SAS, o simplemente marcha a su casa, mi calle recupera ese run run de transistores con música, conversaciones y saludos entre vecinos, incluso se puede escuchar si prestas atención la respiración sofocada de las abuelas empujando el carro de la compra, pasa la vida…
Por cierto fue a través de mi balcón abierto y por la voz de Manolo que se lo contaba a alguien, me enteré que el próximo día 28 de mayo el Estado español reconocerá al estado Palestino. ¿Poco? ¿Mucho? ¿Suficiente o insuficiente? Puede que de todo un poco, pero importante es, sobre todo para el pueblo palestino.
Nota: El dueño del bar ha amenazado, “si se me llena el bar de turistas, sean de Sevilla o de Reikiavik, cierro el bar y punto pelota”. DIARIO Bahía de Cádiz