Así se despedía el Dúo Dinámico (sí, sí, me podéis llamar antiguo) del amor de verano. Todo el mundo interpretaba que era una canción triste ya que el amado o amada volvía a su casa dejando el apartamento turístico; pues si os soy sincero yo creo que todo lo contrario.
El entierro de la caballa pone punto final al periodo vacacional en Cádiz. Empieza a sonar un murmullo que canta con alegría esta canción de despedida (el final del verano…). Un coro de diminutos cangrejos, de pececillos y demás fauna a medio hacer se despiden de niños, que animados por sus progenitores, se han dedicado durante sus “vacaciones” al exterminio de todo lo que parezca que tiene vida entre piedras y rocas en las playas.
Los mismos niños que corren a la vera de la madre, que como lomo en manteca busca llevarse todo el sol que puede almacenar su piel. “¡Mamá, mira lo que he pescado, quiero llevármelos para meterlos en una pecera y cuidarlos en mi habitación!”.
La madre, con un ojo medio abierto, le contesta: “Pelayo, anda cuéntaselo a tu padre que está en el chiringuito”; entre dientes, continúa: “naces más tonto y naces botijo, cada vez te pareces más a tu padre”.
Una pareja de jubilados, baja a ayudar a sus hijos y nietos a meter el equipaje en el coche. Al final del verano…, llegó la hora de volver cada uno a su casa. La mirada acuosa de la despedida de los ancianos se convierte, cuando el coche toma la avenida dirección al puente de la Pepa, en una risa cómplice entre los dos que en ese momento recuerdan al Gato de Cheshire. Mientras se puede escuchar un susurro que dice: “Al fin solos de nuevo”.
Las casapuertas recuperan poco a poco su olor original a café por las mañanas y a la comida haciéndose en la lumbre. Las casas huelen a libros nuevos de texto recién traídos de la papelería de barrio, a lápices, borradores… a mochilas cerradas hace tres meses.
la ciudad se recupera, cuando se recupera, cada vez peor. Ahora es como esos cuerpos de la personas, hombres y mujeres, que han caído en las redes de trata de blancas, que son explotadas noche y día sin importar nada ni a nadie
Las calles, a primera hora, son testigos de la gente que va con más o menos energía a su trabajo. Se escuchan los primeros cierros que suben en los comercios más madrugadores. Ya no se ven los grupos de turistas a la caza de mesa para desayunar. Entrada la mañana empiezan a deambular licenciados en cualquier disciplina, “echando” sus papeles en cualquier comercio, como en cada final de temporada.
Pero la ciudad se recupera, cuando se recupera, cada vez peor. Ahora es como esos cuerpos de la personas, hombres y mujeres, que han caído en las redes de trata de blancas, que son explotadas noche y día sin importar nada ni a nadie por desalmados a los que lo único que les preocupa es escuchar la campanilla de la caja registradora. Para los capos de estas mafias no son personas, solo son unos cuerpos a los que tienen que rentabilizar lo más rápido posible.
¡Qué similitud con otros proxenetas de las ciudades!, los que quieren tener ganancias a toda costa, rápidamente y sin importarles si esto significa la misma muerte de la ciudad. Unos venden los cuerpos de sus víctimas, otros venden ciudades enteras con sus habitantes hasta dejarlas otros y unos exhaustas, agonizantes.
La ciudad sucia, maloliente, intenta recuperase de la sobreexplotación a la que ha sido sometida, como las otras personas después de jornadas interminables sobre el mismo camastro sobre el que trabajan, duermen y se recuperan.
Aquí, las personas no importan, o importan lo mismo que las otras que se recuperan sobre los catres. Llegado el momento, cuando se consideren una y otras amortizadas, cuando la campanilla de la caja registradora deje de sonar, en el mejor de los casos la dejarán extenuada, sin gente, sin vida. DIARIO Bahía de Cádiz