Lo normal es hacer balance el 31 de diciembre, pero este año, también he llegado tarde a eso (culpemos al estrés), y he considerado más lógico, según mis circunstancias vitales hacer balance un 14 de julio.
Seguramente este balance tan personal no le interese a nadie, pero, séanme sinceros: tampoco le interesa a nadie mucho de lo que a diario sale publicado en la prensa nacional.
Así que una servidora, para deleite del alma humana, chismosa por naturaleza y más en verano, pone al alcance de todo el que lo lea, mis intimidades más íntimas, y mis interioridades más profundas.
Aunque pensándolo mejor, tampoco quiero quitarle ventas al Hola de esta semana. Seré más light es mis planteamientos.
A primeros de noviembre comenzó mi annus horribilis, y todos los virus ociosos acamparon en mi organismo, aprovechando que mis defensas habían ido a por tabaco (menos mal que volvieron). Una extraña enfermedad a destiempo que mi médico calificó como “un varicelón de antología”, me llenó de pupas por fuera. El médico acertó, era “de antología”, más bien, de antología de terror, nunca mejor dicho.
Las pupas de la piel se fueron. Las heridas de dentro, van cicatrizando, poco a poco.
Luego, llegaron algunos traspiés, y bloqueos varios (reales y virtuales), que desembocaron, a mediados de febrero, en una neumonía poética. Ya ven.
Estuve en todos sitios, sin estar en ninguno. Alimenté con mi prolongada ausencia todo tipo de sucesos paranormales telequinéticos, a lo Carrie de pacotilla, y terminé tirándome, yo sola, oigan, sobre la cabeza, una librería Billy entera con todos los títulos de pasta dura. Me auto-enterré en una montaña de “i-ese-be-enes” conflictivos, que me atacaron sin tregua, apuntándome al corazón.
Terminé, completamente molida y jodida, con perdón, con muy pocas ganas de literatura, y cultura. Y menos, de saraos varios. Todavía, me extraña cuando me preguntan que qué me ha pasado, y más me extraña cuando me reprochan, veladamente, mi poco aguante.
Pues miren ustedes, es cierto, una aguanta poco, y ha aprendido a hacer la lista de prioridades, en el mismo papelito donde hago la lista de la compra en el Mercadona (anda, publicidad), pero por detrás. Así no tengo problema para acordarme de lo que es realmente importante. Así, no se me olvida nada.
Y ahí, entre productos de limpieza, brochetas de pollo o ensaladas de paquete, apunto que he de cuidarme un poco más, dejar de entregarme tanto a lo que no merece la pena, aprender a ser sorda cuando convenga y pedir perdón o justificarme, solo lo justo.
También, tengo otro papelito, donde he apuntado todo lo bueno, para que tampoco se me olvide, ya que esto es un balance. Y ahí, hay, escritos con tinta indeleble, algunos nombres propios: Helena, Pepe, Alonso, Rosario, Loli, Mercedes, David, Javier, Susana, Fermín, Marián, Luis, Silvia, José Manuel, José Alberto, Mariángeles, Manuel, Felipe, Alfredo, Belén, Carlos, Adolfo, Carmen, Paramio, María José, Inma, y muchos más.
También apunté fechas concretas. Acontecimientos. Violines. Películas bellísimas. Restaurantes inolvidables. Grandes momentos.
Y todo mi balance se resume a una palabra: aprendizaje.
He cerrado etapas, y he escuchado a mi cuerpo. Porque hay que hacerlo, y esta enseñanza es la más importante. Es necesario parar o cambiar el rumbo, crecer, disfrutar del silencio y agradecer, siempre agradecer, no importa a quién exactamente.
Por eso, perdonen el atrevimiento, no se me ocurre nada mejor para afrontar lo nuevo que viene, que escribir con fuerzas renovadas en este medio, DIARIO Bahía de Cádiz, que sabe crecer, que sabe renovarse, por dentro y por fuera, manteniendo siempre libre su espíritu.
Me permito también felicitarles por su décimo aniversario, de todo corazón.
Hasta la semana que viene. Feliz año nuevo.