El enigma de esperar está en el fondo hueco de la caja de Pandora. La gente que cree vive más tiempo, pero no mejor, porque lo hacen cegados. Pero aún ciegos debe ser veces mejor que la abstinencia de creencias, que solo te da pudrición de encías.
Las mentiras nos superan y la idiosincrasia de más de uno se nos sube a las barbas para hacer calceta en ellas. Nos sentimos agotados de luchar, para siempre encontrar un dedo zombi en la sopa.
Los niños se nos hicieron mayores de repente, nos tornamos maduros, arrugados, cansados y sarcásticos, en el proceso. No nos entiende ni el Tato y la verdad es que nos da igual, para lo que íbamos a sacar en claro. Buscamos algo que nos nutra y nos haga olvidar que somos carne roja, porque está ahí al lado la puerta de exit y nos damos cuenta que hemos echado la mitad del camino en enfadarnos y la otra mitad en equivocarnos.
Atentan contra nuestros sueños, imponiéndonos realidades que nosotros obviamos con las navidades, las compras y lo que hace la vecina. Pasamos los eslóganes como si fueran calderilla, mentimos por deporte y sacamos a pasear al perro para que defeque en la puerta de la esquina y no en la nuestra.
Luego nos estalla la realidad desde la pantalla del plasma y no queremos creer que nuestro estado particular, ese que no hemos hecho en realidad nada para merecérnoslo, más que nacer con suerte, nos lo pueden arrebatar unos colgados con bata de cola y escopeta
Tenemos sueño atrasado de mil velatorios, con cajas mortuorias de niños a cuestas atravesando alambradas, con ciudades que no hemos visto y gente que jamas conoceremos. Pero aún así compramos, engañamos y sacamos a defecar al perro. Solo son quinientas palabras, comas a cuestas, interacción obligada cada viernes, lo mismo otro día si la tostada se quema o hay fin de fiesta, o sucede algo que cambie la rotativa. Quinientas para decir que esto apesta, que nos hemos pasado de madre, que ya no hay sol que nos deslumbre con sus radiaciones mortales. Danzamos dando vueltas concéntricas, pobres hormigas de batallas cotidianas de comprar el pan y manejar la pandereta, mirando sin ver nada a través de una valla metálica, lo que nos queda, al fondo de la caja de Pandora.
Mujer abandonada y sola, dejada por mil manos, por mil miradas vacías y una sola esperanza puesta en la lejanía, en una playa condescendiente donde sus hijos prosperen y se aburran y hastíen. Luego lo mismo trepan y debaten o matan y los matan y salen en primera plana. Todos carne roja envasada en latas, vendidas y comerciadas por los mercaderes del tiempo, que se mesan las barbas blancas con avaricia porque para ellos nada cuenta. Quinientas formas de contar lo mucho que nos asusta la realidad, la planicie de lo que es, la muerte asegurada en el ojo negro de una mira enfocada. DIARIO Bahía de Cádiz