El ruido de las monedas al chocar y rebotar contra los adoquines de la plaza se entremezclan con las risas que provienen de las mesas de los bares cercanos, con el jadeo de alguna mujer haciendo algo parecido a unas flexiones. Mientras, la vida en la plaza sigue su curso, el tráfico de los aledaños, alguna campanada perdida, el murmullo de la plaza, como el mundo, no se detiene.
Unas decenas de europeos, del norte, tres mujeres europeas, del sur, escenifican lo que antes he visto. No se trata de divertirse, de reírse ¿o sí?, es la escenificación del poder, de quien se cree superior humillando al otro, se trata de eso, de demostrar que yo, rubio, alto, con más dinero, y más culto, del norte, soy superior a ti, moreno, pobre, del sur, y si quieres las monedas, las coges del suelo, de rodillas, lo que me importa es humillarte, lo que de verdad me hace superior es verte como súplicas, como muestras tu inferioridad mientras yo me río de ti, de lo que significas.
Cuando veía la escena, inmediatamente me acordaba de Grecia, y de cómo el objetivo de eso que llaman Europa no era otro que humillar y arrodillar a un país entero, y hasta que no lo consiguieron no pararon. Me acordaba de los campamentos de refugiados, de Lampedusa, de las concertinas en Melilla, es curioso, todo ocurre en el sur. Da la impresión que han elegido el sur para matar aquel sueño europeo, al ritmo de la Oda de la Alegría.
No hay muchas diferencias entre ese grupo de holandeses y los funcionarios grises de la Unión Europea, unos y otros están movidos por los mismos valores, los mismos comportamientos, los mismos objetivos. No tratan de salvaguardar “un modelo de vida”, de lo que se trata es de salvaguardar su poder, que no es lo mismo; y si para eso hay que humillar a todo aquel que pueda ser un peligro, que lo cuestione, se le pone de rodillas, mientras enseñan sus blancas dentaduras en una carcajada.
Y desde aquí, en el sur del sur, el asco hacia una Europa que no es la mía me inunda cada uno de los poros, y mientras tanto, casi en la misma proporción, el asco por aquellos que el otro día en la Plaza Mayor de Madrid pasaron de largo por delante, y en el mejor de los casos, solo bajaron la cabeza. De las decenas de personas que se hallaban allí, solo dos recriminaron al grupo de acosadores. ¿Y la policía? Bien, gracias. DIARIO Bahía de Cádiz