Puede llegar a resultar irritante y desconcertante la facilidad con la que muchos españoles se dejan enganchar por la demagogia de vía estrecha de algunos falsos profetas de sistemas de gobierno utópicos, bucólicos y obsoletos que algunos pretenden presentar como ideas nuevas, falsos remedios de la abuela y sustitutos de charlatanes de feria, capaces de hacer que países en dificultades renazcan de sus cenizas sólo con la aplicación de cataplasmas de antiflogistina política; argucia con la que saben que muchos ciudadanos van a caer en el engaño si se les ofrecen mejoras económicas, subvenciones para todas sus necesidades y un sistema de gobierno que promueva el igualitarismo como remedio a lo que, para muchos, constituye la verdadera lacra de una sociedad: el que haya personas que ganen más que otras.
Lo que ocurre es que, si no se promociona a los buenos estudiantes, no se prima a los buenos vendedores, no se estimula a los investigadores y no se alienta a los trabajadores capacitados para que produzcan más, aunque sea a costa de que también reciban una retribución más elevada que los otros; el país, señores, se quedaría estancado, se anularía el afán emprendedor, se estancaría la producción, se reducirían los incentivos a trabajar mejor y a rendir más y, con ello, los dos balones de oxígeno de la economía: la productividad y la competitividad, quedarían anulados, con lo que las consecuencias para la nación son fácilmente previsibles. Nada nuevo bajo el Sol porque, desgraciadamente, son muchos los ejemplos de estas economías dirigidas y estatalizadas que han acabado pagando su burocracia oficial y su igualitarismo con su fracaso absoluto.
No obstante, mucho nos tememos que los errores indudables cometidos por el bipartidismo, la delicada situación económica que ha obligado al Gobierno a tener que practicar políticas poco populares (recortes sociales, congelación de salarios y pensiones, supresión de pagas extras a funcionarios, reformas laborales mal recibidas por los sindicatos etc.); la actitud de determinados partidos de la oposición empeñados en sacar beneficio de las dificultades del gobierno, en lugar de cooperar a sacar adelante a España, y la evidente cuestión de los nacionalismos y de sus campañas oportunistas, tratando de aprovecharse de las vacas flacas de la economía para conseguir impulsar sus proyectos secesionistas; han contribuido a que una gran parte de los ciudadanos haya quedado afectada directamente por la crisis; otra haya visto en la corrupción de muchos políticos una causa de desafección al régimen actual; una tercera haya observado en todo ello la oportunidad de sacar beneficio político de la situación y otros, finalmente, han encontrado el camino para dar a conocer sus experimentos sociales y sus ideologías extremistas, aprovechándose de la situación de perplejidad, descontento e inquietud que se ha generalizado en una parte importante del pueblo español.
Basta tomar nota de lo que se está produciendo entre la izquierda del resto de Europa; una ojeada es suficiente para darse cuenta de que, los gobiernos de naciones como Italia y Francia, con sendos partidos socialistas dirigiendo el país, están haciendo (en ocasiones obligados a enfrentarse con la demagogia de sus propios partidos) políticas que muy bien pudieran considerarse de derechas. Seguramente, en ninguna de las dos naciones mencionadas sus gobernantes hubieran querido implantar métodos que ya hace tiempo tuvieron que poner en práctica las democracias de los países nórdicos, que a comienzos de los años 90 del pasado siglo, debieron abandonar sus políticas socialdemócratas impelidos por la crisis económica, desarrollando ( como ha demostrado el caso paradigmático de Suecia) reformas de mercado destinadas a la bajada de impuestos, reducción del gasto público, liberalización de sectores y flexibilización de mercados. En definitiva, se apostó por el pragmatismo renunciando a políticas que no resultaban efectivas para consolidar lo que ha resultado ser uno de los marcos económicos más liberales del mundo.
Ya no hablemos de los alemanes de la derecha de la señora Merkel que, aun habiendo obtenido un triunfo electoral claro y suficiente para poder gobernar solos, han querido involucrar al SPD socialista en el gobierno de la nación, conscientes de que la dificultad de una situación económica complicada requería de la unidad nacional. Más ejemplarizante es lo que está ocurriendo recientemente con la república francesa del socialista señor Hollande. El primer ministro, señor Valls, socialista, ha renovado su gobierno porque en él tres ministros se oponían a una política de austeridad. La evidencia del estancamiento de la nación, la necesidad de mejorar sus exportaciones y la ineludible lucha por la disminución del gasto público (reducir 50.000 millones de euros) han obligado al señor Valls a elegir a un ministro, el señor Macron, para que abandone viejos postulados ideológicos y la necesidad de ajustarse a la política comunitaria del euro, aceptando las reformas necesarias, aunque en ocasiones, supongan enfrentarse a los miembros de su propio partido. Macron ya ha declarado que piensa establecer un fuerte vínculo con el ministro de finanzas, señor Sapin, “para recuperar la confianza de los inversores y los franceses”.
Precisamente lo mismo que intenta en Italia el señor Renci, una persona de izquierdas, que parece que se va inclinando, cada vez más, a la economía de mercado. Entre sus más recientes propuestas figuran: bajar impuestos a las rentas altas, reformar el mercado laboral para abaratar y facilitar la contratación, reducir el gasto de las administraciones, continuar el plan de privatizaciones aprobado por el gobierno anterior y, finalmente, ¡pásmense señores! acabar con los privilegios sindicales. Con este mismo programa se presentó el señor Rajoy para intentar paliar los graves efectos de la crisis en la economía y las finanzas españolas, La respuesta de los partidos de la oposición, especialmente de socialistas y comunistas, ha sido calificarlo de un ataque a los trabajadores, una limitación de sus derechos y una actitud propia de la derecha más extremista en contra de la clase menos favorecida de la sociedad. ¿Ustedes pueden entender que, en todos los casos que hemos citado, se trate de personas que pertenecen al mismo partido, la social democracia? Pues, para asombro nuestro, es así.
Hoy mismo, una encuesta del diario El Mundo nos da la noticia de que, Podemos, está a un punto del PSOE con un 21% de intención de voto. El PP, curiosamente, no nota tanto el efecto Pablo Iglesias ya que está situado en un 30% en intención de voto. Nadie pone en duda que la subida experimentada por este partido, que apenas lleva un año en la política, sólo se puede explicar por el deseo de muchas personas de castigar al PSOE del señor Zapatero y, lo más curioso del caso es que, la encuesta, ya debería recoger el efecto de la elección del nuevo secretario general, señor Pedro Sánchez, quien, por lo visto no parece que, hasta este momento, haya conseguido mejorar la situación penosa de su partido y si, por el contrario, es evidente de que Podemos se está haciendo con una parte importante del electorado socialista y comunista.
Ya es hora de que los ciudadanos reaccionen y tomen nota de lo que ocurre en Europa; de cómo actúan los partidos de izquierda en naciones tan próximas como son Francia e Italia y que se den cuenta de que en economía no hay milagros y que en una economía globalizada no vale querer quedar aislados de las demás naciones porque, señores, esto se paga muy caro. O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, vemos asombrados como, inconscientes, nos lanzamos al abismo. DIARIO Bahía de Cádiz