Se nos fue Halloween y ya lucen los nacimientos en los escaparates, al lado del gato chino y las muñecas de Famosa.
Los niños se jalean el cuerpo de exámenes, con las nuevas normas de tener clases de 45 minutos. El conocimiento se ha repartido, como cuando éramos niños, los de ahora más de cuarenta, y estudiábamos sociales y naturales. Se traduce esta gloria mundana en exámenes y más exámenes.
El otro día una buena amiga, que ha tenido que emigrar para buscarse los aperos alimentarios, decía que a su hija le ponían mucha tarea, tanta, que no podía realizar las actividades normales de su edad. Pero no es solo ella, son todos, agachaditos sobre los números, las cuentas o los mapas, hasta que se les nubla la vista y la noche se desgasta.
Nada malo el negocio para los ópticos porque lo que es gafas, gastan los niños un rato, que se desgasta lo que más se usa, como decía sabiamente una amiga de mi madre, al que el marido le era infiel y que murió por los bajos fondos.
No estoy segura en cambio de que los niños gasten el cerebro, porque con profesores agotados, limitados y ahora posiblemente vigilados como delincuentes, a ver qué clase de rendimiento hacen, para no ver restringida la paga. De las nuevas tecnologías no dicen nada, como si las pantallas virtuales, esas tan monas que vemos apagadas cuando vamos a tutoría, solo fueran un marco feo donde se trasfunden los espíritus en busca de una buena médium.
Supongo que por eso los textos son otra vez en papel reciclable, menos mal, para ayuda de los sufridos padres, que no damos a basto con tantos gastos cuando el curso está en ciernes.
Quizás por ello, los comedores escolares han trasmutado y ahora en vez de ayudar a los trabajadores a conciliar horarios, como no hay narices de trabajar aunque quieras una jornada completa, alimentan a proles que los padres anda en paro, con rentas mínimas y otras desgracias. Hay trabajo, pero malo, poco y en negro, porque de la picaresca siempre fuimos pioneros, tanto que hasta la exportamos a las Américas.
Criticar, juzgar y darnos el piro, se nos ha dado siempre de fábula, por eso los corrillos a la puerta de los colegios son lo primero, el cascar por las espaldas y el enlodar a los seudo amigos, que la lejía es de marca blanca y no hace desgarrones en la lengua.
Nos duelen los callos de rebanarnos las ganas para sacar adelante a la familia, de levantarnos temprano para tener sueño atrasado, de pelearnos hasta con el diablo cojuelo, que ya nos mira con pena, desde la luna invertida del espejo de la entradita. Hemos dejado de soñar y de echar la primitiva, porque ensayamos cada mañana, una sonrisa y luego nos la pegamos con plastilina.
Somos carne del montón y aun así buenos de género y condición, que no mentimos, ni faltamos, todo lo más barrenamos en arameo, y solo cuando nos dejan.
Tiramos palante, sin interferir en el diccionario, que nos pelan los que nos envidian y gozamos con ello, que no hay cómo ser mártir y machacado para sacar ventaja y coger carrerilla. Si no me creen, fíjense en todos los mártires, que los altares están copados y los devocionarios llenos.
Podríamos probar a refundirnos los bajos y a jorobarnos por las buenas, lo mismo luciríamos sonrisa festiva, congelada como con botox en mitad de la cara. Fuera ya la mala hostia, genuinos de espíritu, limpias y firmes las espadas. Que ya está bien de ser mamones de tres al cuarto, pagadores de todas las tallas, recibidores de castigo, sin haber hecho otra cosa que guardar las espaldas a los nuestros, fieles a nuestra cama, amantes de nuestra familia y trabajadores barrenados.
Que un buen levante nos lleve, que cruzaremos los mares, a dos pies y sin patera, de todo los que nos bulle y del coraje que nos guarda. DIARIO Bahía de Cádiz