Lo bueno que tiene, o lo malo, una ciudad con más de tres mil años es que hay mucha vida, mucha historia en sus calles y plazas que posibilitan después celebrarlas, recordarlas, y por supuesto, darlas el homenaje que se merecen. Dedicar estatuas, placas, incluso dar nombres a calles, plazas y plazuelas a recordar cosas y gentes.
Otra cosa es el gusto artístico y estético del gobernante de turno, pero bueno, menos mal que en tres mil años las Teófilas no son una constante, si no veríamos a Cádiz llena de garras de aguiluchos de acero oxidado, o mamotretos, o raspas (dicen que de atún)… Pero ni tres mil años, ni las Teófilas han dedicado nunca (ni aquí ni en ninguna otra parte) un recuerdo, un homenaje a ellas, que siempre han estado a nuestro lado.
No se sabe a ciencia cierta el momento en el que aparecieron al lado del hombre, personalmente creo que desde siempre, un poco antes de que nuestros antepasados, allá en las cavernas, decidieran cuidarse un poco aparecieron ellas
Como todo, como todos, han pasado altibajos, han contado con grandes detractores, pero también con defensores, ha pasado horas bajas, pero también de auténtica leyenda, de leyenda fue su papel, en este caso creo que falso, en los viajes espaciales, cuando fueron, eso dicen, capaces de concentrar y sustituir a los mejores manjares.
Aunque tienen su nombre, incluso sus apellidos, se prefiere referirse a ellas por tamaño, por colores, algunas veces incluso por utilidad. La pequeña, la muy pequeña, la grande, la de colores… sus formas varían, a veces mas por las modas y tendencias que por necesidad, capsulares monocolores y bicolores, romboides y trapezoidales, blancas y azules, ¡ay las azules!, cuanta confianza devuelta.
Algunos las marcan con su logo, como los ganaderos marcan sus reses, otras son simples, sin grandes pretensiones, sencillas pero no menos efectivas. Lo mismo están en cualquier cajón que en pastilleros sofisticados con alarma, con múltiples compartimentos clasificadores por tomas. Incluso han sido símbolo de toda una época, tripis las llamaban, en otra época mas reciente acompañaban rutas y circuitos al ritmo del bacalao.
Sí, las pastillas en general son las grandes olvidadas, no conozco ninguna calle, ninguna plaza que lleven su nombre en homenaje. Ninguna estatua o monumento a estas compañeras de la humanidad. He leído una oda de Pemán a la paella, he escuchado algún cantautor una canción dedicada a la tortilla española, Machado escribió a las moscas, pero ni un poeta, ningún cantautor ha ensalzado a la pastilla, y esto duele. DIARIO Bahía de Cádiz Fermín Aparicio