Reírse de uno mismo es un ejercicio sanísimo. Por esa razón estoy a carcajada limpia desde hace un buen puñado de meses, que es el tiempo que me ha llevado relativizar ciertas cosas y aprender a mirarme en el espejo sin sentirme culpable. Qué quieren, voy a mi ritmo.
Son pequeños pasos al frente, avances mínimos pero importantes. Son triunfos que nada tienen que ver con el éxito o la popularidad. Tomar a broma el careto propio y sus circunstancias. Un hábito privado, que debe ser practicado en la intimidad, cuyos efectos repercuten, para bien, en la salud, y se notan en el cutis. Como el buen sexo, oigan.
Se trata de asumir la imperfección, la falibilidad. Saber que los pasos que se dan no son siempre los más derechos, a pesar de la buena voluntad, y que todo es mejorable.
Es aceptar que estamos cuajados de erratas.
Una errata, según el diccionario de la RAE, es “una equivocación material cometida en lo impreso o manuscrito. Y así es. Estamos impresos con errores, más o menos garrafales, y habría que remontarse a la maquetación en origen, antes de entrar en “máquinas”. Y corregir, a priori. Y si no, “Corrígete Charo” que dicen en la Feria de El Puerto.
Pero el proceso de edición de uno mismo, y su tirada en ejemplares (sí, esos que mostramos depende el lugar, el ambiente, la situación, o sea, el texto en su contexto), es variable, depende de los recursos, del amor que se emplee en la génesis del manuscrito y de la buena coordinación de todas las partes.
A veces todo falla al principio. Otras, los fallos van surgiendo a lo largo del camino. La ilusión se desvanece y la decepción es el marca-páginas más práctico.
Lo más espeluznante es en el intento de corrección, los errores pasen desapercibidos y que “ataquen”, cuando ya no hay solución, o desvirtúen completamente el contenido, la lectura. ¿Qué hacer pues? Preparar la “fe de erratas” con humildad (y paciencia). Pero sobre todo, con un sentido del humor de alta intensidad, que aporte policromía al negro sobre negro en que se convierte la vida si nos la tomamos demasiado en serio.
Si tenemos la suerte de poder “reimprimirnos” y lograr una edición revisada y ampliada de lo mejor de nuestra humanidad, mejor que mejor. Pero no abundan las oportunidades.
Así que bueno, mientras nos autoeditamos cada día, donando los derechos a la causa de seguir, seamos flexibles con esa persona que vemos en el espejo, a quien tan poco perdonamos, y con quien apenas sabemos convivir.
Reírse de uno mismo es un ejercicio sanísimo. Por eso servidora, a pesar del dolor pequeño y cotidiano, procura practicar a diario. DIARIO Bahía de Cádiz Rosario Troncoso