Yo no me creo que las muchachas se quieran presentar a ninfa por ser monas, para lucir palmito, ni para soñar con ser top models a lo gadita. No me lo creo. De hecho, conozco a unas cuantas que lo fueron en su día (como conozco a alguna otra que ha sido piñonera, salinera, reina, diosa, cada una en la fiesta o en la feria de su pueblo), y no me creo que el sueño, ni el propósito único de sus vidas se representar con corona y banda el lugar donde nacieron. Ninfa y ya está. Diosa, y ya está. No me lo creo. Aunque debe haber de todo en la viña del Señor. Así que si yo hubiera sido una de ellas, me ofendería enormemente que me llamaran florero, aunque sea a título retroactivo.
Como me inquieta el tema, le he preguntado para asegurarme, a una amiga que fue ninfa no hace demasiado tiempo, compañera de profesión, curranta de primera a la que no veo yo cuidándose las uñas ni las mechas en exceso (aunque tampoco sería esto nada malo, oigan, hasta ahí podíamos llegar). Tampoco le veo hechuras de florero, ni siquiera modernito y minimalista de metacrilato de los de IKEA. No le falta ni una neurona, ni media, ni una mijita.
Ella es forofa del Carnaval, y su principal inquietud fue vivirlo a tope, desde las entrañas. Me parece de lo más respetable, aunque no lo comparta, ya que no está, ni estuvo entre mis inquietudes cuando era mocita, el presentarme a estas cosas.
Floreros haberlos haylos. Como hay gente “pa tó”. Y si de verdad eso es lo que son, lo que eran, las ninfas, ¿por qué las elegían con ese criterio?, ¿qué necesidad de floreros había?, ¿les molaban los floreros al jurado?, ¿iban de adorno a todos los sitios, y al Falla?
No sé, no sé. En mi opinión, se ha de ser cauteloso con aquello que se afirma en público, porque puede asomar el plumero (y el pito, y la caña).
De pronto, ya no gustan los floreros, se reniega de los floreros, se odian los floreros. Qué cosas. Y las ninfas sin enterarse de que así se las ha considerado siempre: ornamentos con piernas.
Ya les digo. Yo, si hubiera sido diosa, ninfa, piñonera, o lo que tocase, con banda y corona, no tendría motivo para avergonzarme, y estaría muy, pero que muy cabreada.
En vez de eliminar a las ninfas (¿fulminarlas?) e inventarse un dios (me pregunto qué requisitos han de tener los aspirantes, y cómo serán los que se presenten, ¿catedráticos?, ¿modelos? ¿futbolistas?, ¿cajeros del súper?, ¿cómo será el proceso selectivo?, ¿me llamarán a mí para opinar en primera persona y de primera mano, de la materia prima?), podrían convocar unas oposiciones a “representantes de la gente y del pueblo de Cádiz”, con prueba escrita, prueba oral y prueba práctica, con un temario de setenta y cinco monografías sobre géneros y autores de Carnaval, comentarios literarios de coplas, datos históricos y políticos de Cádiz, cultura general de La Tacita, casos prácticos para distinguir el Levante del Poniente, bajamar y pleamar, y saber desmenuzar, en directo, ante un tribunal con mucha guasa, una caballa caletera.
En caso de elegir al dios y diosa, a dedo, podrían ser candidatas personas que de verdad merezcan llevar el nombre de Cádiz allende el Puente Carranza, perdón, allende el Puente de La Pepa. Nombres propios, con trayectoria. ¿Qué tal Teo? (vale, me merezco un babuchazo, yo tampoco lo veo).
Como no se sabe qué va a pasar, y eso viene siendo la tónica general en estos últimos meses, me quedo a la expectativa, con enorme curiosidad. Solo espero que no sea decepcionante la noche del sábado de Carnaval y del Pregón (el pregonero o pregonera, ¿quién será?), a la que no voy, por cierto, y sigo desde casa desde hace años.
De momento solo queda esperar, y tomarse con sentido del humor, ya que para algo está la “gracia gaditana” intrínseca a todos los de aquí. Recurriremos a ella. Y nos reiremos. Porque si no, ¿qué? DIARIO Bahía de Cádiz Rosario Troncoso