Nos hemos acostumbrado a convivir con la crueldad. Ha dejado de afectarnos que en cualquier medio, foro, red social, se despotrique contra todo y contra todos. Los insultos más descarnados. Las apreciaciones más prejuiciosas y despreciables. Los comentarios más duros (anónimos, en su mayoría), proliferan sin control. Son los políticos (no digo que alguno no se lo merezca), lo más golpeados por los insultadores profesionales en internet.
Hace unas semanas, José María González, conocido mundialmente como “Kichi”, nuestro polémico y mediático alcalde, al que vengo observando de cerca desde hace tiempo, estuvo de baja médica por varicela. ¿Un alcalde de baja? Como era de esperar, las redes ardieron, ya que días antes, un matrimonio en paro, con hijos, muy cabreado, irrumpió de forma violenta en un pleno, exigiéndole techo y comida.
Servidora no quisiera estar en sus zapatos. Ni en los zapatos de cualquier alcalde que es confundido con Dios, por una masa enfervorecida, que cree a pies juntillas las promesas imposibles (porque no son factibles, no por falta de voluntad). Pero lo que sin duda me hizo empatizar definitivamente, y sentir cierta conmiseración, fue el hecho anecdótico de la varicela. En estas edades, es peligrosa, y no remite en cuatro o cinco días. Doy fe.
Sin entrar en valoraciones, porque da igual lo que opine yo, acerca de los gestos, o el proceder de un dirigente cuyo talante no es precisamente “normal” (si por normal entendemos todo aquello a lo que estamos acostumbrados, lo que no quiere decir que sea bueno), me hiere leer demasiadas cosas de las que las leo. Lo siento en este caso concreto, no como político, sino como compañero docente, al que critican los padres cabreados, como me ocurrió a mí, que no soy tan importante, cuando también me atacó la varicela, y tuve que estar quince días de baja. Coincidió que un par de meses después, publiqué un pequeño poemario, y cuando la prensa se hizo eco de la presentación, alguien lanzó en la red, un suculento y malintencionado comentario, acerca de mi baja (como si los profesores, cuando caemos enfermos, tuviésemos culpa de no ser sustituidos, o debiéramos pedir perdón por no asistir al trabajo y por el mordisco en la nómina que eso supone).
José María, a lo mejor, todavía piensas que puedes convencer a algunos ciudadanos, como quien intenta tranquilizar a los papás de un botarate en una tutoría. Compañero, sabes que el susodicho mentecato no aprobará, pero debes dar una de cal y una de arena, para evitar el linchamiento de los progenitores (los cuales, si son de esos que linchan al tutor, no es que sean muy razonables, y haberlos haylos).
José María, a lo mejor, crees que gobernar una ciudad entera, en la que hay mucha gente buena, pero también muchos botarates, de toda índole, es como estar en un aula (aunque hayas estado poco). Y te equivocas. Porque un alcalde no es una ONG, que pueda resolver, uno a uno, los problemas individuales de todos los habitantes de Cádiz City. Es una pena, pero es así. No puedes, porque no tienes medios ni capacidad. Pero es que ni tú, ni nadie. En todo caso, se puede intentar, con un buen trabajo “por proyectos” y en equipo.
Pero a pesar de los errores, o las mamarrachadas (un calificativo que me ha dolido, y que he leído esta mañana en un medio de comunicación), un alcalde no se merece que pretendan enterrarlo vivo, entre gritos cibernéticos, de aquellos que querían quitar a “La Rubia”, que ahora se ensañan con el relevo.
Debe ser tremendamente duro estar en la picota. Creo que debe sentirse como el presidente de cualquier comunidad (al que le toca, ya no puede escurrir más el bulto). Y ese rostro ilusionado de hace un año (en pocos días), ensombrezca, o muestre algunas cicatrices (de la varicela, quizás). Pero las marcas más complicadas son las que se llevan por dentro.
Pero estamos acostumbrados a la crueldad, todos. Y no creemos en la política (ni los propios políticos tampoco). Lo importante es hundir al contrario, quitar de en medio a todas “las rubias”, aunque lleven barba y bigote, y hablen raro, porque en el fondo, todos quieren ser “la rubia” a la que hay que destruir, porque implica tener el poder.
Yo no voté a Kichi (quizás lo habría hecho, no lo sé), pues estoy empadronada en otro sitio, siento ahora más simpatía por él, que cuando se entregó a la multitud en San Juan de Dios (ese día, y ya lo he dicho otras veces, tuve miedo). Porque hay que ser muy valiente, o muy inconsciente, y no lo creo, para seguir ahí, provocación tras provocación, o en el camino correcto, como afirmaba hace unos días en una entrevista. Estar ahí, en pie, a pesar de todo, sin huir, sin coger una baja larga, y sin temer que en poco tiempo, los mismos que le llevaron a hombros, entre palmas y vítores, puedan enterrarlo vivo. DIARIO Bahía de Cádiz Rosario Troncoso