A diario vivimos en la víspera de casi todo, como el fantástico y muy recomendable libro de Víctor del Árbol (Premio Nadal 2016), y como no podía ser menos, los últimos días de 2016 nos llevan irremediablemente a la víspera de 2017.
Un nuevo año impar, con sus 12 meses, 52 semanas y 365 días. Con sus noches y sus días. Con su lucidez y sus claroscuros. Con sus luces y sus tinieblas. Un año en el que depositar nuevas ilusiones y sueños, en el que seguir luchando cada día por sobrevivir, en lo profesional, pero sobre todo en lo vital.
Puestos a pedir, no estaría mal que dentro de un año fuese posible volver a cerrar el ejercicio vivido con doce uvas, y que esta tradición no tuviese que ser reducida, argumento de una fantástica campaña de Oxfam Intermón contra el cambio climático. Las circunstancias son remediables, porque todo tiene remedio en esta vida menos la muerte.
Una muerte contra la que hay que luchar a diario, con cuidados para la salud con los que desterrar el estrés, con ejercicio con el que combatir las grasas saturadas, pero también con retos con los que seguir entrenando esas máquinas tan imperfectas y maravillosas como son el cerebro y el corazón. Benditas seáis aunque a veces digáis hasta aquí, y entonces tengan que escribirse historias de olvido y de corazones rotos.
Si hay que pedir, cabría desear más apoyo e inversión para la investigación para buscar la cura de enfermedades habituales como el cáncer, por ejemplo, pero también de las raras; motivo por el que muchas personas, niños y familias, sufren a diario, en una lucha recuerda a la de El Quijote contra los molinos de viento.
También habría que solicitar más dinero para poder combatir las desigualdades sociales, las de aquí y las de allí. Pero de manera real, porque ya sabemos que los intereses económicos al final hacen que se abra más la brecha con el Tercer Mundo, que haya guerras y guerras, que se fomenten el terrorismo y los extremos, y que todo se oculte con justificaciones divinas. Mueren niños, santos inocentes, sin tiempo ni capacidad para decidir. Eso es lo importante.
Por supuesto, para pedir más también hay que reducir otras cosas, para que cuadre nuestro presupuesto y que no caigamos en esa trampa del déficit y el mercadeo de las deudas, así que no estaría mal que se aminorasen hasta desaparecer los fondos para vividores, reptiles y corruptos, sean políticos, empresarios o intermediarios. Contra las ilegalidades, mano dura en lo fiscal y en lo penal. Menos ladrones y sinvergüenzas en la calle. Y si hay que abrir más cárceles y dotarlas de recursos, que se abran, así se crea empleo.
Pero como el dinero no lo es todo, no olvido pedir que triunfe la empatía, ésa que hace que las personas sean capaces de situarse en el lugar de otras: quien tiene trabajo en el del desempleado, quien tiene dinero en el del pobre; el sano en el sitio del enfermo; el adulto en el del niño y del joven; que el inmovilista se vista de soñador; y que el pesimista se disfrace de optimista, y viceversa.
Deseable sería igualmente una verdadera apuesta por la educación, por la formación, por el civismo y la convivencia. Y más libros y menos Sálvame, princesas del pueblo y altares con dioses futbolísticos. Más pan y menos circo. Menos derechas e izquierdas y más interés general. Menos siglas y escudos y más personas. Menos personalismos y más nosotros.
El 2016 se marcha, con relaciones que empiezan y otras que acaban. Con personas que llegaron y otras que se fueron. Con cristales rotos y vidrieras que según se mire te cuentan una u otra historia. Con sus luces y sombras. Con sus miedos y atrevimientos. Con ayudas que se acaban, con currículos y propuestas tiradas a la basura sin ni siquiera haber sido leídas, con huidas de la zona de confort, con retos, con el volver a inventarse y reinventarse una y otra vez. Menos mal que ya estás aquí, 2017, porque es toda una alegría recibirte, por el simple hecho de poder vivir para contarlo. DIARIO Bahía de Cádiz