Desde la Avenida de la Libertad hasta el camino de Puerto Sherry, se lee la crisis mediática en las lunas de los escaparates. No hay día que no se asome un comercio nuevo, ni día que no se cierren unas puertas empapeladas de prensa. Es el destino de la prensa, terminar dando alivio a los pajaritos prisioneros o de enrejadoras de ojos aviesos en los cristales abandonados.
No hay más señal que las obras, ellas tan necesarias y raritas, sin grúas, ni ladrillos, sino de dos obreros como mucho y enlosar rápido y poner estanterías, que ya se abre otra ilusión con que dar de comer a los hijos.
Ya no son las hipotecas, lo que nos deja sin sueño, ya no son los desahucios, sino el malvivir, porque ya no se venden las casas, que los de la inmobiliaria van a comisiones y de chaqueta día y noche, colgados de oreja a la telefonía.
En la calle hay prisas de no ir a ninguna parte, prisas de llego tarde a donde nadie espera y las manos ajadas de la mujeres saben mucho de lejías, de limpia suelos y de escobas, en casa ajena.
Levantan ellas imperios, hormigas de negras expectativas, sin salario real, sin contrato, ni seguro, solo dame y por horas y me voy a casa a seguir trabajando por nada.
Son ellos hacedores de pequeñas reformas, de jardines enlodados, de ramas secas, de leña para la barbacoa y de agua para la pecera. Son negritudes que obligan porque las empresas cerraron y confiscaron su vida, les quitaron su casa y hace mucho que no cobran el paro.
Las esperanzas se mojaron con las primeras lluvias, pasaron las del Cristo y ahora, de nuevo redivivos, queda el negocio, el local regentado como los chinos a todas horas y el pasar apuros y el que nadie entre y el que diga, uno que mira, que hay que pensar mucho para comprar barato y vender cantidades, como si hubiera estudiado marketing en la UCA.
Hay cursos y hay recursos, pero dónde se entrena a uno de cincuenta que lleva mucho tiempo buscando trabajo, cómo se recicla un corazón abandonado a su desgracia, cuando encima la suerte es cuando poco esquiva.
Mantienen el país no los Bárcenas asesinos de ilusiones, ni los banqueros negros de pesadillas, ni negociadores de suizas enlodadoras de pequeños inversores, sino los que se levantan cada día y siguen trabajando con sueldos recortados, con jefes acabronados y las pocas ganas. Son gentes que han visto el salario plegado, el trabajo aumentado y aún siguen en el caño, porque son eso, incansables trabajadores de lo cotidiano. Son los que perviven, los que merecen la pena, no los banqueros ennegrecidos por las tarjetas y gastadores de Corte inglés.
Desde la avenida de la libertad se ven muchos comercios, pero se pueden ver desde cualquier parte, porque los hay por doquier, porque la gente quiere trabajo, no deber, ni que les den, quieren hacer, permanecer y tener la frente bien alta para sentirse orgullosos ante el espejo.
Dicen las noticias, rezumando acritud que se están ejecutando las últimas hipotecas de la burbuja inmobiliaria, esas que pagó el Estado a los bancos y que ahora ahogan una poco más a los últimos desgraciados que pusieron ilusiones y sueldos y expectativas en grandes multinacionales que se cambiaron la piel, para seguir comiendo ratoncillos.
Rezuman las noticias hiel, caras de políticos, rostros que no importan y penas de cárceles que abogados influyentes intentaran mermar hasta la extenuación. Pero no son nada, solo miseria, solo lacra, porque los escaparates permanecen y la gente anda y las hormigas, aún con las esperanzas tan negras, perviven y hacen hormiguero.
Desde la Avenida de la Libertad hasta Puerto Sherry, hay historias de vida, de esperanzas, de ilusiones, de reciclarse el futuro y de plegarse las ganas. DIARIO Bahía de Cádiz