Las cosas se me hacen duras como turrón de almendra. Se me enganchan en las encías y me hacen mella. No son caries, son picaduras que estresan. Lo de Bárcenas me da igual, lo de su peso y su talla, me importa lo mismo que Lidia la de “sálvame”, pero en cambio los vaivenes de la gente, lo de la hipocresía galopante, me da para un viaje.
A mi hija le digo que la telebasura es como el chocolate, solo para ocasiones desesperadas, pero haylas, como las brujas. Lo de la Esteban en Gran Hermano, más allá de ser pelea de gatas, es una obviedad diaria que salpica en la cara. Amigas de ton y son, de quítame y pégame esta estampa y cuando te das media vuelta, ¡zasca!, ya te la han clavado con puya del setenta y cuatro.
Empiezo a entender algunas cosas, que me cuestan como que la gente cambia, que las cosas cambian y que se puede votar al mismo que te hace la puñeta, porque más vale conocido que coleta en la palestra. Pero no me dirán que hay cosas que rascan, como esas amistades de uña con piel, que son tan amiguísimas que no pueden vivir la una sin a otra y luego, solo dejar los niños primaria y marcharse a secundaria, ya ni se miran… Qué no me digan que la cosa no es rara.
La subjetividad de un interés, la interesante apreciación de la vida, el mirar por delante bien y por detrás clavarte una viga, será muy humano, pero déjenme irme con los robots de Banderas que al menos son más asépticos y no babean.
El género humano está de pena y si exportamos el formato a Marte, que me temo que sí, porque se piensa que para suministrar fondos se hará un reality -allí- en esas especiales condiciones, lo mismo nos encontramos con que los alienígenas nos vetan y nos expulsan, dando botes y arqueadas, de puro asco.
No hay ninguna otra especie en este planeta que se odie tanto a sí misma, que maltrate a su cachorros, que los viole y lacre y comercie con su vida, que esclavice a los vecinos, que no tenga humanidad para los que sufren, ni líderes, que pregonando verdades como campanas no acabe crucificado, quemado o ajusticiado, cuando no perseguido o roto. Empiezo a entender que este planeta no es un paraíso y que lo hacemos corrupto, deleznable, emplastecido y contaminado. Entiendo que si dejáramos de existir como especie se recuperaría en cientos de años y que no habría catástrofes, sino vida y más vida, sin monos chillones que se saltan los semáforos.
Empiezo a entender que nos da todo igual, que no globalizamos sino que atomizamos nuestra vida a nuestro cuerpo, a nuestra casa y nuestro trabajo, nuestra voluntad y nuestro dinero, con envidia si no llego a lo que el consumismo me manda, mi vecino me muestra o mi familia me exige. Somos tontos del culo que nacemos para morir y aún no nos hemos dado cuenta que ese trasiego es la vida y que es el camino vida y el caminar el aprender lo vivido, para trasmitirlo. Ya nadie se preocupa por nadie, más que cuatro volados que se llaman idealistas y que las más de las veces hacen más daño que bien, por no querer causar daño y sí en cambio bien. Entiendo que usted qué cafetea con la prensa, que está harto de política y de mamonadas, también entiende lo que le digo, porque le duelen los pies de dar pasos que no le llevan a ninguna parte.
Tampoco tiene soluciones mágicas como yo y si no fuera por el dolor de alma que le acoge por las mañanas, hasta se sentiría feliz con al menos tener trabajo o pensión o ilusiones o hijos sanos o piso que cobijarle la testuz. Porque somos limitados y limitables y así tan felices no las hacemos, porque de otra forma nos amargaríamos por entero, girasoles de una sola margarita a la que quema la retina el sol.
Nos hemos cansado de dar vueltas al este y al oeste, nos hemos cansado de alzar las ramas y danzar, pero aún agarramos el periódico con las dos manos y leemos por no gritar, por no resoplar, por no explotar y que los que están cerca nos miren- encima- como a bichos raros. No se preocupe, aunque no lo haga, yo le entiendo. DIARIO Bahía de Cádiz